No había pasado ni un mes y 2013 iba camino de ser un año de mierda. Por entonces yo vivía en Madrid, un buen lugar en un mal momento, como le pasó en su día al periodista Enric González. En septiembre de 2012 me quedé sin trabajo por una estúpida imprudencia en una empresa ligada al sector farmacéutico y me marché con una mano delante y otra detrás, tras haber arrancado una exigua contrapartida económica y sin derecho a acogerme a la prestación por desempleo. Me habían ganado. Entre 2008 y 2012, el tiempo que pasé en aquella empresa, el mercado laboral se había desmoronado, muy especialmente en el sector periodístico y de la comunicación. No sólo a la construcción le tocó la china. Nosotros lo tenemos muy jodido para encontrar algo decente.
Encadené trabajos precarios como profesor de español para extranjeros y también como freelance en varias publicaciones que pagaban mal y tarde. Me hicieron la cobra (laboral) dos veces, que es lo peor que le puede pasar alguien que está atado Linkedin e Infojobs. No sé muy bien cómo, me ofrecieron escribir un discurso político para el PP. Sí, a mí también me extraña. El primer -y, por el momento, último- discurso político de mi vida. Me iban a pagar 300 euros. Y lo iba a leer nada más y nada menos que el ministro de Medio Ambiente, Miguel Arias Cañete. No les gustó y les pareció que eso era motivo suficiente para no pagarme. De vez en cuando se lo recuerdo por Twitter al exministro, aunque el pobre ya tiene bastante con lo de su mujer y los papeles de Panamá, entre otros marrones.
A todo esto, tenía que afrontar un alquiler desorbitado por una habitación en Malasaña.
Voy a ahorrarme todos los detalles personales de aquellos desafortunados 9 meses menos uno, que me sigue haciendo mucha gracia. Cuando toqué fondo, vino la ambulancia a socorrerme a las cinco de la mañana. Me hallaron hablando a borbotones en mi cama, vomitando a una velocidad endiablada todas las cuestiones que me atormentaban y no me dejaban en paz. Podían ser los recortes en Educación, la Memoria Histórica, Bárcenas, pero también chorradas como por qué seguía habiendo vasos de tubo en Madrid, quiero llamar a mi amigo Javi para hablar YA con él sobre el regreso de Suede y qué coño le está pasando a la Real que no espabila. Sudaba como un pollo extraviado en el interior de Almería. Cuando la enfermera me mandó salir de la cama para ir al hospital me negué. Allí mandaba yo. «‘¡Soy mod!», les dije. «No voy a ir en pijama. Traedme del armario unos pantalones ajustados, un polo Fred Perry y unos zapatos bonitos. ¡Rápido!». Aquellos pobres sanitarios debieron flipar conmigo. Me subieron hecho un pincel a la camilla y fuimos rumbo al hospital más cercano.
Estaba bastante chungo. Lo primero era buscar un curro que, a poder ser, me aportara ilusión y me ayudase a salir del bache. Lo segundo, alejarme de Madrid. Le estaba pillando manía. Tres años y pico después aún le guardo rencor.
Kulturaldia se gestó en un diván
Estamos en el barrio de Arguelles, la primavera luce radiante en Madrid. A través de una buena amiga, había empezado a frecuentar una psicóloga. Al principio me daba pereza contarle a una desconocida todos mis problemas. Luego ya no, te vas acostumbrando y lo ves como algo normal. Si no llega a ser por aquella terapeuta (lo siento, no recuerdo tu nombre) Kulturaldia no hubiera pasado del estado de standby, de ese bloqueo mental en la que se suele tener anotada la siguiente frase: COSAS QUE QUIERO HACER EN MI VIDA Y NO SÉ CÓMO LLEVARLAS A CABO. Además, descubrí que la consulta quedaba muy cerca de un bar castizo con la variedad más loca de pintxos de tortilla que haya visto nunca, casa Paco. Bar de viejos y tortillas a tutiplén. Qué tándem más maravilloso.
Lo primero que hice fue registrar el nombre y comprar los dominios. Como soy muy de chistes malos y juegos de palabras pensé que «kulturaldia» era unn buen gancho. Era simple. Fácil de pillar. Iba al grano. Podía utilizarse tanto en euskera como en castellano, con significados distintos pero complementarios. Necesitaba un referente periodístico al que agarrarme, una fuente de inspiración. Mi elección resultó ser una revista que conocía bien y en la que era colaborador habitual: MADRIZ.
Madriz.com, el espejo de una ciudaz especial
No todo lo que publicaban me interesaba, pero tenía un tono ácido, crítico, descarado, constructivo y moderno a la vez con el que me sentía identificado. Algunas firmas como las de Diana Aller y Filósofa Frívola las leía con atención y su agenda, con los planes recomendados de la semana, la he fusilado directamente sin pedir derechos de autor a nadie (¡gracias chicos!). Al principio escribía de música y luego le pegué a todos los palos, especialmente a aquello que tenía que ver con los planes de ocio y mi visión, cada vez menos condescendiente, de la ciudad. El gran hit llegó con un post sobre el barrio Antón Martín al que calificaba en el titular de hipster en un momento en el que la palabra hipster no daba tanta grima. El texo no era nada del otro mundo, pero logró levantar ampollas. Muchos de mis artículos iniciales de Kulturaldia están claramente influidos por mi etapa en madriz.com.
Aunque hoy en día funcione exclusivamente como página web, en los años 80 se empezó a difundir en formato físico y sirvió como altavoz de la Movida. Alberto Ruiz-Gallardón, entonces concejal por AP y sin la careta de moderado que algunos le pusieron en su etapa como alcalde (¿os acordáis cuando lo intercambiaban por Bono del PSOE?), la calificó de “porquería repugnante, pornográfica, blasfema en el sentido jurisdiccional de la palabra, contraria a la moral y a la familia”. Entran ganas de ir corriendo al quiosco y comprarse un número atrasado, ¿no?
El espejo de Kulturaldia lo tenía enfrente de mis narices, así que tan sólo había que adecuarlo al contexto donostiarra. La psicóloga me dio un tiempo extra para pensar bien en los apartados que iba a tener la web. La agenda, obviamente, debía estar. Las secciones habitualmente relacionadas con la cultura (cine, literatura, música, arte…) también tendrían su hueco, así como una parte dedicada a la gastronomía. Como último recurso siempre iba a poder hablar de un bar de pintxos. Las tres secciones que más visitas han generado (Auskalo, Denborapasa y Quién es Quién) llegaron al final. Iban a ser de relleno y resulta que han acabado por moldear la personalidad de la web. Kulturaldia no se entendería sin ellas.
Una de las razones por las que me marché a vivir a Madrid era para aprovechar todo aquello que no encontraba en una ciudad pequeña: conciertos de rock and roll, películas en versión original, exposiciones, bares que molan, acción… Se trata de algo muy habitual y que le pasa a mucha gente joven que acaba aburrida de hacer siempre lo mismo en su pueblo o ciudad de provincias. Pero en mi última etapa madrileña veía cómo muchos de los conciertos que me apetecía ver en Madrid (Night Beats, Ocean Colour Scene, Mikal Cronin, Nada Surf, Jacco Gardner…) también pasaban por Gipuzkoa ¡y con entradas más baratas!
Seguía sin tener trabajo. El plan en Madrid era que no había plan, con excepción de un proyecto de página web… en una ciudad situada a 500 kilómetros.
Donostia, welcome refugee
Me fui por la puerta de atrás, casi de estrangis, sin avisar a nadie. Escribí un post de despedida de Madriz.com muy cañero que tuvo una notable repercusión: «La decadencia también es musical«. La decisión la tomé en una noche y al día siguiente me subí al primer Alsa con destino a San Sebastián. La idea de vivir del aire me angustiaba, así que llamé a Lacunza. Después de siete años me readmitieron finalmente como profesor de español para extranjeros durante los meses de verano. Fueron muy amables y les estoy muy agradecido por acordarse de mí después de tanto tiempo. Con Lacunza me refiero a la escuela de idiomas que se encuentra en Mundaiz, entre el Dabadaba y el antiguo gimnasio. Parece que haya pasado una eternidad, pero hace sólo tres años Dabadaba no existía y el gimnasio aún tenía sus puertas abiertas.
Me esforcé en dar las mejores clases de la escuela. Me dí unos cuantos baños en la playa, aunque si la memoria no me falla fue un verano muy lluvioso. Me marcó la segunda edición del Kutxa Kultur Festibala. Las piezas de mi nueva vida empezaron a encajar. Iba a quedarme en Donostia y tenía que poner en marcha Kulturaldia lo antes posible.
13 Comentarios
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Acabo de descubrir tu web y me enganchan tus palabras. NO dejes de escribir, por favor!
Tú eres chachi y Kulturaldia también.
No sé quién eres, pero tú también eres chachi, oyes.
Muy interesante, me ha encantado este artículo. Kulturaldia es la revista blog que hacía falta en donosti. Larga vida a las buenas ideas
Mola mucho esto, querido!
Aupa, majo!
Crónica de un luchador.
Un cultureta out of time como tú te manda un abrazo, tocayo. Ah, y muy buena la entrevista que hiciste al concejal Ramos.. aunque yo no sea donostiarra (pero trabajo aqui) y quizá no sea el mas indicado para opinar.
Otro abrazo, tocayo. Y, qué va, seguro que tienes mucha más autoridad que el típico ciudadano local ignorante que pasa de todo y no se entera de la misa la media
No falla. La gente interesante es la que ha vivido cosas interesantes. Y con ello no digo viajes, polvos o menciones, sino cosas de verdad, cosas de esas que te obligan a pasar el túnel de mierda de la revisión personal. Cosas que casi te matan pero no lo hacen, al contrario, te cambian. Y no te vuelven valiente ni culto ni optimista ni chorradas de esas. Te vuelven un ser humano de verdad. Eres un buen ejemplo de eso, Jon. Enhorabuena por el artículo.
Muchas gracias por tus palabras, Alejandro. Suena a tópico, pero es muy cierto lo que dices. Abrazo