Se acerca el Festival de cine y si estás algo nervioso, sientes ataques de alegría o no paras de repetir que septiembre es el mejor mes en Donostia, es probable que, efectivamente, seas un groupie del Festival. No es simplemente alguien que va a ver un par de películas para cumplir, no; sino alguien que vive el Zinemaldia. Puede que veas cine, pero sobre todo, chupas colas. Te pones, como mínimo, media hora antes para una película en el cubo grande, aunque sabes que hay sitio de sobra. Intentas llegar al Victoria Eugenia antes de que la cola dé la vuelta a la esquina. Pasas mucho tiempo de pié en la cola única del Príncipe. Aprovechas la cola para comentar la película anterior y anticipar lo que puede ser la siguiente. La cola es la columna vertebral del festival y la prueba de que el público participa masivamente.
Gestionas como puedes el sueño, o sea, duermes poco. Llevas tiempo arrastrando los efectos de esa sesión a las doce de la noche el primer día, teniendo sesión de las 9 al día siguiente. Querías ver ambas. Así que, como no quieres perderte ninguna, decides aprovechar las películas que más te están aburriendo para echar una cabezadita culpable. Que sí, que no te has perdido nada, el personaje sigue caminando en su soledad. Por supuesto, nunca en el Kursaal porque es anatómicamente imposible. Si te empiezas a sentir identificado con este post, no serás de esos que no se pasan horas esperando en la alfombra roja a un famoso. No, no eres de esos. En su lugar, te los cruzas mientras vas de una película a otra, o te lo encuentras en la sala, en las escalinatas del Kursaal, cuando hacen el paseíllo. Haces comentarios como “ahí está otra vez Ricardo Darín”. Te pararías a pedir un autógrafo pero no puedes, llegas tarde a la cola. Tu mayor concesión al glamour será hacerte una foto en la alfombra roja, con el fondo de photocall.
Llegamos a uno de los puntos claves: lo sudokous festivaleros. Ha habido gestiones de proyectos de ingeniería más sencillas que tu cuadratura del horario. Te has pasado los dos días previos encajando todo para aprovechar hasta el último minuto, y se te ha venido abajo el primer día. Llevas manuscritos con tablas, tachaduras, flechas. Tienes un plan B para casi todo, por si fallan esas entradas que hay que coger en el último momento. Ya no quedas con tus amigos en los bares, sino en la fila 8.
Ya se ha hablado aquí de la frontera imaginaria que es el puente de la Zurriola pero en 9 días te lo vas a patear por todo el año. Del Kursaal al Victoria Eugenia, y de vuelta para comprar esa entrada, después al Príncipe. ¿Quién dijo que el cine es sedentario? Haces kilómetros y a toda velocidad.
Otro must. Da igual que la película te haya parecido soporífera: si hay coloquio, y tu horario te lo permite, te quedas. Y si has hecho bien el horario tu horario te lo permite, porque ya lo has tenido en cuenta. Puedes ser de los que preguntan o de los que se echan las manos a la cabeza por esos que dan su opinión en vez de preguntar. En cualquier caso, te quedas hipnotizado por la traducción constante, que puede llegar a ser del chino al inglés y luego al castellano.
No te basta con opinar, votas siempre que puedes. Llevas al día la información de las votaciones que ves en las pantallas del Victoria Eugenia y cada mañana en el diario del festival, que estudias mientras esperas a que empiece la película. A juzgar por los votos, piensas que el jurado joven no tiene ni idea. También sigues la tabla de críticos del Diario Vasco. Y por supuesto, el último día pitarás el palmarés.
Así que si eres un groupie de verdad, antes o después, terminarás acreditado. De jurado joven, de prensa, de industria… de lo que sea. La acreditación al cuello como una medalla. La llevas a todas partes, primero con la excusa de la comodidad: del trayecto del Kursaal al Victoria Eugenia no te la vas a quitar. Al final terminas creyendo que si la enseñas te darán gratis el bocata del Juantxo. No, tampoco funciona como la Mugi. Y cuidado, si duermes boca abajo te dejará marca.
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