Una mañana, al despertar de un sueño intranquilo, el jefe del aparato político de ETA decidió contratar a un Community Manager. Su primer día no fue fácil, se olvidó de desmarcar la pestaña de la ubicación geográfica de sus tuits y casi acaban todos entre rejas. Su trabajo en un principio era complicado, no podía publicar fotos con lugares reconocibles ni rostros, y los mensajes de texto debían cifrarse de modo que nadie pudiera entender su significado. A pesar de esos pequeños contratiempos consiguió más de 2 millones de “Me gusta” y 5 millones de followers en una semana.
La organización había decidido dar un giro amable a su política de comunicación y poco a poco fue abriéndose al público. Necesitaban el apoyo de jóvenes con estudios superiores y muy activos en las redes sociales, que según una circular interna eran los más fáciles de manipular. Los mensajes cifrados dieron paso a textos cortos y calculadamente ambiguos: “Matar está mal, pero peor es comprarte un móvil android” o “Somos la única banda moribunda que no toca en el Primavera Sound”. Ese preciso toque de humor y autocrítica conquistó internet en un tiempo récord.
El siguiente movimiento para lavar la imagen de la banda fue regularizar su situación. Dieron de alta una asociación sin ánimo de lucro llamada Los Artistas Anteriormente Conocidos Como ETA. Con los papeles en regla se produjo el paso lógico tras triunfar en las redes sociales: entrar en el circuito de monólogos. Como todo el mundo sabe, a las mujeres españolas se las conquista con el sentido del humor, y los hombres españoles quieren parecerse a los que conquistan a las mujeres españolas. Con el objetivo de seducir a un país entero eligieron a su activista más dicharachero y lo enviaron con su pasamontañas y su voz distorsionada a foguearse en bares y teatros de provincias. El público abarrotaba cada actuación, nadie quería perderse la última tendencia en post-humor. Contaba con mucho gracejo lo mal que lo pasaba de copiloto cuando una militante trataba de aparcar un coche-bomba o lo frustrante que resultaba ver tu foto en el telediario y no poder decir con orgullo a todo el bar “ese soy yo”. La gente salía encantada, era un terrorista pero tenía los mismos problemas y preocupaciones que ellos, y encima les hacía reír.
Con su índice de popularidad en todo lo alto la organización decide lanzar su ataque definitivo. Hicieron una reunión interna y según el perfil y la personalidad de cada uno de ellos se les encomendó una misión. Uno para las tertulias, otro para los concursos de cocina, otra para tronista, realities y platós de Telecinco, otro tenía que hacer su propio programa de actualidad en La Sexta, otro crearía un grupo de hip-hop, así hasta que nadie quedó ocioso. El dinero empezó a entrar en la organización, y no había zulos sin vigilar en todo Iparralde como para meter tanto billete de 500 euros. Dentro de la banda surgió una voz discrepante con el giro que estaba dando la organización, pero se solucionó nombrándole tesorero.
Estaban de moda, eso era innegable. Los jóvenes y no tan jóvenes empezaron a copiar su forma de vestir, su manera de hablar, surgieron imitadores por doquier que trataban de superar a la marca original.
Hasta que llegó lo inevitable.
Moisés, un chaval de 15 años residente en Carmona, obsesionado con parecerse a sus ídolos, fabricó una granada siguiendo las instrucciones de una página web. Se dirigió a un coche patrulla de la Guardia Civil que estaba aparcado cerca de un bar y le lanzó el artefacto, con tan mala fortuna que le explotó en la mano. Amputación del brazo derecho por encima del codo y pérdida total de visión en el ojo izquierdo, ese fue el parte médico.
La sociedad quedó conmocionada, los mismos que elogiaron el aire fresco, transgresor y desprejuiciado que había aportado ETA al mundo del espectáculo y la cultura, ahora clamaban en las redes sociales por un boicot a los anunciantes de los programas en los que aparecían. Dejaron de salir en las televisiones, de dar bolos en las discotecas, de ser contratados en las casas de cultura. La masa, siempre voluble y siempre en posesión de la verdad, les dio la espalda para siempre. Y ese fue el verdadero final de ETA.
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