Amalia Zuatzua, una octogenaria de más de 90 años, tira de memoria: “Mi abuelo nos contaba que la noche de Reyes de 1869, un estruendo como nunca se había oído brotó del corazón de la bahía y tras unos segundos de insoportable silencio una ola gigante cayó sobre la ciudad dejándola sin internet”. Ni los más viejos del lugar recuerdan una ola como la del pasado viernes, una masa de agua del tamaño de un edificio VPO de 80 plantas colisionó contra el monte Igeldo provocando que todo un barrio fuera arrancado de su ubicación hasta posarlo suavemente en el centro de la ciudad. No hubo que lamentar víctimas, aunque varios de los vecinos desplazados lamentan que ahora no pueden sintonizar la televisión francesa. Son estos pequeños desajustes en sus rutinas lo que más les está costando encajar, desde ese fatídico día un vecino que prefiere ocultar su identidad no encuentra la paz. “Me cago en todo, y ahora dónde planto yo la marihuana, ¿en el Bershka?”.
El exalcalde Juan Karlos Izagirre se ha erigido en el representante de los vecinos de Igeldo y no oculta su preocupación ante lo que él entiende como un abandono por parte de las administraciones. “En el ayuntamiento se han limitado a emitir un comunicado diciendo que Goia y Gasco han conseguido que la red de bidegorris pase por Igeldo, mientras que el gobierno estatal nos niega la declaración de zona catastrófica, nos dicen que vivimos en la zona más cara de España, que nuestras casas se han revalorizado, que qué más queremos”. Ante la pregunta de si ahora la lucha por la secesión de Igeldo carece de sentido se muestra tajante: “si hay que hacer un Treviño, lo haremos”.
Aunque sólo han pasado cinco días, se empiezan a notar cambios en la ciudad, desde Donostia 2016 permanecen muy atentos a esta transformación y consideran que se abren oportunidades interesantes. “Es un desafío de convivencia mayúsculo, lo de Israel y Palestina al lado de esto es una cena romántica, pero estamos convencidos del potencial de esta ciudad y de su capacidad para encontrar nexos y salir fortalecida. Es fantástico oler a mierda de vaca en plena Avenida y a la vez ver a un kaxero pillar número para comprar unas cápsulas en la tienda de Nesspreso”.
La cultura y su poder de sanación tienen ante sí un reto descomunal y en la oficina de la capitalidad lo tienen claro: “Esto no se va a solucionar haciendo una lectura pública de poemas de Bertolt Brecht, vamos a tener que jugar duro y leer pasajes de El Principito”.
El suceso deja tras de sí una ciudad confundida tratando de asimilar lo inexplicable. Una ciudad rabiosa que necesita comunicarse y descargar su frustración ante la catástrofe que les ha tocado vivir. Atrás quedaron los tiempos en los que los donostiarras demostraban su ira echando toallitas húmedas al retrete y atascando el alcantarillado. Ahora necesitan salir a la calle, tocarse, hablar, gritar si es necesario, mostrarse tal y como son, vulnerables y contrariados. Un niño observa con cara de asombro a una pareja de bueyes que esperan en un semáforo, las nubes que desde hace una semana oscurecen la ciudad se retiran y un sol vespertino y débil asoma con timidez. San Sebastián se prepara para un nuevo amanecer.
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