Un año en San Sebastián puede suponer una eternidad si vienes de una gran ciudad (y efervescente) como Madrid, te gusta que el sol de invierno (y de este verano falso que nos han colado) acaricie tu rostro o si vas buscando amabilidad (y conversación) en la barra de un bar. Aquí se sufre el clásico síndrome de la pequeña urbe: se señala al que viene de fuera y viste al margen de los cánones establecidos. No hay apenas oferta gastronómica internacional. Estamos servidos de Carhartt y Loreak Mendian y somos expertos en pintxos de tortilla y bocadillos de lomo con pimientos y eso tiene sus limitaciones.
Dos turistas extranjeros que deambulaban con aire despistado por la Parte Vieja se me acercaron el otro día y, extrañados, me preguntaron si no había otra cosa que no fueran bares de pintxos.
-¿No os gustan los pintxos?, pregunté extrañado.
-Son deliciosos, pero muy caros. ¿Dónde podemos comer una pizza o comida mejicana?
Tardé más de lo razonable en responder, entre otras cosas, porque no hay restaurantes mejicanos. Pero es que la variedad culinaria -y la variedad en general- suelen brillar por su ausencia. En Donostia un martes cualquiera las calles se quedan desiertas a partir de las nueve de la noche y en las noches cerradas de invierno y otoño -bueno, y en las de primavera y verano- a uno le sobrevuela una inevitable sensación de bajona, como si viviera en uno de esos lugares del norte de Europa donde llueve mucho, todo es caro, monótono y previsible.
Lo de la ciudad balneario no es ningún mito. Jubilarse en Donostia para poder pasear todas las tardes por la Concha es El Dorado de la población madurita en Gipuzkoa. Mi abuela Josefina, de Oiartzun, pasó sus últimos años de vida en el Centro, yendo de la misa del buen Pastor al Paseo de la Concha, tomándose un café en los días más ajetreados. Y fue feliz. La postal de Donostia será muy bella, pero es tan loca como lo puede ser la final del campeonato del mundo de petanca.
Y pese a todo, aquí no se está nada mal.
Cuando vives fuera echas de menos la comida que después no puedes comer porque cuesta un riñón. También añoras la playa en la que casi nunca te puedes bañar porque hace malo. Se aglutinan imágenes idílicas de la bahía, el verde y el puerto de pescadores a las que la retina enseguida se acostumbra. Al contrario de lo que la gente piensa, son otras cosas las que hacen que te enganches a la ciudad.
En esta entrevista al músico pop y personaje donostiarra Giorgio Bassmatti apunta una de las claves: «Lo que más me gusta de todo es que casi todos, mayores y más jóvenes que yo, nos llevamos bien entre nosotros y compartimos muchas ideas y farras. O más roqueros, o más dulces. Me gusta ese sentimiento de comunidad sin serlo realmente». La calidez de una comunidad de un sitio aparentemente frío y distante como San Sebastián. Una ciudad de 180.000 habitantes que late con la energía -¿a ver si el cuento de las olas de energía ciudadana va a ser verdad?- de una de 500.000.
En cierta forma, es una ciudad sorprendente: se han roto algunos estereotipos. Se acabó el relato consensuado de que estamos ante una ciudad inerte. Donostia está viva, se mueve. Y lo ha hecho, curiosamente, cuando la crisis aprieta. Un apunte revelador: muchas iniciativas culturales y de ocio de las que hemos hablado en Kulturaldia no tienen más de cinco años de vida. Por eso, cuando mucha gente se plantea buscarse la vida en otro lugar no puedo evitar sentir lástima. Tiene que ser duro marcharse de un lugar bonito, amable y divertido.
8 Comentarios
Ojalá hubiera un buen mexicano, la comida de los sitios que mencionan puede gustar o no, pero no es auténtica comida mexicana
Acaban de abrir un mejicano en lo Viejo. Habrá que catarlo…
Servicio lamentable
Después de esperar 40 mn. a que nos sirviesen la comida (al fina no la sirvieron) (la bebida habían tardado 15 mn. en servirla), nos tuvimos que levantar e irnos, con mala actitud del encargado del restaurante a la hora de pedirle explicaciones
Muy mala experiencia
¡Creo que hemos coincidido en el restaurante! Doy fe de que el servicio ha sido horrible. Hemos esperado 35 minutos y luego lo que hemos comido… ni fu ni fa.
Sorry, se me ha ido la mano con el puñetero táctil:
‘Considero que hay un restaurante mexicano que no emociona’
De todas maneras, Jon, pruébalos, que merecen la pena.
Restaurantes mexicanos hay, 3. Y, aparte, una taquería y un sitio de take away (que también tiene servicio a domicilio).
De los restaurantes, considero que no emociona, otro muy bueno, y otro nuevo que, sabiendo quién lo ha montado, no tengo dudas sobre su calidad (aunque lo probaré esta semana).
¿El take away es el del Buen Pastor? Si es ése, es infame. Lo probé el otro día. ¿Y cuáles son los otros dos? Mila esker, Ane. XDD
Para mí, el mejor es el que hay en la Bretxa, sí, dentro. Ese que siempre tiene latinos bailando, en el edificio de la antigua Pescadería. Pues en ese, no tienen la carta más variada de la historia, pero te aseguro que tanto los margaritas como la comida, riquísimos. Pero tampoco es cuestión de que lo sepa todo el mundo 😉
El nuevo ya te contaré, pero ya te digo que tiene buena pinta. El Magüeyal, en la calle Fermín Calbetón, es el que no me entusiasma y, en último lugar, durante el día, a modo de pop up, dentro de la Terraza de Bataplan, un cocinero top (ha trabajado en Astelena y Mugaritz) ha montado una pequeña taquería con algunos típicos, y otros no tanto. Para la próxima que te encuentres con guiris, ya sabes 😉