Charlo con Nacho Rodríguez y David Ezkerra, en el bar del Trueba, cómo no. Pero los Kresala son más: Carlos Minondo, Alberto Arizkorreta e Isaac Gutiérrez. Gente que pelea para que cada semana, el cineclub que crearon otros allá por 1972 y que ha sido formación de muchos cinéfilos donostiarras, siga funcionando. “Empieza siendo un hobby y termina siendo un trabajo”. Mucho trabajo, y aunque ellos sean modestos, que lo son, el resultado no es, en absoluto, de aficionados. Consiguen un público fiel y participativo. En una ciudad como esta, es raro ver que al final de la sesión, la gente comente la película tan abiertamente. Dicen que depende del tipo de cine, que a veces, están más interesados por escuchar, por entenderla (no siempre son sencillas). Son los más veteranos los que acostumbran a hablar, pero también alguna de las caras nuevas va lanzándose.
Y ese tema, el de las caras nuevas, es el que están intentando mejorar. El cineclub lleva ya cuarenta años en pie y gran parte del público es muy mayor. Dicen que es difícil llegar al público joven, primero porque sus nuevos hábitos no siempre les llevan a una sala de cine, y segundo, porque quizá el cineclub se ha ganado una imagen de ser para un público mayor. Lo cierto es que están haciendo esfuerzos para cambiar esto, y en parte algunos jóvenes están respondiendo. Hace poco proyectaron “El gabinete del doctor Caligari”, con música en directo, y en vez de recurrir a la consabida música de piano, contaron con el grupo de música electrónica “Reykjavik 606”.
Fue un éxito, aseguran, pero lo curioso es que el público mayor salió encantado. También en la selección de títulos tienen en cuenta a los jóvenes. Así hemos visto películas como la genial “Cabin in the woods” (terror adolescente) o la extraña “Diamond Flash”, ópera prima del ahora ya más conocido Carlos Vermut. Poco a poco, se empieza a ver algo de relevo. Aunque eso sí, tienen muy claro que no deben descuidar a su público de siempre.
En el Trueba
Están contentos con su nueva etapa en los cines Trueba. La comodidad de las butacas es importante. Dicen que en la otra sala había gente que no aguantaba tanto tiempo sentada en aquellos asientos. Me lo creo. Por otro lado, la calidad de proyección ha mejorado. Ellos tenían un proyector de copias en celuloide, pero cada vez son menos las copias en ese formato, y tenían que recurrir, para las películas recientes, a una proyección de menor calidad. Ahora pueden poner las películas en DCP (el sistema digital que vemos en los cines) y, aunque tuvieran que ponerlas en Blu-ray, la calidad sigue siendo muy superior. Consideran el cambio muy positivo y esperan que sea por muchos años, además dicen que SADE se está portando muy bien, y que tienen “buena empatía” con ellos. Eso sí, siempre hay algún aspecto negativo: ahora están condicionados por el tiempo, ya que, siempre tienen una película de cartelera después de su sesión. Eso acorta algunos coloquios y hace imposible elegir películas demasiado largas. Deben tener muy en cuenta la duración.
El público parece haber reaccionado bien al cambio. Me dan un dato: en la temporada de otoño 2013, en la sala anterior, la media de asistencia era de 80 personas. En otoño 2014, en la nueva sala, ya son 100. Y han tenido que poner el cartel de completo más de una vez. Tienen la sensación de que cada vez más gente conoce el cineclub. Esto a pesar de que sus sesiones son en lunes. Dicen que es mal día, pero por otra parte, es el que han tenido siempre y su público está acostumbrado.
Uno de sus mayores retos es enfrentarse al complicado mundo de los derechos. A veces, ni siquiera es posible encontrar los derechos de una película, por lo que podrían plantearse ponerla sin más. Pero quieren hacer las cosas bien, “si queremos defender el cine tenemos que dar ejemplo”, subrayan. A veces, les piden cifras desorbitadas por los derechos, especialmente para un cineclub modesto como este, y tienen que buscarse la vida de otra manera. Por ejemplo, trabajando con entidades como el instituto francés, por donde a veces consiguen los derechos. A pesar de todas las dificultades, siguen buscando traer “cine invisible” a la ciudad.
Abril
Este mes habrá tres sesiones:
13 – «La gran Juerga» (Gérar Oury)
Hoy el pase es gratuito (hay que recoger invitación en taquilla), porque colabora el festival de Derechos Humanos, que empieza el viernes. Es una comedia bélica con trasfondo social bastante conocida en francia. Uno de los protagonistas es nada menos que Louis de Funés.
20 – «Boy eating the bird’s food» (Ektoras Lygizos)
El nuevo cine griego está pegando fuerte con historias algo surrealistas, extrañas, cargadas de simbolismo. Descolocan. Es la ópera prima del director. Nos cuenta la historia de un joven griego que no tiene ni para dar de comer a su pájaro. Una historia sin tapujos que va dejando detalles de la mentalidad de la sociedad griega pre-Syriza. Premiada en el festival de Sevilla -entre otros. Os la recomiendo.
27– «La casa de Theo» (Rax Rinnekangas)
Este título llega desde Finlandia, de un director acostumbrado a rodar documentales. En este caso es ficción. Se trata de un extraño drama romántico que involucra cuestiones éticas ecológicas y arquitectura. Cuando menos, curioso.
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