«Deja tu casa. Ve solo. Viaja ligero. Lleva un mapa. Ve por tierra. Cruza a pie la frontera. Escribe un diario. Lee una novela sin relación con el lugar en el que estés. Evita usar el móvil. Haz algún amigo«. No sabemos cuántos consejos de Paul Theroux siguió Mikel Lasa pero, a la vista de la exposición Cuadernos de viaje que la sala Ganbara propone hasta el día 26, fueron unos cuantos.
Para los que deseen viajar estas vacaciones sin billete, el centro cultural Koldo Mitxelena cursa una invitación para realizar un periplo por los viajes de Mikel Lasa (Donostia, 1938), un artista con la capacidad de expresar la percepción del mundo por partida doble: a través de la palabra y del trazo pictórico. Aunque es más conocido por su primera faceta (Poema bilduma), es el dibujo la única constante artística de su vida, porque abandonó la escritura cuando dejó de escuchar «la voz interior de los versos».
Su poesía se revela más oscura («Ez da ezer ez da egia / Kontra nagona naiz / Kontraren kontra / Ta inor ez dago nere alde»), en contraste con la luminosidad de su pintura. Sus cuadros y sus versos sí comparten autenticidad y sentido de la observación. Como se explica desde el Koldo Mitxelena, como artista proporciona «una respuesta directa, no analítica, que la reserva para las matemáticas», que funcionan a su vez como un área de descanso para la que era su actividad habitual, el análisis informático.
La exposición de Lasa es un modo de representar artísticamente el mantra fervoroso de los viajeros: la lista de lugares visitados y de los que están por visitar. Lasa encarna el sueño de muchos trabajadores: cumplir su proyecto vital al jubilarse (ahora solo la idea de que exista un retiro garantizado desde lo público ya en sí es un concepto onírico). En el caso del poeta y pintor, su utopía únicamente precisaba de una bicicleta, una libreta y una caja de pinturas, con las que recorrió una veintena de países, la mayoría europeos, que visitó por periodos de entre diez y quince días. Más de 200 acuarelas, pasteles y dibujos elaborados a lo largo de una década recrean sus expediciones físicas y sus viajes interiores.
Cuadernos de viaje y fragmentos de poemas extraídos de Poema Bilduma (1971) acompañan a las estampas, siempre con apariencia de inmediatez. Retratos y naturalezas muertas se mezclan con paisajes a los que su doble talento le permite una rica aproximación: a lugares conocidos como las gemelas de Hendaia; otros a los que solo nos hemos asomado puntualmente, como la vida diaria en Portugal o los acantilados de Canarias; soñados recurrentemente, como el caos fascinante de la costa amalfitana; o pasiones compartidas con el autor, como el paisaje y la cultura irlandesa.
Así lo explica él mismo. «Mi forma de operar configura el estilo de la mayoría de las obras expuestas: el cuerpo en tensión, la mente despejada, la curiosidad me acuciaba a lo largo del viaje. En determinados momentos estimulado por no sé qué particularidad del paisaje o por algo que veía en la calle, sentía un vivo deseo de pintar o dibujar, ya sea sentado, de pie o desde el tren en marcha. Acometía el trabajo espontáneamente, a toda velocidad, sin retoque alguno. En estas ocasiones, las manos se convierten en órganos inteligentes y nerviosos, capaces de recoger los impulsos que llegan de la realidad a nuestro cerebro y reflejarlos en el papel como si fueran el puntero de un sismógrafo. Este modo de actuar no siempre tiene éxito, pero en caso de tenerlo sabes que la obra, incluso modesta, tendrá una frescura y viveza especiales que perduran en el tiempo. Ese es el pequeño milagro que busco».
La muestra está ordenada por banderas, aunque no todas designan límites territoriales. Hay espacio también para la patria de la literatura, que solo reclama el pasaporte del talento, del interés o de la admiración. Lasa brinda retratos de colegas como Ted Hughes, las tres hermanas Brontë (no se olvida, como tantos otros, de la joven Anne), Robert Frost, Isaiah Berlin, el recientemente fallecido Seamus Heaney o el propio Fernando Pessoa, que mantenía que «los viajes son los viajeros, lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos».
No seremos nosotros quienes desmintamos al maestro lisboeta, pero quizá al protagonista de la sala Ganbara lo veamos más próximo a la idea de Marcel Proust: «El único verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino mirar con ojos nuevos«.
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