Él era el quarterback del Instituto Mundaiz y ella la jefa de animadoras del Peñaflorida. El resto de la historia debería ser una obviedad.
Ella quería conocer mundo y él soñaba con descubrir lo que ella escondía debajo de la ropa, el paraíso a menos de 10 centímetros. En uno de esos momentos, en su txoko secreto del monte Urgull, ella pronunció una de las frases más tórridas y desconcertantes que puede salir de la boca entreabierta de una adolescente.
-No me toques ahí que me gusta.
La vida real imita a la ficción, que desemboca en un telefilme, que es el morir. Solo así se explica que fueran juntos al baile de fin de curso en una noche de viento sur y luna llena. El chico trataba de disimular ante el espejo un grano mal explotado, el padre de la chica observaba cómo la virginidad de su hija se quedaba en casa mientras ella salía por la puerta, los dos sentados en el asiento de atrás de un taxi que apestaba a KISS FM. Fiesta, presentaciones, cotilleos y bravuconadas. En el momento en el que bajan la luz y suenan las lentas alguien echa vodka en el ponche de frutas. Volviendo a casa, entre vómito y nausea, se juraron amor eterno.
Tenían toda la vida por delante y la vajilla de las decepciones sin estrenar. Creían que los que trabajaban de noche en una gasolinera eran los que no habían aprobado la EGB. Estaban convencidos de que los que vivían en Bidebieta lo hacían por elección y no por descarte. Las verdades en estribillos de melodías pegadizas y los amigos eran para toda la vida. Pensaban que las desgracias se ahuyentaban a base de optimismo y besos con lengua. Eran tan jóvenes y despreocupados que sólo podían ir a peor.
La vida les fue golpeando despacito, sin buscar el KO, sabedora de su superioridad. Un trabajo precario por aquí, la ausencia del mismo por allá, el deseo de conocer otros cuerpos, la misma borrachera, el mismo chiste. Una labor de zapa sorda y constante, mes a mes, año a año. La primera cana, borrar la ingeniería técnica del currículum, saber que tus padres quieren que te largues, que él llame y silenciar el móvil, un regalo para ella envuelto con desgana. Huir hacia delante les pareció la opción menos dolorosa, una invitación de boda con 20 dígitos en negrita, un pisito oscuro con orientación norte, un barrio con todas las cuestas hacia arriba, firmar todos los papeles por las dos caras, pasar la tarde entera en el Decathlon y salir con un pantalón de chándal para estar en casa. Suena la campana y se acaba el combate.
La distancia entre los sueños y la realidad se hizo insalvable. Las rutinas se hicieron quistes y los quistes tumores. Los reproches dieron paso al silencio y el cariño se convirtió en un monstruo oscuro y deforme que iba engullendo todo lo que les había unido. Al final, la relación acabó como empiezan las revoluciones cargadas de futuro. A sangre y fuego.
2 Comentarios
El desencanto, en clave easotarra
jon, has traducido perfectamente al tuiterés.