Todo hombre establece con su peluquero de toda la vida una relación homoerótica difícil de clasificar. Al mío le regalaba cedés recopilatorios de los mejores Pasajes de la Historia de Cebrián y él me hacía un precio especial por champús que frenaban la caída del cabello. Los dos sabíamos que ambas cosas no eran más que bellas mentiras, pero sobre pilares menos sólidos se sostienen amores eternos. También me planté con mi hijo recién nacido en la puerta de su negocio a modo de primicia, porque un peluquero sin información no es más que un bulto sospechoso.
La mudanza a Pasai Antxo acabó con todo esto.
Antxo tiene dos heridas que lo atraviesan, una herida abierta que es la vía del topo y otra mal cicatrizada que lleva por nombre calle Eskalantegi. La del topo se soluciona fácilmente con millones de euros y toneladas de polvo, mientras que la que todavía supura pertenece a la categoría de minucias que suelen ocasionar guerras nucleares. Que una parte de la calle Eskalantegi pertenezca a San Sebastián y la de enfrente a Antxo coloca al distrito un escalón por debajo de los países más pobres de África. Allí por lo menos disponían de una regla para trazar fronteras.
En este curioso pueblo que algún día llamaré mío me dispuse a buscar peluquería, a reemplazar lo irremplazable, a tratar de olvidar una relación de 27 años con tres aventurillas:
Atrapa a un ladrón
Una viñeta de Forges en el escaparate, un ejemplar de Mongolia tirado en una silla, todo invitaba a la diversión. Peluquero cercano a la jubilación, barba cuidada, guantes blancos y aspecto impecable. Me lavó el pelo sin preguntar y comenzó a narrar historias interesantísimas sobre el Pasajes de hace 50 años. Bullía el pueblo con los marineros venidos de países inverosímiles, los puticlubs, el contrabando de todo tipo de sustancias y la llegada a la zona de las primeras revistas pornográficas. La sorpresa vino al final, cuando tras un corte correcto me dijo sin que le temblara la voz que eran 24 euros. Como no soy un marinero sueco no le pude dar una paliza, así que le pagué.
Bajarse al moro
En la segunda experiencia quise asegurarme un precio bajo por aquello de compensar. Peluquería regentada por un marroquí tan amable y servicial como desesperadamente lento. La técnica era curiosa, cogía con la mano un mechón de pelo, lo retorcía dando un pequeño tirón y luego recortaba lo que sobresalía a tijera. Puedo asegurar que era la gota malaya de la peluquería, una tensión constante que te mantenía al borde de la locura. Al ser la primera vez que iba no me atreví a preguntarle si había aprendido el oficio en Guantánamo. Al final, tras 55 minutos de tortura y un acabado sorprendentemente pasable, pagué los 8 euros que me pidió. Al rato me sentí mal porque el pobre hombre había ganado 8 euros en una hora, pero después me consolé pensando que una hora de mi tiempo libre vale miles de euros.
Regreso al futuro III
Peluquería recién reformada en el año 1947, paredes desconchadas y baldosas ausentes. Hombre de no menos de 70 años, se movía con mucha dificultad y en vez de pulmones parecía tener silbatos. Con una mano temblorosa empuñaba unas tijeras gigantes y con la otra un peine. Entonces comenzaba la magia. Era el slowhand de la peluquería, movimientos certeros y cortes precisos, el chasquido de la tijera al acercarse a mi oreja hacía que toda mi vida pasase ante mis ojos, pero no cometía una sola imprecisión. Muy parco en palabras, y lo dice alguien al que han confundido más de una vez con un sordomudo. En un momento de despiste se hizo con una navaja y me arregló las patillas. Me asombraba su pericia, sobre todo por el leve olor a clarete que desprendía al acercarse. Todo esto por 10 euros, para un viaje en el tiempo me pareció barato, para un corte de pelo sin heridas mortales también.
4 Comentarios
Cualquier excusa, para presumir de que a tu edad y en tan poco tiempo aún produces pelo como para pasarte por tres peluquerías.
¿A mi edad? ¿Qué tienes contra los adolescentes?
Pero esto de ir a Pasai Antxo de peluquerías cool es coña, ¿no? Todo el mundo sabe que los mejores salones de belleza están en Lezo y Errenteria. Ahí lo dejo.
Este menosprecio por omisión al Aapahí Beauty and Body Care Saloon & Wellness Luxury Spa de Altzibar-Karrika provincia de Oiartzun me parece un inadmisible error que echa por tierra el presumible rigor científico de este artículo.