El ex alcalde socialista, Odón Elorza, y el nuevo alcalde, Juan Karlos Izagirre, se fundieron en un abrazo el día que Donostia se coronaba como capital cultural europea. Fue la foto del día. Uno del PSE y uno de Bildu juntos y exultantes por una causa en común en un tiempo, junio de 2011, en el que, por cierto, ETA seguía en activo. Hoy, que somos más libres, es impensable. Tenemos que darle la vuelta a la fotografía que descansa en la mesilla de noche; casi tres años después, ha pasado a convertirse en una imagen propia de un pasado extrañamente remoto. Elorza, que fue el impulsor de la candidatura, es Diputado por Gipuzkoa y la última vez que vino a San Sebastián organizó una rueda de prensa para denunciar el “sectarismo” de Bildu. Se mostró especialmente crítico. No dejó títere con cabeza.
Hoy, 18 de marzo de 2014, faltan cerca de dos años para el inicio de Donostia 2016. Son unos 600 días de aquí al 1 de enero de 2016. Sin embargo, en lugar de dejar trabajar a sus responsables y mantener una distancia prudencial -cuidado: no exenta de una mirada crítica- todo se mira con lupa. De repente, nos hemos vuelto apocalípticos. “Izagirre va camino de cargarse 2016”, ha señalado el portavoz del PP en el ayuntamiento, Ramón Gómez. Últimamente, uno tiene la sensación de estar asistiendo a una interminable temporada de “Gran Hermano” en horario de prime-time. Y si va acompañado de una foto en la que aparece la (pen)última dimisión en la oficina de 2016 habremos conseguido que el mismo George Orwell se revuelque de alborozo en su tumba.
Al menos a las señoras de la limpieza de 2016 no se les pasa por la cabeza dimitir: temen salir en los periódicos.
El Diario Vasco, el principal altavoz de Gipuzkoa, publicaba en portada que la inauguración “oficial” de las nuevas oficinas se retrasa tres meses; de abril a verano. Cabe recordar que el equipo de 2016 ya trabaja a pleno rendimiento en la antigua sede de bomberos de la calle Easo. La confusa cancelación de la bertso-bazkaria de Amets Arzalluz y Jon Maia, miembro de 2016, en el bar de un exrecluso acogido a la Vía Nanclares, Iñaki Rekarte, ha recibido más atención que el que obtendrá todo el contenido programático de la capitalidad. En cambio, el reciente viaje de la delegación de la Fundación San Sebastián 2016 a Japón, donde se supone que ha vendido las bondades del programa y se han estudiado posibles acuerdos de patrocinio, sólo ha ocupado una columna de agencia.
Las prisas nos están jugando una mala pasada: las instituciones culturales implicadas no pueden anunciar su programa de actividades hasta al menos un año y medio antes de la fecha de inicio. Poco importa. Donostia-San Sebastián 2016 se ha convertido en un prematuro pim-pam-pum, en el saco de boxeo predilecto de la opinión pública guipuzcoana. Es cierto que el complejo entramado político de la Comisión (Ayuntamiento, Diputación y Gobierno vasco) no ayuda; ni los constantes cambios en el equipo; ni la falta de visibilidad y personalidad de un proyecto fundamentalmente teórico que no se sabe dónde empieza y dónde acaba; también es verdad que las famosas «olas de energía ciudadana» se han evaporado y lo único que nos queda son olas reales de más de 10 metros embistiendo nuestra costa.
Se ha instalado un desconcierto general entre tanto cruce de golpes. Estamos empachados de un reality salpicado de enredos variopintos. En esta misma página web, al recapitular todo lo sucedido alrededor de Donostia 2016, desde el famoso abrazo Odón-Izagirre, nos dimos cuenta de que habían pasado muchas cosas, quizás demasiadas. Lo bueno es que hoy todavía es 18 de marzo. Hoy una pregunta tan sencilla (y fundamental) como ésta puede ser retórica: «¿Qué es exactamente Donostia 2016?».
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