Hay periodistas musicales que se comportan como Carl Wilson, el autor de «Música de mierda», el libro en el que desmonta sus gustos refinados y en la página 190 acaba llorando, emocionado, con una canción de Céline Dion. La mayoría, en cambio, están hechos de otra pasta bien distinta. Pueden tener más o menos abiertos sus oídos, pueden ser más o menos permeables a géneros musicales que les son ajenos, pero sus gustos, como el estilo del Barça, no se negocian. Y sí, éste soy yo. Esto no quiere decir que esté tan ciego para no apreciar el, por momentos, atractivo cóctel de Inna Modja, a mitad de camino entre el World Music y el r&b contemporáneo. La mezcla de lo antiguo y lo moderno funcionó a ratos, pero da la sensación de que le importa más el envoltorio que el contenido, al que se le echó de menos sal y pimienta.
O que, pese a la fusión jamaicana-euskoverbenera de previsible retórica revolucionaria y trazas de Public Enemy (o precisamente por todo ello) no me alegre porque Esne Beltza sean capaces de atraer a una legión de jóvenes a un concierto. Al grupo de Hernani le pasa, salvando las distancias, lo mismo que a Modja: se queda a medio camino por querer abarcar tanto mundo musical. Congregó a nueve músicos sobre el escenario (instrumentos de viento, un dj, teclista, trikitixa, dos voces…) y acaban siendo un combo correoso y festivo más de Euskal Herria, picando un poquito de aquí y otro poquito de allá.
Fueron dos pinceladas de un festival que se desplegó por todo el centro de Donostia. En los paseos de Francia y del Árbol de Gernika se montaron food trucks, puestos de comida y un mercadillo de artesanía. Hubo pequeños escenarios en Okendo, la plaza de Bilbao y a la altura de la avenida de Miracruz donde se acogían espectáculos de todo tipo. El sol lució radiante dos de los tres días y un colorido festín multicultural clamó contra la guerra en pequeñas batallas esparcidas por la ciudad. Cuando entró en el cuerpo a cuerpo, Stop War Festibala se mostró imbatible y triunfó.
El principal campo de combate, nuestro Trafalgar, no obstante, se libraba en el puente de María Cristina con media docena de conciertos, dos por cada día. Después del fallido acto inaugural en este mismo lugar muchos temían otra pifia; la promotora Ginmusica se anotó un punto espantando el fantasma hanseliano con un hermoso escenario que se veía y escuchaba a las mil maravillas. Ahora bien, el extraño y abigarrado cartel daba pie a más de una pregunta. ¿Cuál fue el criterio a la hora de elegir a las bandas participantes? ¿Su currículum pacifista y antimilitarista? ¿Sus méritos artísticos? ¿Su capacidad de convocatoria? ¿Una mezcla de las tres cosas?
En el primer grupo entraría de cabeza Inna Modja, que entre canción y canción, recordaba derechos básicos como el agua («Water») y condenaba el terrorismo en canciones como «Tombuctú». Esne Beltza clamó contra la guerra, reivindicó al Ché Guevara («el pueblo unido jamás será vencido») y dedicó una canción a Kortxoenea. Fue divertido cómo la única proclama de Koldo Soret, de Niña Coyote eta Chico Tornado, consistió en dedicar una canción a la policía municipal que custodiaba el festival. Por otra parte, la briosa actuación del dúo donostiarra, con mucho stoner, rock and roll (versión de los Stooges incluida) y hasta doom, fue espléndida. De lo mejorcito.
Bob Geldof y los resucitados Boomtown Rats podrían haber cumplido los tres requisitos por mucho que el creador del Live 8 tenga en la actualidad un discurso político bastante conservador y los dos primeros (y mejores) discos del grupo superen los 35 años. Una galerna atroz dio al traste con su concierto del sábado (también se suspendió el de Gose) y no pudimos comprobar cuál es su estado de forma. Aunque oficialmente no ha trascendido, se activó un plan B para que Geldof actuase el domingo a la una del mediodía, según cuentan miembros de la organización. El músico irlandés estaba por la labor. Ginmusica y Donostia 2016, con Pablo Berástegui a la cabeza, también. Y ya se contaba con realojar la actuación estrella del festival. El escenario se empezó a preparar desde las 10 de la mañana, pero finalmente alguien dio la orden de desactivar el plan. ¿Qué es lo que pasó a última hora? Se debería explicar públicamente de quién fue la mano negra que nos privó del concierto y, sobre todo, por qué lo hizo.
Nick Lowe, por último, merece un monumento a la elegancia y la superación personal. Inexplicablemente, vino sin banda de acompañamiento (últimamente está girando con los surferos enmascarados de Straitjackets) y salió solo ante el peligro. Se le había arrinconado en el programa por mucho que en los vídeos promocionales de las dos pantallas del puente sonase constantemente «So it goes». El riesgo era evidente: un hombre mayor con una guitarra acústica en un enorme escenario ante cientos de personas.
El milagro del maestro duró una hora: su música y su maravillosa voz aterciopelada envejecen como el mejor de los vinos. Rescató «When I Write The Book», de su etapa en Rockpile, cayó un guiño al festival («What´s so funny about Peace, Love and Understanding»), cantamos al unísono el estribillo de la pegadiza «Cruel to be kind», repartió parte de su reposada cosecha actual («House for Sale», «Sensitive Man») y su versión de Johnny Cash, «The beast in me», fue tan cálida como la brisa del mar a bordo de un catamarán. El público atendió el recital en silencio, entre ellos, Quintron, del lunático y genial dúo norteamericano Quintron & The Pussycat, que dijo acertadamente que de mayor quiere ser como Nick Lowe, Lo que pensamos todos, vaya. Un gentleman en el puente.
1 Comentario
La cancelacion empano el resto de la jornada de una cita que, como habia sucedido la vispera, convirtio el Urumea y sus dos orillas en una fiesta multicolor. El gafe de la galerna fue aun mas doloroso si se tiene en cuenta que el segundo dia de Stop War habia comenzado con un tiempo inmejorable y primaveral, que animo a miles de ciudadanos a salir a la calle para disfrutar del medio centenar de actividades programadas por Kultura Alternatiboa.