-Buenos días, ¿es Kutxa?
-Sí, le escucho perfectamente.
-Buenas, quería solicitar información para cancelar mi cuenta. Quiero saber qué tengo que hacer, cuáles son los pasos a seguir, que me explicaran un poco el proceso.
-Uf, me pone usted en un compromiso.
-¿Perdone?
-Mire, no se lo tendría que contar pero nos están apretando mucho con los resultados de este trimestre. Mi puesto pende de un hilo y mi jefe de zona me la tiene jurada.
-Disculpe, yo simplemente quería información.
–Tengo 50 años, una hija estudiando francés en Magaluf y el pequeño que no sé qué hacer con él.
-Yo sólo quiero cancelar la cuenta.
-Digo el pequeño por decir algo, metro noventa y 120 kilos de puro sebo. Malo para estudiar, malísimo, está feo que yo lo diga pero es el mayor zoquete que ha parido madre.
-Lo siento mucho pero ese no es mi problema.
-Zoquete y vago, que lo tuve que apuntar a clases particulares para que empezara a gatear. Una joya.
-¿Me podría pasar con alguien que me informara?
-Yo tengo una edad muy mala para quedarme en el paro. Imagínese la situación, todo el día en casa, dando vueltas a esta cabecita. Y claro, a uno le gusta beber y divertirse como a todo el mundo y yo con el alcohol nunca he tenido medida.
-Si no me va a ayudar cuelgo y trato de hablar con otra persona.
-A ver, borracho tampoco es que sea uno, pero mis ocho o nueve cañas todas las tardes sí que me caen. Viernes, sábados y domingos ya añadimos los combinados, que no todo en la vida va a ser trabajar.
-Pues nada, le dejo con su vida y llamo más tarde a ver si me responde otra persona.
-¡Pero por favor, que estamos hablando! Le estoy a usted contando una problemática muy seria y no hace usted más que poner palos en las ruedas.
-Si encima me va a echar la bronca.
-Usted está obcecado en lo suyo y yo le estoy ofreciendo un contexto, le estoy enseñando el mapa completo de la situación. Y ante una persona que sufre usted sigue en sus trece.
-Perdone, pero yo simplemente llamaba para cancelar mi cuenta.
-¿Dónde queda el escuchar a las personas? Mecagüen la leche con los vascos, toda la santa vida pidiendo diálogo y cuando te pones a hablar con uno te quiere imponer su criterio.
-Oiga, que esto no es una discusión de pareja, yo le digo lo que quiero hacer y listo.
-¿Y si no lo hago, me pegas un tiro en la nuca? ¿Me pones una bomba en el coche?
-Cuidado, cuidado, que ya se está usted pasando.
-A ver, no me malinterprete, yo tengo muchos amigos vascos. No me va a usted cambiar mi opinión sobre ellos. Gente maravillosa, trabajadora, noble, al principio tímidos pero una vez que cogen confianza…
-Me parece muy bien, pero qué hay de lo mío.
-También te digo que a veces con los del trabajo y el sacrificio se pasan un poco. ¿Has oído hablar de la erótica del sufrimiento?
–No.
-Yo tampoco, por algo será.
-Mire, se me acaba la paciencia.
-¡Paciencia dice! Yo llegué al País Vasco con 12 años, con una mano delante y otra detrás, desde entonces toda la vida aquí. Le voy a decir una cosa, no es causalidad que fuera uno de Bilbao quien dijera “¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo!”, mientras que la frase más pronunciada por uno de San Sebastián sea “Nosotros nos vamos ya para casita”.
-¿Pero qué me está contando?
-Ahí se lo dejo, para que reflexione un poco sobre el tema.
-Yo sintiéndolo mucho le voy a tener que dejar que tengo que hacer unos recados.
-Muy bien, pues nada, muchas gracias por llamar a Kutxabank.
-Gracias a usted, que pase un buen día.
-Igualmente.
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