Es difícil no haber oído frases de este estilo: «Me aburro», «nunca hay nada», «no sé qué hacer», «¿le quitas la playa y qué le queda?», etc. Es difícil encontrar patriotas del ocio y de la cultura entre nosotros. Seguimos arrastrando la idea generalizada, el pegajoso tópico, de que fuera de la temporada de verano y sus famosos festivales la actividad de la ciudad sufre un parón. El carácter burgués y su belleza de postal juegan a favor de perpetuar esta imagen superficial. La Concha ha hecho mucho daño: aquí se viene a que las parejas de enamorados se acaben retirando a una vida tranquila. A pasear y tomarse el helado después de los Fuegos. A soñar con una placentera jubilación. A modelar la ciudad balneario.
Se trata de un fenómeno contradictorio. Por una parte, es una ciudad conservadora que se mira a su ombligo continuamente. Hay poca gente de fuera y, al contrario que en las grandes ciudades, no estamos de paso. El viaje a la Ítaca soñada empieza y acaba en Donostia. Precisamente, ese aire chovinista hacen de la nuestra, una ciudad que parece estancada en el tiempo, llena de grandeur, de divismo del siglo XIX y abrigos de visón, y una enfermiza obsesión por mirarse en el espejo para ver si sigue siendo la más bella.
Pero, al mismo tiempo, si rascas en la superficie (casi) siempre encuentras algo que hacer, una cara b más que interesante. Una ciudad que se mueve en un plano más subterráneo. Una ciudad que asoma la cabecita y se atreve a competir de tú a tú con la imagen estereotipada que se ha forjado de sí misma. Otra ciudad.
La semana pasada participé, en representación de KULTURALDIA, en una charla junto con la agenda Surfing The Street y mis amigos de la web cultural El Café de Rick. Todos, incluidos los organizadores del evento, coincidíamos en que es realmente complicado abarcar la oferta de la ciudad. Es matemática, económica y temporalmente imposible. Recapitulo a bote pronto lo que tenemos estos días: ayer tocó Clem Snide en el Bukowski, hoy la cerveza Gross monta una fiesta en el bar Akerbeltz y mañana se arma la marimorena entre los conciertos de los Buzzcocks y la fiesta posterior en el Bukowski, la doble sesión de Bang Bang Zinema y el primer aniversario del Dabadada. PUM.
A veces pienso que la actividad, por momentos frenética, de Donostia es un espejismo. Un oasis del que se beneficia una selecta minoría. La ciudad de costumbres, mayoritaria, todavía se mueve en una realidad paralela. ¿Dónde te enteras de las cosas?, me preguntan. Rockeros que acaban de descubrir el bar Eiger. Gente que no sabía que en el Guardetxe se hacen cosas. Gente que cuando vas a un concierto todavía te suelta algo así: «Qué bien, porque en Donostia nunca hay nada».
1 Comentario
Una vez más, la nada dentro del vacío.