Sientes el tacto de la hierba en tus pies descalzos. Apuras una cerveza. Xabi y Adrián están tocando su tercer tema. Tu hija está jugando a esconderse entre arbustos, o en el arenero, o en esa cocina alucinante que fabricó algún vecino manitas. Poco antes unos críos han preparado ensalada. Lechuga, cebolla y zanahoria. Las han recogido del huerto con sus propias manos. Dedicas un momento a pensar en algún otro lugar en la ciudad en el que puedan hacer algo así. No se te ocurre ninguno.
Miras a la gente que te rodea. Hay quien se sienta en fardos de paja y quien se hunde en una hamaca. En el parque parece que todos encuentran o conforman su espacio con naturalidad. En los manteles de pícnic se comparten los tuppers. Las madres dan teta. Sabes que todos recogerán su basura. No va a hacer falta recordárselo a nadie.
No ves palos de selfie. Y eso que el entorno es precioso. El parque es uno de los escasos lugares que han logrado evadir ese recauchutado implacable que llamamos mantenimiento y conserva encanto y autenticidad a partes iguales. Dedicas un momento a fotografiar mentalmente los conjuntos de árboles, los invernaderos, las hojas de arbustos que emergen de la sombra. Piensas que esta última «foto mental» se parece demasiado a una de Yosigo y la borras.
Ya conoces los famosos depósitos. Te los enseñó Leire. La misma Leire que ahora te pide apoyo para salvar tu parque. Los voluntarios de la asociación muestran el depósito de Buskando como si se tratara de la Cisterna Basílica de Estambul. No saben que el verdadero tesoro del parque son ellos mismos. No son conscientes de la cantidad de recursos y energía que gastará la administración en campañas para impulsar la «participación ciudadana» y el «empoderamiento urbano». Palabras que pronto estarán tan machacadas como «sostenibilidad». Pues mira, de sostenibilidad sí que saben. No necesitan que ningún ayuntamiento o banco les dé lecciones.
Los de Luma siguen tocando el mismo tema. O igual es otro. Has perdido la noción del tiempo. Y del espacio. Lo que te pasa es que no acabas de creerte que un lugar así exista en tu ciudad. Si acaso en Dinamarca… Por un momento has dejado de envidiar el Darwin de Burdeos o la WesterGasFabriek de Amsterdam. Como si un soplo de sentido común hubiese transportado a Donostia a esa liga de ciudades que considerabas más avanzadas.
Pues no. No vivimos en una de esas ciudades.
Sabes que, como buenos paletos que somos, nos vamos a cargar el parque. De la misma manera que destrozamos la Bretxa mientras en otras ciudades se empeñaban en recuperar mercados tradicionales. Y, una vez más, cuando nos demos cuenta del error ya será demasiado tarde.
Volveremos a caer en esa «modernidad mal entendida». Nos subiremos al carro de las «Smart Cities». Nos dejaremos una pasta en hacer de Donostia una «ciudad inteligente» a base de implantar tecnología cara y con fecha de caducidad. Como vamos con retraso, no sabemos que si algo han aprendido las ciudades que están ya de vuelta de este cuento, es que lo que verdaderamente hace inteligente a una ciudad son los «smart citizens»: ciudadanía inteligente, empoderada y con capacidad de generar valor público en el espacio urbano. Vamos, ese tipo de estructura ciudadana que, en Ulia, nos vamos a cargar a golpe de excavadora.
Sabes que pasarán unos años y llegará un momento en el que, en un arrebato de curiosidad, miraremos más allá de los límites de nuestra pequeña provincia. Entonces, y con la confianza que da habérselo visto hacer a la ciudadanía guay de los países guays, volveremos con la carpeta llena de notas y nos pondremos a tratar de reproducir fórmulas con las que impulsar la participación ciudadana, valorizar el patrimonio natural y construido, dar espacio a modelos pedagógicos más avanzados, confiar en una sostenibilidad real basada en el sentido común… incluso seremos capaces de ver la belleza en ese punto de decadencia que solo alcanzan aquellos lugares que escapan del mantenimento excesivo con el que plastificamos la ciudad.
Cuando los que toman las decisiones se den cuenta de que todo eso ya lo tuvimos, y era de verdad, será demasiado tarde. Tendremos que conformarnos con que alguien monte un sucedáneo de cafetería «vintage» en los soportales de las “viviendas para jóvenes”.
El concierto de Luma ya ha terminado y toda gente ha subido al invernadero de arriba.
Tú, que además de hacer fotos mentales, también sabes poner música en tu cabeza, te quedas en babia escuchando «Big yellow taxi» de Joni Mitchell:
[…]Don’t it always seem to go
That you don’t know what you’ve got till it’s gone
They paved paradise
And put up a parking lot.
Ha llegado el momento de asumir la derrota. Este oasis en el que has pasado la tarde, tiene los días contados. «Una más», piensas.
La gente vuelve a acercarse al escenario de abajo. Preguntas al tipo que se sienta a tu lado qué grupo va a tocar. No olvidarás su respuesta:
«TEN FÉ»
3 Comentarios
[…] Pero sea como sea, lo vamos a arrancar el próximo domingo, 24 de julio. Espero que no veamos en el parque de los viveros de Ulia… ( el enlace os lleva a un artículo sobre el parque que me gustó mucho […]
¿Batalla perdida?
Eskerrik asko Edorta. Reflexiones muy acertadas sobre la deriva inconsciente y torpe de nuestros politiquillos. Envidian lo de fuera sin conocer siquiera lo q ya tenemos. Es una batalla perdida, pero cada ciudadano donostiarra q se percata de lo q significa este parque supone una victoria a la larga.