SI YO FUESE REINA DE DONOSTIA

«Sofía, cabrona, trabaja en Mercadona», «No hay dos sin tres, república otra vez» o «Felipe no será rey», fueron algunas de las frases que se escucharon en la manifestación a favor de un referéndum que tuvo lugar el pasado 2 de junio en Donostia y en la mayoría de las ciudades españolas. Ese día lucía el sol y las banderas republicanas ondeaban al viento, dándoles en la cara a algunos de los manifestantes (ejem) y animando a muchas personas, que si bien en un principio no habían acudido al quiosco del Boulevard, fueron uniéndose a medida que la marcha avanzaba. Fue una bonita tarde, a pesar de que cuando tocó gritar «EZ, EZ, EZ! MONARKIARIK EZ!» mi cerebro confundió churras con merinas y grité alegremente «EZ, EZ, EZ! REPUBLIKARIK EZ!» (aplausos, por favor).

Hasta hoy, no le había dado a este hecho mayor importancia que la de ser una anécdota graciosa con la que animar un pintxopote, pero esta noche he tenido una revelación. Letizia Ortiz se me ha aparecido en sueños, con cara de pocos amigos y levitando tres palmos por encima del suelo. «No permitiré que te hagas con el trono», me ha dicho Leti para después desaparecer dejando a su paso una nube de humo y billetes de 500 euros. Al despertar, no había ni medio billete (he mirado por todos lados) pero sí que he notado cierto tufo a rancio.  ¿Y si mi subconsciente me estuviese tratando de decir algo? ¿Y si en realidad lo que quiero con toda mi alma es ser reina? Lo lógico sería que, si hubiese que elegir a una reina donostiarra, esta fuese una señora del Príncipe, que intuyo que desempeñaría el papel a la perfección, pero puestos a elegir, me autoproclamo reina. Ala.

Lo primero que haría en mi condición de reina, sería trasladar mi domicilio al palacio de Miramar, donde los alumnos de Musikene tocarían sólo cuando a mí me diese la gana y desde donde haría mi primera aparición pública; vestida, por supuesto, de Arbelaitz. Reservaría la mejor habitación del hotel Maria Cristina para uso y disfrute de mis amantes (alguna tradición monárquica hay que seguir) y otra para mis amigos. Allí organizaría toda clase de fiestas para no tener que manchar mi palacio.

Como no podría salir a la calle sin verme acosada por paparazzis y populacho, encerraría a Arzak y a Berasategui en una cocina equipada a todo lujo, y ellos se encargarían de mis menús diarios. Ambos permanecerían atados a la pata de la mesa con una tiara de diamantes. Por si acaso. Los días de resaca, haría traer a David de Jorge (ante las miradas horrorizadas de A y B) para que me cocinase una de sus guarradas riquísimas y contrataría a Odón para que me las diese a la boca. Seguro que Odón sería feliz con su nueva labor.

El Primavera Sound, el Sónar, y demás festivales de verano (quizás a excepción del FIB) tendrían lugar en la Zurriola. Al que le quedasen ganas de bailoteo, se podría ir a Bataplán, que previamente habría comprado, limpiado (en todos los sentidos de la palabra) y reformado. Para la inauguración, contrataría a Miley Cyrus, que con su nueva afición de hacer ondear la ikurriña, aceptaría encantada. Para el que prefiriese salir por lo viejo, no tendría que preocuparse por los camareros perdonavidas de la mitad de los bares, porque estos habrían sido sustituidos por querubines de paciencia infinita, sonrisa fácil y brazos fuertes, que usarían en caso de que un cliente se comportase como un imbécil y sólo para echarlo del bar, nada de pegarse.

El festival de cine ya no tendría que preocuparse por el presupuesto; ya que siendo yo reina, los gastos correrían de mi cuenta. La única condición que pondría sería la de que Michael Fassbender se pasase por mis aposentos (¡qué ganas tenía de usar esa palabra!) para amistad o lo que surja. Si se portase bien, igual hasta le haría conde de…algo.

Como veis, que yo fuese reina de Donostia no sólo me beneficiaría a mí, sino también a todas vosotras. Igualito que lo que tenemos ahora.