Me llamo Alejandro y soy alcohólico. Vivo en San Sebastián y llevo trece minutos y medio sin beber. Juro que antes de venir aquí en los bares solo bebía colacaos, que la cerveza me daba un asco terrible y que el olor del vino activada desagradables recuerdos de mi infancia, cuando un señor sudado le traía a mi abuelo vino barato desde la vieja Alhóndiga a nuestra casa en Bilbao y lo vertía sin miramientos en una vieja garrafa mediante un embudo más viejo todavía. Las gotitas chillonas que escapaban del remolino y caían sobre las baldosas de la cocina y los billetes y las monedas húmedas que pasaban de mano en mano para cerrar la transacción eran evocaciones agrias que yo asociaba al vino cuando llegué a San Sebastián y me impedían valorarlo con un mínimo interés. Puede que yo tuviera entonces una predisposición natural al alcoholismo (mi padre lo fue, a mucha honra), pero lo que no tenía era costumbre de beber.
Por supuesto, sé que la culpa de este vicio no la tiene la ciudad y que las causas fundamentales son mis flaquezas, mis soledades y las deficiencias propias de la vida adulta. Sin embargo, tampoco cabe desdeñar la importancia de algunos factores ambientales que se desarrollan en San Sebastián con especial intensidad.
Por ejemplo, las espantosas dificultades para intimar. Para dejarse llevar. Para expresar sentimientos profundos. Para encontrar a alguien que escuche tus cosas sin una mirada aterrorizada. Esto convierte el alcohol en el disolvente imprescindible de cualquier evento. Ya sea el Sagardo Eguna, las Euskal Jaiak o el aniversario del descubrimiento de la ranita de Igeldo, no hay fiesta que se soporte a pelo, sin la inestimable participación del alcohol. Y tampoco es viable una comida de los compañeros de la oficina, de la familia política o de la cuadrilla de padres de la ikastola solo con agüita del grifo. Demasiado real. Las sociedades gastronómicas podrían superar la prohibición de fumar, pero si prohibieran la bebida se convertirían en locales de engorde donde la gente comería sin hablar, sin mirarse, sin saber qué hacer aparte de seguir comiendo.
Además, no beber en compañía no es admisible. Y no hay excusas. No vale que estés tomando antibióticos, ni preparando una carrera popular (otra más), ni embarazada de cuatrillizos. Pide aunque sea un zurito, haz el favor. Agarra el vaso y brinda con convicción por cualquier chorrada que se le ocurra al líder de la manada. Porque si no serás sospechoso de ocultar algo. Serás un controlador. Un cobarde. Un tarado. Un sicópata que guarda un par de cadáveres congelados en el arcón de su garaje.
(Leí en el Muy interesante o en una revista de esas que el acto de brindar es un símbolo de entrega al otro. Simboliza la rotura del vaso, el cuerpo, para que se derrame el vino, el espíritu. Si no brindas, es que no quieres compartirte. Vaya descubrimiento. Eso se sabe aquí de toda la vida de dios)
Bueno, total, que sin alcohol la vida social sería un suplicio. El alcohol templa un poco las relaciones frigoríficas de Donostia. No te da intimidad, lo cual sería hasta demasiado, pero sí camaradería. Te da una relajación de las fronteras, una alegría gratuita, algo tontuela y efímera, pero suficiente para mantener la ficción de que soy amigo de este desconocido que me pasa el brazo por encima del hombro, del mismo modo que los goles de mi equipo sirven para mantener la ficción de que soy hermano del vecino de localidad.
Se bebe para no contar las cosas (para esconderte, la causa), y se bebe por no contar las cosas (para aliviar el efecto de vivir escondido). La bebida como fuente y como mar. La bebida es sueño. La bebida es bella. La bebida es así.
Así inicié yo mi vínculo con el alcohol en esta ciudad de cuadrillas cerradas y tratos aprensivos: esperando ser aceptado por los demás. Veinte años después, sigo sin adaptarme, pero, eso sí, me tomo cuatro vinos y no tengo ni un chispeo. ¿Y qué hago para soportar tanta superficialidad? Efectivamente, bebo más.
Y luego está el resto de idiosincrasias de San Sebastián. Para una personalidad invertebrada como la mía cada uno de los temas que hemos tocado y que tocaremos en estas confesiones (muy pronto acabaremos) son una causa objetiva para iniciarse en la bebida y ya no parar hasta la tumba.
La clave está en la suma de factores. Puede que seas un individuo cuajado y no te afecte la falta de sentido de la estética y del humor de los rentistas en chándal y de los montañeros de rutas urbanas que encapotan San Sebastián con sus eternos goretexes. Mejor para ti. Puede que dispongas de la fortaleza interior necesaria para ignorar a los obsesionados por el running, a los cocineros Michelin que se creen Leonardo da Vinci y a los vecinos que te invitan a pirarte de San Sebastián cuando criticas en Kulturaldia algunas cosas de la ciudad. Suerte la tuya. Y puede que seas capaz de no tomarte por lo personal los precios de los pintxos en la Parte Vieja ni los turistas que se hacen fotos encima del bidegorri y pegan berridos de conquistador en la calle Fermín Calbetón. Tienes mi admiración. Pero, ay amigo, como se te junte una mala racha personal con una nueva subida del alquiler, con un derbi perdido en San Mamés tras el cual hasta el alcalde baja al vestuario a celebrar la victoria y con una multa de los munipas por llevar a tu hijo en la bici sin el puto casco reglamentario, beber con moderación o sin ella será una opción que tendrás que contemplar con una gran condescendencia. Y bueno, como te coincida todo esto con el Día de San Sebastián, y no tengas manera de salir pitando de la ciudad para poner a salvo aunque sea a tus hijos de esa nube radiactiva de entusiasmo y de obstinadas percusiones que es la Tamborrada, el alcoholismo no es que sea de lo más comprensible, es que es absolutamente inevitable.
Los donostiarras beben los vientos por su ciudad, y me parece muy bien. Yo también los bebo. Yo lo bebo todo.
15 Comentarios
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¡Cuánta ginebra! Ni sabía que existían esas marcas, pero bueno lo de los gin-tonic…En algunos echan hasta granos de café. Si hay cocineros que se creen Da Vinci, existen locales en los que la preparación del gin tonic es una experiencia entre mística y cósmica. Sí, el pedirlo es ridículo porque quedas como un patán que no has pasado del MG y el pagarlo… es volver a la tierra después de un carrusel de emociones mientras te preparan algo que no sabes con certeza si es lo que has pedido, porque te asaltan las dudas cuando ves una reducción de ensalada en una copa de balón ( siempre terminamos en el fútbol).
¡Ay, esas botellas de anís tan carpetovetónicas! Me traen la imagen de copazos de sobremesa en bares de pueblo o de barrio, entre ambientes humeantes de farias, partidas de cartas con los naipes que olían a sudor de las manos, fichas de dominó, ya de color mate, que mas que colocarlas en la mesa, se arrojaban a ella, con decisión: «pito doble». Otro carrusel que me viene a la cabeza, el Deportivo de la tarde de los domingos. Anís la Asturiana, su presencia siempre agrada; La Castellana, el anís de España. Y luego el reciclaje de la botella vacía, que se usaba como instrumento musical; sin contenedores pero con arte y sentimiento.
Alejandro, bebamos y brindemos por esos recuerdos y por el marco incomparable, pero no lo hagamos los dos solos, que nos acompañen el resto de lectores y participantes, hasta los que quieren tu destierro.
p.d. Tengo mala vista pero creo que falta el Anís Las Cadenas y perdón por las cuñas.
MG. Marca mítica. Mi padre, que fue un gran alcohólico, de los que no se dan importancia, solo tomaba MG. Aun así, a pesar de esa herencia, yo también he pedido chorradas de moderno: gin tónics con ginebra de casquete de Groenlandia y cosas así. Para mí la linea de botellas de bares como el Garbola (que sale en la foto) es equiparable a una estantería de la mejor biblioteca. Respeto máximo. Brindemos, Contini, por el marco incomparable, la apertura de Peine del viento, el rutilante fichaje de Juanmi o lo que haga falta. Cuando pase el verano, concretamos 🙂
Hecho
He leído algunos de tus posts (no todos, he de reconocerlo) y como donostiarra inadaptada en Bilbao que soy yo, he de decir que la mayoría de cosas que comentas podrIan aplicarse perfectamente también a Bilbao. Salvo algunos tópicos ñoñostiarras (que asumo sin problemas ), el rollo de que no se liga, de que nadie te habla, las cuadrillas cerradas, que no hay fiesta sin alcohol…. no crees que en Bilbao es exactamente igual? La verdad, no veo la diferencia… otra cosa es que tu rabia interna de tener que estar en una ciudad mucho más vivible que Bilbao y el no poder reconocerlo libremente porque hay que seguir los estereotipos, te impide decir cosas buenas de Donosti. Pero en fin, es lo de siempre. No te parece ya un poco cansina esta actitud? Saludos.
No es difícil captar que algunas cosas de las que habla son de ámbito local y exclusivo, y otros de ámbito vasco o global.
Es un artículo (como los anteriores) sin más ánimo que entretener. Su actitud «cansina» igual se debe a que los artículos van de esto, de sentirte fuera de lugar y contar como ven Donostia unos ojos ajenos.
Cuando dices «mucho más vivible», se te ve el plumero, y el origen de ese malestar. Suelta las cadenas, libérate de esa ciudad de Lucifer!!! Sólo se vive una vez, que no sea en esa Villa con ría putrefacta. Vuelve, aquí se está mejor. Piénsalo.
Sin acritud.
Estás muy desinformado. Hace decenios que la ría no es «putrefacta». Creo firmemente que antes de que acabe esta década habrá una playa fluvial con baños de baja salinidad incluidos y supertxiringuitos en zorrozaurre. Mejor que París.
Y entonces tendréis un argumento menos acerca de esa presunta «vivibilidad» (perdón por el palabro…)
Yo soy un inadaptado de profesión, y podría comentar de estas cosas o de otras sobre Bilbao, sobre Aranda de Duero o sobre cualquier ciudad en la que viviera. Hay cosas que coinciden en San Sebastián o Bilbao, lógicamente, porque somos distintos como la coma y el punto y coma, pero hay otras que son sorprendentemente distintas, o eso me lo parece a mí. Pero en realidad, y esto es otra confesión, yo no hablo de esta ciudad ni de la mía, aunque lo parezca: hablo de la gente, de las debilidades y las limitaciones que compartimos, de las mentiras que vamos contando por ahí, y eso es igual en todas partes. Hablar de San Sebastián no es más que una excusa. Además, esta ciudad es la hostia, y eso todo el mundo lo sabe. No creo que signifiquen gran cosa los comentarios de un Pepito Grillo como yo. No hay más que ver cómo está de gente este verano. Por otra parte, ya quedan pocos artículos, enseguida acabaremos con esto, pero a ver si antes de despedirme tengo la oportunidad de demostrar que soy una de las personas que mejor ha hablado de esta ciudad nunca. En serio. Un saludo, Naiara 🙂
No te has metido con las luces de neón de los neo-bares de la parte vieja, no te has metido con sus precios, no has mencionado ese Templo que es El museo del whisky… Tampoco que en Bilbao se bebe mejor…
Estás de vacaciones? O es que no has bebido lo suficiente?
Yo soy más del Garbola, que es el bar de la foto. El Museo del whisky no juega en su liga. Y no, no he bebido lo suficiente 🙂
Ese hombre de la Foto arriba hace las mejores cocktails en Donosti y es muy amable. Si lo ves otra vez, dile hola de mi parte, que soy la tejana que se volvió loca con sus margaritas, y hablabamos un rato de mi país. Eso me ayudó mucho con la morriña. Gracias por los artículos!
La tejana que se volvió loca con las margaritas. Qué bonito titulo para un artículo. Se lo diré, Carolyn, la próxima vez que vaya.
Más relevante me parece a mí la enajenación simbólica, alienación espacial y cesión semestral que hemos hecho (autóctonos y alóctonos residentes) de guirilandia (uy! perdón, lo viejo quería decir) a las hordas de visitantes sonrientes.
Mi impresión es que ya no va a haber vuelta atrás, y que el bule se va a convertir en una barrera invisible e infranqueable. Al otro lado se está desarrollando algo oscuro, paralelo y progresivamente desconocido y carente de interés.
A ver donde acaba esto. Hace 20 años me gustaba hablar de lo viejo como un crisol de la sociedad donostiarra, donde el sábado a la tarde-noche te podías encontrar a cualquiera. Hoy, como me resisto a compararlo con benidorm, ya no sé qué decir. Por eso ya no voy.
P.D. Alejandro, lamentaré que acabes esta serie.
Cuando lees comentarios y son de un nivel digamos limitado, no les das más importancia. Todo el mundo tiene su opinión y ya está. Cuando contienen una mayor conciencia, los tomas en serio y te afectan más para bien y para mal. En fin, no descubro nada. Con esto quiero decir que agradezco tu comprensión, Nick. Los inadaptados estamos a falta de cariño 🙂