En la fastuosa inauguración de Tabakalera, conocí a un chico navarro que había estado trabajando en el proyecto hasta algunos meses previos a su inauguración. Estábamos en la terraza observando las impresionantes vistas de la ciudad, disfrutando de la belleza de todo lo que nos rodeaba. «En Donostia hay ambición», me dijo de repente. Se refería, claro está, al gigantesco centro de cultura contemporánea, algo a todas luces desproporcionado para una ciudad con 180.000 habitantes, pero también lo decía por el Zinemaldia, Festival de Jazz, Quincena Musical… Tenemos más de lo que nos merecemos para nuestras pírricas dimensiones y además nos ponemos tan chulos que decidimos que tenemos que aspirar a la capitalidad cultural europea. Y van y nos la dan aunque la inauguración nos salga rana y no sea oro todo lo que reluzca en DSS 2016.
Voy camino de cumplir tres felices años de vida aquí después de haber pasado más de una década fuera (Polonia, Granada, Madrid). En todo ese tiempo nunca perdí el contacto con San Sebastián. Venía siempre que podía y más. Hay cosas que me gustan mucho de esta ciudad y me vuelven loco; otras que ni fu ni fa y algunas que directamente las tacharía con típex, si es que lo siguen vendiendo en los quioscos. Supongo que es algo habitual y que todo el mundo -al menos los que tienen desarrollado su sentido crítico y se preguntan de qué va todo esto- experimenta sensaciones de amor-odio en sus respectivas ciudades dependiendo, claro está, del estado de ánimo y del momento vital en el que se se encuentren.
Como decía al principio, nos corresponde un trozo de pastel más grande del que nos merecemos. Estamos de enhorabuena: de eventos culturales, bares, conciertos de grupos underground, pintxos, belleza, playas, paisajes espectaculares y películas en versión original andamos sobrados. En esta lista, por lo tanto, he tratado de reunir aquello que me falta y echo de menos. Algunas cosas van en serio y otras, pues también, pero están barnizadas de ironía y sentido del humor aunque a algunos (como a la gente de Keler) seguro que no le hará ni pizca de gracia. Si por casualidad te sientes mínimamente identificado te ubicarás, automática y radicalmente, enfrente de aquellos a los que el chute de ñoñostiarrismo les ha dejado drogados de felicidad, irremediable y perdidamente enamorados mirando cómo se hunde el sol entre la isla Santa Clara y el Paseo Nuevo.
1-. Cosmopolitismo
Con esto no me refiero a los extranjeros que nos visitan. No, eso se llama turismo y ya lo tenemos nos guste más o menos. Tampoco a lo que Fernando Savater decía en en su columna del sábado en El País sobre la pitada al himno europeo en la izada de la bandera; seguramente sus autores tienen razones poderosas para quejarse de esta Europa que echa bastante para atrás. Hablo de gente que viene de lugares remotos o no, se instalan, hacen su vida y aportan colorido y, voy a tirar de cliché, conformando así un crisol-de-culturas. Hablo de tener un barrio de Lavapiés, un barrio San Francisco, un Kreuzberg, un Raval.
Sueño con un tipo de ciudad basado en aceptar al diferente como uno de los tuyos, con normalidad absoluta, que es lo que se respira (al menos ese ha sido mi caso como alguien que está de paso) en ciudades multiculturales y tolerantes como Amsterdam y Berlín. En Madrid a veces también pasa. Todo esto suena un poco a discurso naïf y buenrollista DSS 2016, pero creo que ya se sabe por dónde van los tiros. Será cuestión de tamaño, pero en Donostia no tenemos de eso.
2-. Humor
Ya que esto no es más que una personalísima y crítica radiografía, lo tengo comprobado con los comentarios que generan algunos de mis textos: no tenemos sentido del humor. Quiero decir, nos gusta reírnos del que se tropieza en la calle con una cáscara de plátano pero cuando nos pasa a nosotros no tiene ni pizca de gracia. Eso no tiene mérito. No sabemos reírnos de nosotros mismos. Hasta en los países exsoviéticos funcionan de este modo y algunos como Polonia están más avanzados y suelen hacer chanzas sobre lo chapuceros que son. Por lo general, el donostiarra se toma así mismo demasiado en serio. Las fiestas locales suelen ser un buen baremo para medir el subidón una ciudad. Ahí está la sobria y ceremoniosa Tamborrada o la anodina Semana Grande de los fuegos artificiales, heladitos y conciertos de Melendis y ska kalimotxero. Recuerdo cómo hace unos años entrevistaron a Óscar Terol en el monte Igeldo y dijo que San Sebastián era una ciudad con mucho sentido del humor. Contó un chiste. Y ni él mismo se había dado cuenta.
3. Justicia social
No soy tan ingenuo como para pensar que Donostia el día de mañana puede convertirse en una feliz arcadia comunista donde apenas se perciban las capas sociales y el donostiarra más rico gane, como mucho, 10 veces más que el más pobre. Karl Marx no era de San Sebastián, precisamente. Pero resulta demencial, criminal, que en esta ciudad rica, acomodada, burguesa y donde «se vive tan bien» haya decenas de personas durmiendo en la calle. Me causa sonrojo y estupor que dos personas mueran por ser, básicamente, pobres, y que encima, qué triste ironía, ocurra en el día grande de la ciudad. En este sentido, fue muy gráfica la esquizofrénica foto de un hombre pidiendo dinero en pleno paseo de la Concha que sacó Gara en portada.
A otro nivel, qué chocante e injusto es encontrarte a gente, tus amigos, que no tienen trabajo o que no llegan a fin de mes por contratos precarios, con otros muchos, que también son tus amigos, y se levantan más de dos mil euros netos todos los meses. Vivimos en una pequeña ciudad de 180.000 habitantes donde conviven galaxias distintas a años luz de distancia. No todo es un paraíso burgués. Para terminar está el problemón de la vivienda, que da para una tesis y que, entre otras muchas cosas, nos aboca a ser expulsados a la periferia a los que vivimos de alquiler. Que sí, que todo esto pasa en muchos sitios y seguro que de manera más alarmante pero no por ello vamos a dejar de denunciar las injusticias.
4-. Magia
Cuando en Granada paseas por el Albayzin y la Alhambra te mira de reojo, lo más probable, si eres una persona sensible, es que te contagies de lo que allí denominan «embrujo». Algo especial, intangible y mágico se palpa en el ambiente de esas calles fruto de siglos de historia y legado nazarí. Ciudades portuarias y con una arquitectura muy discutible como Vigo o Gijón tienen un toque decadente y una fisonomía imperfecta, pero precisamente por ello poseen un atractivo pintoresco y siempre han tenido un ambiente canalla que las hace igualmente especiales. Donostia a veces se muestra tan inmaculada y perfecta, tan bella y enamorada de sí misma, como una Afrodita o una Venus con mar y playa, que pierde poder de seducción. Y termina más por parecerse a una ciudad dibujada a ordenador en una postal de Ikea o a una foto de Instagram de una modelo alemana de sonrisa congelada que posa en una isla paradisíaca.
5-. Cero postureo
El postureo viene de mucho más lejos de lo que pensamos, como cuando se iba a misa los domingos con el objetivo de que los vecinos del pueblo comprobaran que eras un buen católico. Ver y ser visto, de esto se trataba. La misa de 12 es el evento ineludible de hoy. Pasó con el Niño de Elche el otro día, con una parte de la sala cotorreando en lugar de atender un espectáculo extraordinario. Les importaba un carajo el concierto. Cuanto más grande, más fácil es que se vean las costuras y cante el postureo: colas en el Kursaal para asistir una ignota película búlgara en versión original durante el Festival de Cine, llenazos en la Trinidad porque toca un virtuoso del free jazz… Quizás siempre ha sido así y no me había dado cuenta hasta ahora. O no me ha importado.
6-. Humildad
Donostia-San Sebastián (me pongo institucional para sostener mi afirmación) no es la mejor ciudad del mundo. ¿Hay alguna ciudad que lo sea? Tampoco es la ciudad donde mejor se vive, si es que existe alguna vara de medir razonable más allá de lo que diga el Economist en su Encuesta Global de Viabilidad donde ha creado un ranking que encabeza Melbourne. Por increíble que parezca conocemos a demasiada gente, algunos de ellos con menos mundo que un cowboy de Texas, que suelta convencida aquello de que «como aquí, no se vive en ningún lado«. El chovinismo donostiarra es un fenómeno que está demasiado extendido y que hace que veamos la realidad con una venda en los ojos. Falta humildad y sobra ombliguismo.
7-. Cenar por 20 euros o menos
Soy culpable de alimentar el tópico de que Donostia no tiene nada que ver con Zurich menos en lo caro que es todo. Echadme a los leones, comerciantes y hosteleros por querer denunciar los excesos del capitalismo y poner en la picota a los empresarios abusones. Esta vez voy a salirme por la tangente y no hablaré sobre el astronómico precio de los pisos que ofrecen inmnobiliarias morosas con hacienda que tienen un local con vistas al mar (kaixo Engel & Völkers) ni de los pintxos deconstruidos del Zeruko. Mi ejemplo favorito es tan simple y cotidiano como ir a cenar fuera el fin de semana. ¿Se puede cenar a un precio asequible, a 20 euros máximo por cabeza, en el Centro, Parte Vieja o Gros y que no te quedes con hambre o te dé un chungo porque la carne estaba más dura que las esculturas de acero de Chillida? Acepto encantado recomendaciones. Igual mi cuadrilla entera estaba equivocada y no hemos sabido adónde ir todos estos años. No valen bocadillos, kebaps, chinos, locales de comida rápida ni raciones de bravas y calamares congelados.
8-. Una buena cerveza industrial
La Keler, por mucho que nos las regalen en los saraos culturales, se la tomen las Hinds y su community manager cuelgue fotos en Facebook mirando al Peine del Viento formando una perfecta e idílica imagen digna de ocupar el escaparate de la oficina de turismo de San Sebastián, es indefendible. No soy un experto cervecero pero me he tomado unas cuantas para saber cuando una caña está realmente mala. La Killer viene a ser la fabada de bote (de marca blanca, ni siquiera el Litoral) de las cervezas, la tortilla prefabricada que guardas en la nevera por si la resaca ha matado todas tus neuronas y tu cuerpo es un zombie que no puede ni bajar al super a hacer la compra. Es el último recurso. Si fuéramos de Lugo o de Madrid tendríamos Estrella Galicia o Mahou en todos los bares. Aquí te ofrecen, salvo excepciones contadas y bares que con buen ojo se han apuntado a las craft beers, Keler, San Miguel y Heineken. Buff.
9. Cafeterías con solera
En la entrevista que le hacen en la revista Ruta 66 de este mes a Stuart Staples -líder del grupo Tindersticks que, por cierto, grabaron un fantástico directo en el Victoria Eugenia hace algunos años- exclama un «¡ya estoy en Madrid!» cuando se sienta en la típica cafetería madrileña con azulejos auténticos -y muy probablemente con asientos de cuero marrón y barra de mármol o madera vieja desgastada- mientras resuena el golpecito de las cucharillas en las tazas de café. Allí cada vez quedan menos cafeterías de toda la vida y hay más Starbucks, pero es que aquí, directamente, no tenemos nada que se le parezca. Es cierto que en los últimos años han brotado una serie de cafeterías vintage muy monas que, desgraciadamente, no pueden reproducir el calor de chimenea y la solera de una auténtica, pura y clásica cafetería que atesora, como en un baúl de mimbre, millones de historias de escritores, bohemios, artistas o ciudadanos corrientes que han formado parte de su clientela.
10-. Margaritas, burritos y rock and roll
El lema lo he fusilado directamente del bar de comida mejicana y estética serie Z-años 50 Mongogo de León. Me flipa. Un lugar donde puedes beber margaritas, comer tacos y burritos y untar nachos en el guacamole mientras escuchas buen rock and roll. No se me ocurre nada mejor para calentar motores en una noche de fiesta o antes de un concierto. En Malasaña hay un puñado de mejicanos que combinan actitud canalla con típicos platos mejicanos. Y seguro que en muchos otros sitios. Los restaurantes mejicanos que he conocido en la Parte Vieja han sido un auténtico desastre. Tenemos una asignatura pendiente y un hueco que rellenar como sea.
5 Comentarios
Hola, te olvidas de los mercados, que son fríos, insípidos y no se que decir mas, grave error no contar con uno o dos mercados tradicionales de verdad y no las caseras de la bretxa, postín total….en la ciudad de la gastronomía, nunca entenderé el atentado contra el mercado de san martin y la bretxa, perdidos para siempre, delito.
Hola Jon. Te lo has currado un montón y coincido en muchas cosas contigo. Si me pidieran resumir en una frase «Donosti» diría; EL GERIÁTRICO DE GIPUZKOA.
Hola, José Luis: muchas gracias, hombre. Vale, si es un geriátrico, lo ponemos con vistas al mar y estamos de acuerdo 🙂
Cierto, con los matices y la prudencia propios de sentirme «donostiarra de adopción» y ser esta, una de las 2 ciudades en las que he sido mas feliz. Tanto como para seguir atentamente Kulturaldia desde Madrid.
No es una ciudad cosmopolita. Esto es inherente a lo que apuntáis en el primer párrafo, si añadimos una pequeña reflexión.
Es una ciudad de unos 180.000 habitantes (no es una gran urbe como Madrid o Barcelona) pero aún así algunas ciudades pequeñas tienen un tapiz mas heterogéneo en su cultura.
Donostia es como Oviedo o Logroño, pero con una potencia económica per cápita mayor y un índice de paro menor. Esto lo ha conseguido en parte, recreando al visitante una sensación y empapando hasta los huesos al local de una suerte de ensoñación de hedonismo y estética.
Una nube, el placer que nos pueden ofrecer las capitales (si nos va bién) sin el rigor alienante con el que estas nos oprimen. De ahí esa ambición capitalina que yo casi llamaría mas bien delirio.
Algo que percibes al llegar con veintitantos, es que Donostia, como ciudad, no «es», «está hecha para». Por eso esta pelea de muchos donostiarras por demostrar y demostrarse que «son».
Y doy fe de que muchísimos «son», aunque para ello deban esforzarse por quitarse el envoltorio.
Donostia no está hecha para ser decadente, sino para que te olvides de la decadencia cuando llegas y en esta ensoñación nace y crece parte de la población donostiarra.
Donostia personifica y vende con éxito el sueño primermundista y como tal tiene deslocalizados a sus «morlocks». En ella no hay sitio, no hay un hueco reservado o una labor a desempeñar para inmigrantes de segunda o a «bajos fondos».
Como ciudad primermundista ideal ese no es el modelo.
Pero a veces se hecha en falta el color y la autenticidad que estos aportan a una cultura, sin hablar de que de los artistas de la corte y por encargo del rey pocas veces surgen las vanguardias.
Y de esto derivan para mí la mayoría de carencias que apuntáis.
Por eso quedan pocas cafeterías autenticas y de solera, por eso no tendremos por ahora una cerveza como los irlandeses, una canallesca como los madrileños, un cosmopolitismo como los canarios o un rabal como los barceloneses.
O una contracultura, subcultura, underground o como se quiera llamar como los berlineses, (o los gijoneses y vigueses para su tamaño).
Quizás Donostia no se ría de si misma porque para hacer eso hace falta estar muy seguro de quien eres y de que tu personalidad no se tambaleará si lo haces. Para eso debes tener unas raices profundamente arraigadas al subsuelo y Donostia en cuanto a vasca las tiene, pero quizás no tanto en cuanto a la ciudad moderna que ha construido como un decorado de sí misma en el que habitar el siglo XXI.
Quizás haya quien diga que lo auténtico de Donostia sea el atrezzo.
Yo pienso que lo auténtico de Donosti es esta misma pelea, la de los auténticos, en la que cada vez más veo a Kulturaldia, que en un tiempo también se dejaba seducir mas que ahora por el atrezzo (y aquí os pido un poco de autocrítica) y a la que que cada vez veo mas crítica y encaminada al rigor. ¡Seguid asi!
Uau, muy interesante todo lo que apuntas. De verdad. Y no es peloteo gratuito, para nada. De hecho creo que tienes un discurso bastante más elaborado que un donostiarra medio de toda la vida. El origen es lo de menos. Viví 7 años en Madrid y también me sentía capaz de aportar mi visión como «madrileño de adopción» porque me había empapado de la ciudad y siempre mostraba interés y me fijaba por pura inercia periodística.
Muy de acuerdo en todo lo que dices. Y sí, me encanta que nos hagas esa crítica constructiva. Creo que llevas razón y que nos hemos dejado llevar demasiado por el atrezzo y contenidos con menos chicha de lo debida. Abrazo y gracias por leer!