Si hay alguien en la Parte Vieja con espíritu crítico sobre la vida en general y Donostia, en particular, ése es Luis Beltza. Con él también puedes hablar de música, por supuesto. Luis lleva al frente de su tienda de discos, Beltza Records, 25 años, ubicada en la calle San Juán nº 9, en un lateral de la Bretxa. Hace tiempo que se queja del «olor a Riki Pollo» que expulsan los negocios de comida rápida del centro comercial y también es muy crítico con la ordenanza municipal sobre las terrazas en la ciudad. Las mesas y sillas de los bares que tiene a su alrededor prácticamente han engullido su «espacio vital» y, de no ser por los preciosos escaparates de discos de vinilo que monta con esmero, Beltza Records pasaría inadvertida a ojos del viandante.
Lucha a contracorriente frente al poderoso lobby hostelero y el espectacular auge del turismo. «En la campaña electoral le paré por la calle a Eneko Goia y le pregunté si iba a limitar el espacio asignado para las terrazas. Me dijo que no, ¡que lo iba a ampliar!», comenta. La normativa, que se aprobó en 2013 con los votos a favor de la oposición (PNV, PSE y PP), era más flexible con el horario de cierre de las terrazas y desde un primer momento levantó ampollas entre la asociación de vecinos Parte Zaharrean. «Donostia se acabará llenando de turismo molesto y perturbador, como en Mallorca, Salou o Gandía», avisan en este artículo .
«Esto es sólo el principio«, remacha Luis, cuando se le pregunta sobre qué opinión le merecen los grupos de turistas arremolinados ante un guía que realiza un walking tour con el típico paraguas señalando el cielo.
La otra cara de la moneda la encontramos a apenas 2-3 minutos andando de Beltza. La esquina entre la calle Mayor y la calle 31 de agosto bulle más que nunca. La noche del lunes es magnífica. Y en la escalinata de la iglesia Santa María no cabe un alfiler, la mayoría turistas extranjeros de entre 25 y 35 años que apuran una cerveza, engullen un pintxo o beben su primer gintonic ¡con pintxos de ensaladilla rusa! Entramos en territorio guiri, no hay duda. Los principales beneficiados son los bares Atari y Sirimiri, pero también el Vergara, que guarda las esencias del bar de pintxos donostiarra de toda la vida.
Su dueño, Álvaro Manso, se muestra moderadamente satisfecho. Admite que «hay mucho movimiento», pero también opina que desde que llegó la crisis la temporada de verano sirve para «tapar los agujeros del invierno». «La calle está llena, pero no se consume tanto como antes», lamenta. Más adelante, en la clásica heladería Oyarzun se ha formado una buena cola de locales y turistas. Xabier de la Maza, cofundador del colectivo La Salsera, embrión de proyectos como Pantori, The Loaf y Musika Parkean, es uno de los que aguarda su turno. Y está encantado de esperar.
Los datos están ahí. A partir del fin de la violencia en octubre de 2011, Donostia va como un tiro. Se vende sola. Desde 2013 se baten récords de entradas de visitantes y pernoctaciones a cerca de 1 millón por año. Se ha conseguido afianzar la tendencia de la internacionalización del turismo. Y ya no es raro oír acentos de países nórdicos, del este de Europa o incluso de países de Oriente Próximo. La cuestión a partir de ahora será ver hasta cuándo puede seguir creciendo el turismo en esta ciudad.
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