A la promotora donostiarra Ginmusica le debemos agradecer su constante búsqueda de nuevos escenarios, de lugares insólitos con los que disfrutar de una inolvidable experiencia musical. Recordemos que la jugada les ha salido redonda trasladando a un parque de atracciones un festival (Kutxakultur) o cuando decidieron llevar a los vascófilos Cristal Fighters a las cuevas de Zugarramurdi. La Iglesia de Zorroaga, que muchos no habíamos pisado hasta el viernes por la noche, es un nuevo hito en su agenda.
En la entrada al templo una cristalera separa en dos el interior. En un lateral, una barra (¡con cañero!) servía cervezas en vasos de plástico que los asistentes no podían pasar a la nave central; esto, subrayemos, sigue siendo un lugar de culto donde se oficia misa. Parece ser que la iglesia había estado abandonada a su suerte hasta hace algunos años pero Zorroaga Fundazioa restauró el edificio y hoy en día luce un aspecto inmejorable.
Cuando los canadienses Absolutely Free ya habían arrancado, los 150 feligreses del pop psicodélico y vaporoso se iban acomodando en el suelo de la cabecera y en los bancos. El grupo canadienses recuerda a unos Animal Collective más potentes y directos; no se andan por las ramas. La pared del fondo proyectaba una serie de imágenes geométricas y su cantante mostró su versatilidad cuando decidió probar fortuna como batería. El público, suponemos que llevados por el respeto de quien asiste a misa, respondía con un enigmático silencio. Así que cuando por el final de la actuación se oyeron los primeros aplausos, los de Toronto sonrieron entre victoriosos y extrañados por tanta frialdad.
Mientras aguardábamos la salida del chico cool de pelo rizado, Trevor Powers, un hombre enmascarado repartió unos cuantos plátanos. ¿Sería el mismo Powers en un excéntrico arrebato de acercamiento con su público? Ya con los cuatro miembros de Youth Lagoon sobre el escenario (púlpito) de Zorroaga se esforzó en romper el hielo: pidió a la gente que se acercara con sincero convencimiento e incluso bajó de la escalinata para mezclarse entre el gentío durante unos segundos. Poco más se supo del Powers comunicativo, El resto del concierto se lo pasó ensimismado entre sus teclados y un sampler al que de vez en cuando golpeaba con ira.
En vivo, su voz nasal sigue siendo igual o más conmovedora, en un cruce imposible y mejorado de Wayne Coyne (The Flaming Lips) y Daniel Johnston. Rebotaba en las paredes de la iglesia mientras se sucedían extrañas imágenes psicodélicas en el fondo. Nada que objetar al espectáculo visual y al magnífico sonido, imponente, claro y alto de Zorroaga. Pero tal vez por la falta de pegada de “Wondrous Bughouse” o porque no cambiaron de marcha en ningún momento, el regusto final fue un tanto agridulce. A más de uno se le escapó algún que otro bostezo por mucho que “Cannons” y “17” cayeran casi seguidas.
Ya en Zarautz, John Berkhout agradecían al público su apoyo. Un desapacible domingo otoñal de viento y lluvia no es precisamente el mejor día para animarse a ver un concierto. También es verdad que sentados en las butacas del cine Modelo aquello parecía más el pase de la típica película de tarde-noche, por lo que la cosa cambia. Los oiartzuarras explotan mucho mejor sus virtudes en este tipo de recintos cubiertos y recogidos, donde se pueden apreciar con más claridad sus armonías vocales y las atmósferas de sus canciones. Resulta que su apertura de miras es mayor de la que en un principio se puede pensar; no sólo les motiva el folk de nuevo cuño sino también ciertos sonidos indie y paisajes algo más electrónicos. Sólo llevan ocho conciertos a sus espaldas, pero lo hacen tan bien que casi parece que llevan toda la vida tocando las 10 canciones de su homónimo álbum de debut.
Para perro viejo, el multiinstrumentista norteamericano Samuel Tear, más conocido como Sam Amidon. Atendiendo a sus dos discos en solitario, los que esperan de él un sucedáneo de Nick Drake se llevarán una gran sorpresa. Amidon muta en directo. Se convierte en un personaje impredecible, espontáneo, divertido y genial. Le da sentido al directo porque uno nunca sabe lo que va a venir después, qué ocurrencia será la siguiente. Se supera con cada gesto, con cada comentario.
Acompañado de un batería que también tocó el teclado y el bajo, empezó con un larguísimo solo de violín que desembocó en una suerte de polka americana. A continuación sacó el banjo y cuando llegó “My Old Friend”, terminó la canción con un largo fraseo jazzístico. ¿Es este chico el mismo cantautor folk de manual de “Bright Sunny South”?
Es evidente que Amidon rompe con los cánones establecidos de songwriter melodramático. Y celebramos que imprima su personalísimo sello, absolutamente intransferible. Inventó sobre la marcha un tema dedicado a Zarautz, llamó a su madre para que el público le cantase el “Zorionak zuri”, se puso a hacer flexiones en los bises y como no tiene quien le haga los coros, animó al público a que cantase “sometimes” en la preciosa “Way Go Lily”. Sam Amidon es una caja de sorpresas, una joya. Esto también tiene su lado negativo: a la salida fijó el precio de su último LP, 11 temas, en 25 euros. Y se quedó tan ancho.
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