PUTO ATHLETIC

Vamos a hablar de religión, así que tendremos que ponernos serios. Es imposible relacionarse de verdad con alguien que odia lo que tú amas. Si alguien odia algo querido por ti (no es que tenga una mala opinión, es que no lo soporta y quiere que desaparezca), no os llevaréis bien. Podréis fingir que eso no existe, pero antes o después tu enamoramiento se expresará y ese alguien tendrá que esconder su desprecio. O se le escapará un comentario rabioso hacia lo que tú quieres, y entonces vuestra relación estará condenada a la superficialidad.

No sé si lo pilláis.

Cuando llegué a esta ciudad hace veinte años tenía por la Real una moderada simpatía. Era el equipo de mi abuelo, el segundo equipo de mi padre después del Athletic. Hoy tengo que esforzarme mucho para no dejarme contaminar por este ambiente de Puerto Urraco hacia el puto Bilbao, culpable de algo difuso pero global, algo terrible, una amenaza latente de la que inevitablemente formo parte. Por lo general, consigo una plácida indiferencia, pero hay veces en las que me parece que, como en Walking Dead, ya tengo dentro la rabia que condiciona mis pensamientos. Y entonces me cae todo mal de la Real: el espíritu de Atocha, el escudo coronado, el rollo ese de la humildad, Xabi Prieto tirando penaltis como si no fuera humano y la mujer de Xabi Alonso tirando de fama en su estilosa boutique.

No me sorprendería que a un donostiarra que ame la Real le pasara en mi ciudad algo similar.
Siguiendo el evangelio según San Mamés, voy a la Catedral cada domingo desde hace treinta años. Durante los últimos veinte, he tenido que hacer 200 kilómetros para ver al equipo que me ha tocado en suerte. Es extraño regresar inmediatamente después de un partido a una ciudad indiferente a la emoción que has vivido y de la que aún sigues impregnado. En cuanto paras en el primer semáforo de San Sebastián, el cordón umbilical con el partido, el Athletic y Bilbao se corta. De repente, el partido es irreal, un recuerdo vago. Y miras la bufanda que tienes en el asiento del copiloto como si alguien la hubiera olvidado allí. Hay una desconexión. No eres de aquí y has dejado de ser de allí. No eres de ningún sitio. Un existencialismo de primera división.

Desde aquí veo yo los partidos

Durante la semana, esa sensación es mucho más tenue, pero te vuelve algo vulnerable, suspicaz, con la piel fina y el egoísmo hipersensible del pez fuera del agua. El Athletic (o la Real o cualquier otro equipo que te sirva de referencia si te sientes fuera de lugar) te da tierra, filiación y una especie de reconfortante certeza. Es como el número de teléfono que llevan los perros en el collar. El hilo de Ariadna que garantiza el regreso. Todos los inmigrantes juegan las pachangas con la camiseta del equipo de su ciudad. No puede ser casualidad.

Y entonces cae sobre ti, como si fuera una carta certificada de Tráfico, el rechazo irracional hacia lo que quieres. Dos ejemplos.

Escucho cohetes en el Antiguo con cada uno de los goles que el FC Barcelona le mete al Athletic en la final de la Copa de Valencia, pero no los escucho, quince días después, con los goles que le mete al Manchester United en la final de la Champion League. Eso duele, amigos.

En la ikastola de mis hijos, durante varias temporadas, se pone a todo volumen el himno de la Real Sociedad cada vez que gana al Athletic. Se planta en la puerta una minicadena de música conectada a unos altavoces a primera hora de la mañana siguiente al partido, y tenemos el Txuri urdin maitea durante los diez minutos de entrada. No se pone cuando derrota al FC Barcelona o al Real Madrid, o cada vez que gana un partido, lo cual sería una tabarra pero razonable: sólo cuando gana el derbi. Un padre, socio de la Real, eleva una queja a Dirección. Otro padre se me echa encima y me dice que si no me gusta lo del himno que me aguante, o que me pire, que para eso estamos en San Sebastián. Una entrada de tarjeta roja clarísima.

(En una ocasión, al pasar junto a la minicadena pulso el stop, provocando un estruendoso silencio en el patio. Me siento como Tim Robbins en Cadena Perpetua cuando pone a María Callas por los altavoces de la prisión, pero al revés. Luego, al igual que él, me fugo.)

Asisto anonadado a esta espiral de fanatismo entre las dos aficiones. Me da vergüenza ajena que en San Mamés se insulte a alguien llamándole giputxi, entre otras cosas porque mis hijos y mi mujer son guipuzcoanos. Además es una idiotez. De los cuatro jugadores con más partidos en la historia del Athletic, tres son guipuzcoanos: Iribar, Etxebarria e Iraola. ¿De dónde sale esa rabia? ¿No saldrá de un himno puesto en contra de alguien en una ikastola pública? ¿No saldrá de los periódicos? En el año 2012, tras un gol de Vela anulado injustamente en San Mamés y la posterior derrota de la Real, el periódico referente de esta ciudad titula en su principal crónica: “Para fantasma, el gol de Vela”, y de un simple error arbitral se desliza como si nada una crítica al carácter bilbaíno (“un gol fantasma en tierra de fantasmas”) y a los favores que recibe sistemáticamente de altas instancias a las que la Real no puede acceder. Muy bonito todo.

No, esto no ayuda.

Tampoco ayudan los bobos de Bilbao. Cuando el Athletic está culminando el nuevo San Mamés y la Real nos presta el estadio, algunos aficionados cantan en los bares de Amara: “Anoeta no es un campo, es un futbolín”. Es genial. Te invitan a su ciudad, te dejan su casa, y tú les insultas. Y para que no quede ninguna duda de que eres un tonto de carnet les meas la estatua de Ormaetxea. Y claro, luego los bobos se van, pero tú te quedas aquí. Con los bobos de aquí.

En fin, todo esto es incómodo para un hincha que vive al otro lado de la autopista. El derbi es un grano en el culo que me sale dos veces al año. A veces intento hacer de puente entre ambas márgenes, pero creo que es un partido perdido. El Athletic fichará un día a un jugador de la Real si lo necesita, lo puede pagar y el jugador quiere, y un nuevo episodio de rabia volverá a extenderse por la ciudad. El Athletic no hará nada que no haya hecho durante más de cien años, que no haga la propia Real y que no hagan, multiplicado por diez, las grandes potencias futbolísticas que vienen tranquilamente de compras a San Sebastián. Pero será culpable de males infinitos. El Athletic como opresor. Como culpable necesario, arrogante y voraz. Como rival a derrotar por la identidad sectaria. Como símbolo del agravio comparativo que mantiene sepultada a Gipuzkoa en favor de Bizkaia. El Athletic de la EiTB. Del PNV. Del Villarato. De la Troika. De la CIA. De los Iluminati. De Spectre. Y de los lagartos de V.

Yo estoy enamorado del Athletic. Sé que es tontaina y ridículo, y que no me conviene. Pero no puedo evitarlo. Tampoco pueden evitar odiar al Athletic muchos realistas al parecer. No le veo fácil arreglo. Así que seguiremos viviendo en la misma ciudad y en diferente planeta. Y yo seguiré intentando no odiar a vuestro equipo. Ya os diré qué tal me va. No prometo nada.