Descubrí la cocina india durante mis años de estudiante en Madrid, donde los restaurantes indios proliferan en el mítico barrio de Lavapiés. Si bien mi principal motivación (aparte de la curiosidad) para probar la comida india fue su bajo precio en comparación con lo que costaba tomarse unas tapas (algunas absolutamente repugnantes) en cualquier bar típicamente madrileño, pronto me hice adicta al pollo «tikka masala», los «nan» y al arroz cocinado con nata y frutos secos. Mi afición por la comida india aumentó al conseguir un trabajo de camarera en «Namaskaar» un restaurante indio de la calle Vergara (si os pasáis por Madrid, os recomiendo que vayáis) donde pude probar todos y cada uno de los deliciosos platos que servíamos.
Al volver a Donosti hace unos años, no me sorprendió demasiado comprobar que el único restaurante indio que existía llevaba cerrado unos cuantos meses, así que cuando hace poco me enteré de que iban a abrir uno en el Boulevard, me puse loca de contenta. Desempleada como estaba y con ganas de repetir la experiencia que tuve en Madrid, ayer, día de Sant Jordi, sustituí el libro y la rosa por un currículum y me planté en el restaurante. Cuando le conté al jefe mi experiencia previa me dijo, como en las pelis: «Empiezas hoy a las 8.» Fue todo tan rápido que no me dio tiempo a preguntar acerca de las condiciones, pero me dije que lo haría esa misma noche, justo antes de empezar a trabajar. Llegué al restaurante a las ocho menos cinco y ¡sorpresa! el jefe no estaba. Tras una hora durante la cual conocí a mis compañeros y atendí algunas mesas, llegó el jefe y se metió en el almacén sin decir ni mú. Lo seguí y le pregunté, directa pero educada, acerca de las condiciones. La conversación se desarrolló así:
YO: Esta mañana con las prisas se me olvidó preguntarte acerca de las condiciones.
ÉL: ¡No no no! Primero te veo trabajar y luego decidimos las condiciones!
YO: ( boquiabierta) Eso no va a así. Tú me dices las condiciones antes de empezar y yo decido si acepto o no.
ÉL: No puedes preguntar las condiciones cuando entras a trabajar a un sitio. Además de este restaurante, tengo un bar de copas y funciono así. No me puedo permitir un camarero ponga los hielos uno a uno cuando prepara un gin tonic. Necesito a alguien rápido, ¿entiendes? Primero tengo que verte trabajar y luego ya depende de cómo trabajes, decido las condiciones. Yo lo hago así. (Así ¿cómo? ¿ILEGAL?)
YO: (ojo derecho cuadrado, mandíbula en el suelo) ¿Decides lo que valgo después de verme trabajar? Es la primera vez que me pasa…
ÉL: Mira, tú ahora trabaja TRANQUILA (no había indicios de nerviosismo en mi tono de voz ni mis formas. Ganas de matar me sobraban) y hablamos a la noche.
YO: (asintiendo cabizbaja, por aquello de la costumbre) Vale.
Salí del almacén y tras tres minutos de tener el cerebro como Homer Simpson cuando ve un donut, mi cerebro gritó: «¿¿¿¡¡CÓMO QUE VALE!!!???» Empecé a recordar mi paso por diferentes trabajos; las horas extras no remuneradas, los 500 euros mensuales que me pagaban en una panadería por 7 horas de trabajo diarias de lunes a sábado (saludos a los empleados de Fnac, que seguro que esto les suena) las «colaboraciones» (nunca remuneradas), los acosos sufridos por jefes y clientes, etc. Sentencia de mi cerebro: NI UNA MÁS, SANTO TOMÁS. El corazón me iba muy deprisa, no sólo por la furia, también porque por primera vez en mi vida decidí coger mis cosas y largarme sin mirar atrás.
Casualidades de la vida, el editor de Kulturaldia, Jon Pagola, se había puesto en contacto conmigo ese mediodía para preguntarme si quería escribir para la revista, así que cuando se me pasó el cabreo (hace aproximadamente un par de horas) pensé: «Qué afortunada soy por no tener bocas que alimentar ni hipotecas; por poder elegir no ser pisoteada y por tener la oportunidad de compartir mi experiencia y que esta tenga mucho más alcance del que podía haber tenido.»
Gracias por leer.
6 Comentarios
Me troncho. La semana pasada tuve una entrevista para entrar de camarero en un restaurante indio en NORUEGA, y su discurso fue desde el primer momento: vas a venir dos días a mirar como es el trabajo, a ver si te sientes cómodo y para ver yo como lo haces. Esos dos días no te los pago y al tercer día que vengas hablamos te empiezo a pagar.
El segundo día fue ayer y al final de la jornada me ofreció el trabajo con todos los detalles. Dinero, horarios etc.
Hoy mismo tuve una entrevista para otro puesto como pinche dcocina en una cadena de restaurantes bastante grande en el país y el discurso ha sido más o menos similar. Vienes, trabajas unas horas para ver yo qué sabes hacer y después y demás.
Es la primera vez que pido trabajo en un sitio así, pero parece ser que es una actividad habitual. Quizás sea porque no se fian de mi experiencia…
Ahora a toro pasado me arrepiento de no haber pedido que me pagaran los dos días de trabajo en el indio. Que curré igual que el resto.
De todo se aprende, no?
Parece que hablamos de diferentes restaurantes. Sinceramente yo soy casi fija todas las semanas, me encanta la comida y por supuesto el trato. Hay que entender que los comienzos son difíciles y necesitan su tiempo de adaptación. Siempre he ido con alguien diferente a cenar o comer y todos han salido encantados y con ganas de volver. Es un restaurante que ofrece una comida exquisita con un toque que te sumerge en un mundo diferente, el trato del personal correcto y agradable, preocupándose en todo momento de cada detalle.
Respecto a los del trabajo… En cualquier sitio de la parte vieja te hacen una prueba y después te comentan sí vales o no y cuales con las condiciones…tampoco es para tanto… Al final son las ganas de trabajar de cada uno y a veces hay que ser un poco humilde para luego poder recibir….
Hola Helena.
Me alegro de que tu experiencia como clienta haya sido buena. Como no llegué a probar la comida, no puedo opinar sobre ella. He opinado sobre mi experiencia como trabajadora.
No entiendo qué tiene que ver la humildad con que se te expliquen las condiciones laborales, a no ser que lo que entiendas por humildad sea bajar la cabeza y tragar.
Un saludo
Yo estoy contigo. Tal y como yo lo entiendo, en un mundo como la hostelería, donde encuentras gente que hace el trabajo de tres sin despeinarse ni perder la sonrisa, es normal que el empleador quiera saber cómo trabajas antes de decidir cuánto vales como trabajadora. Eso, claro está, si lo que pretendes es cobrar como alguien que vale por tres. Pero de entrada habrá que suponer que al menos vales como uno, ¿no? Me toca MUCHO las narices que los empresarios (de pacotilla) pretendan que para merecer el salario que te corresponde por convenio tengas que hacer méritos. ¿Méritos? No, perdona, primero me pones un salario normalito, el que pagarías a cualquiera independientemente de su valía, y luego me dices hasta dónde puedo llegar si demuestro mi valía. Es decir, me pones de entrada el salario que sea, por ejemplo, 1.000 euritos, y después de eso me dices hasta dónde puedo llegar a cobrar si te demuestro que valgo más. Si luego resulta que no valgo ni para merecer 1.000 euritos, pues me despides y santas pascuas, que para eso está el periodo de prueba.
Pero claro, si resulta que mi salario «base» son 500 euros, y voy a tener que batirme el cobre para un salario de 1.000 euritos, entonces casi que paso de molestarme. Quien quiera esclavos que no cuente conmigo.
Por desgracia en el mundo de la hostelería está muy extendido lo contrario. Tú de entrada empiezas a trabajar, sin saber cuánto cobrarás, qué horario vas a tener, o si tendrás vacaciones algún día, y como te descuides, te terminas yendo a los dos meses sin cobrar un duro y sin haber cotizado a la Seguridad Social. Te puedo contar un montón de casos. Pero que se haga mucho no quiere decir que debamos tolerarlo. Creo que hiciste muy bien dándote el piro. Lo que hiciste mal fue cuando te dijo «empiezas hoy a las 8», ahí debiste ser más viva y responderle inmediatamente «primero hablemos de las condiciones».
Si lo miras por el lado positivo, algo bueno te llevas: has aprendido una lección para el futuro. Y al compartirla has permitido que mucha gente que podría caer en el mismo error aprenda de tu experiencia.
He encontrado tu post al buscar algo de información sobre el restaurante para ir allí a comer. Después de leer tu experiencia, ¡ni lo intento! Paso de sitios en los que tratan así a los trabajadores. Y por lo visto, según el comentario de María, a los clientes tampoco los tratan demasiado bien. Qué pena, con las ganas que tenía de tener un buen hindú en Donosti 🙁
A mí me pasó algo parecido en Londres, aunque no fue exactamente lo mismo. Allí te hacían un par de horas de prueba antes de decidir si te contrataban, aunque allí aquello iba en las condiciones, que ya me las habían explicado en la entrevista previa. Así que es lo mismo, pero al menos yo lo sabía y lo acepté. Por lo visto allí es muy normal… Y normalmente también, si te dicen que vayas a la prueba es porque pretenden contratarte.
Tuve la misma ilusión inicial acerca de la apertura de un nuevo indio en Donosti, pero rápidamente me lleve el mismo chasco. No como trabajador, sino como intento de comensal (sí, intento, porque nunca llegue a comer).
A pesar de las advertencias de mis amigas (para nada novatas en comida india) la semana previa (larga historia que se resume en pésimo servicio, postre con sabor a don limpio y calidad inconstante de la comida) decidí omitir la información y confiar en que serían contratiempos de la primera semana de apertura. Cuando llegamos nadie nos atendió, a pesar de ser muy evidente que estábamos esperando. Tuvimos que abordar finalmente a un camarero para que nos hicieran caso. Conseguimos que intentaran confirmar la asistencia de una mesa reservada y avisarnos de si podíamos cenar o no, porque todo estaba lleno. Tras 15 minutos esperando a que nos dijeran simplemente sí o no tuvimos que ir nosotros a preguntar qué había pasado con la mesa. Con toda la tranquilidad del mundo «Ah no. Sí ya están sentados». Nadie se dignó a decirnos que no había ninguna mesa libre. Parece ser que el tiempo de los demás no importa. De todas maneras durante el tiempo que estuvimos descubrimos el caos que había en el restaurante: 5 camareros que no hacían más que moverse de un lado a otro, pero que realmente no hacían nada; totalmente ineficaces, mientras los comensales miraban a su alrededor estupefactos porque en 15 minutos nadie había sido capaz si quiera de preguntarles por la bebidas, el ruido de la televisión que se añadía a las lucecitas de la maquina tragaperras… No fueron capaces de darnos ni correctamente el número de teléfono del restaurante.
Desde luego que solo con lo que vimos… no tenemos intención de intentarlo.