La entrevista en modo de pregunta-respuesta se publica íntegramente en el número de octubre de la revista Ruta 66, pero este post puede servir como aperitivo y complemento. Conocí a Rafael Berrio en verano de 2011 en el bar Ondarra de Gros. Me resguardaba de la lluvia después de haber asistido a los conciertos playeros del Jazzaldia. Por aquel entonces vivía y trabajaba en Madrid, donde el eco de «Simulacro», tema estrella de su álbum «1971», había resonado con fuerza. Ya se sabe que Berrio adora Madrid, -sus bares castizos y sus librerías de barrio, su empuje, su alegría de vivir– y que Madrid arropa a Berrio como uno de los suyos.
El poeta y rockero donostiarra estaba acompañado de Havoc, también músico y amigo íntimo, y me presenté como periodista. Hablamos un rato y apuntó mi número y correo electrónico en su libreta para avisarme de sus próximos conciertos en Madrid. El café de Libertad 8, en Chueca, ha sido destino habitual de sus actuaciones solitario. Nunca lo vi. Ya más adelante, presentó «Diarios» (2012) en la librería La Buena Vida en la zona de Ópera. Berrio reunió a lo más granado del periodismo musical madrileño en un show acústico, íntimo y rodeado de libros. Fue nuestro segundo encuentro.
Han pasado poquitos años, pero el mundo ya no es igual, Donostia tampoco, Lou Reed se fue para siempre y Berrio se ha pasado al rock. Poco queda de su etapa de cantautor afrancesado en «Paradoja», el disco en el que ha vuelto a empuñar una guitarra eléctrica. A los que lo descubrimos en clave solitaria nos ha sorprendido; a los que siguen su pista desde los años 80 les ha parecido un movimiento tan natural como respirar. ¿Es consciente Berrio de que puede despistar al oyente que se quedó prendado con «Simulacro»? «Es precisamente eso lo que cualquier artista debería proponerse cuando emprende un nuevo proyecto. Alejarse de los lugares comunes, de las trayectorias uniformes», explica.
Tras el díptico formado por «1971» y «Diarios» parecía que tocaba volver a cargar las pilas de electricidad. Para Berrio su regreso al rock es una forma de «complacer» a sus amigos que le «insistían» en que debía grabar un disco así. A su alrededor reunió una pléyade de músicos vascos – Joseba B. Lenoir (guitarra), Rafa Rueda (guitarra), Félix Buff (batería) y Fernando Lutxo Neira (bajista)- y le ha salido un trabajo crudo, áspero y de notable alto. Presentó «Paradoja» el pasado mes de mayo en el Fórum de la FNAC. Fue un suspiro, apenas cuatro-cinco canciones que pasaron como una apisonadora.
Ahora vuelve a Donostia -mañana jueves 1 de octubre a las 20:30 horas inaugura los fastos del 10º aniversario de Donostikluba en la sala Gasteszena- más rodado y con la crítica rendida a sus pies tras el concierto de Bilbao hace un par de semanas. Esto es lo que decía el periodista musical Eduardo Ranedo en Twitter, alguien que sólo el año pasado vio ¡más de 200 conciertos!
No es algo nuevo que Berrio tenga a los entendidos musicales de su parte mientras que una mayoría ignora su existencia o simplemente no consigue conectar con su música. El papel de músico de culto es un calificativo que siempre le ha encajado como un guante. «Me halaga que sea una minoría la que aprecie mis canciones», afirma sin miedo a la incorrección. «El elitismo es, se dice, muy conveniente para las artes», añade.
No hace falta llamar al genio de la lámpara para saber que «Paradoja», editado por Warner, no va a entrar en las listas de éxitos. Probablemente Berrio seguirá abocado a un público bastante más escaso del que merecen las canciones de su último disco, sostenido por un enorme single («Mis ayeres muertos») y que bascula entre la llama de sus temas más ruidosos («Yo ya me entiendo», «En lo mórbido») y los inquietantes medios tiempos («El animal que has sido»). Es en estas canciones más pausadas y desnudas donde resurge el Berrio intérprete, el que cala hasta los huesos del oyente. «Me parece bien tu apreciación. Yo no quiero hacer evaluaciones. Para mí es un disco pasado y no tengo ganas de pensar en ellas», culmina.
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