No sé cambiar la rueda del coche, pero estoy dispuesto a pagar de forma exagerada para que lo hagan. Esa es la base del capitalismo, que la gente inútil -en la acepción de inútil que usaría tu difunto abuelo- disponga de dinero para malgastarlo. La propia sociedad del bienestar nos lleva por ese camino, ya que al tener todas las necesidades básicas cubiertas lo que me pide el cuerpo es encender la tele y tumbarme en el sofá. Podría apuntarme a un curso de mecánica del automóvil y llegar todos los días a casa con las manos negras, pero esa latita de cerveza de la nevera no va a salir de ahí dentro ella sola. Prioridades.
Deberíamos admitir que jugamos al Candy Crush o echamos la siesta no por dejadez o inercia, sino para dar una oportunidad a los que no se lo pueden permitir. Si yo soy capaz de formatear mi ordenador sin ayuda, pintar mi casa y hacerme un sinfonier partiendo del tronco de un abedul, ¿a quién estoy ayudando? Me sentiría muy útil y autosuficiente, pero estaría siendo un egoísta. El dinero que no produzco mientras no hago nada de provecho tiene que volver a la sociedad para que el sistema no colapse. Sólo hay una cosa peor que un pobre que no gasta: un rico que no derrocha.
No querría acabar siendo pesimista, la sociedad ha avanzado una barbaridad: hemos conseguido que el niño enfermizo que no llegaba a los 5 años en la Prehistoria, ahora se pase todo el puñetero día jugando a la consola y bebiendo cocacolas de dos litros a morro. No sabe hacer fuego con dos palitos, pero con los dos pulgares oponibles -gracias a un proceso evolutivo al que no contribuirá- es capaz de cometer 100 faltas ortográficas por minuto con el móvil. Cuando crezca y busque un trabajo se dará cuenta de que ni siquiera puede aspirar a uno aburrido, mecánico y mal pagado. Entonces recurrirá al mayor de los inútiles y sacacuartos según tu difunto abuelo: el psicólogo.
Hemos conseguido curar la tuberculosis, pero todavía no existe vacuna para combatir la apatía. El sistema sigue funcionando, seguramente gracias a ti. Te importe o no.
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