Tras un verano que me sirvió para limpiar y desintoxicar mi cabeza, olvidarme del agujero negro en el que se había convertido Madrid y ahorrar un poco de dinero, empezaba la hora de la verdad. Entre octubre y noviembre de 2013 me puse a escribir como un loco. Me salieron unos 60 posts en mes y medio, firmados como Jon Pagola o como Kulturaldia. A veces con la colaboración del hombre en la sombra de la página web, Álvaro Otero, mi partenaire editorial; la mayoría, por mi cuenta y riesgo. El rol de Álvaro ha sido clave durante todo este tiempo. Aunque sólo tiene dos años más que yo, sus sabios consejos sobre lo que hay que hacer y lo que se debe evitar a toda costa tienen el marchamo de un veterano y experimentado periodista. Todavía le debo una txuleta por los servicios prestados.
Todas aquellas ideas sobre las cosas que más y menos me gustaban de Donostia, los hosteleros rancios y los conciertos tan guays que estaban montando varias promotoras venían de atrás. Vivir fuera de Donostia, pero venir con asiduidad a visitar tu familia y amigos, te permite ver las cosas con cierta distancia sin sentirte un extraño en tu propia ciudad. Conozco a gente que se marchó de aquí cuando empezó la Universidad, encontró trabajo en Madrid o Barcelona y se transforman en bichos raros las contadas veces que vuelven a pisar las calles de San Sebastián. A mí nunca me ha pasado algo así. Será una chorrada, pero en todo el tiempo que he vivido fuera -10 años entre Granada y Madrid- seguía empadronado en Gipuzkoa.
Apenas sabía algo sobre WordPress y edición webs por lo que tenía que pedirle al informático, Sergio Sainz, que me hiciera el favor de editar los textos. Los redactaba en castellano y el periodista Lander Arretxea los traducía al euskera para que tuviéramos la versión bilingüe. Se lo curraron mucho y bien. Y Sergio reunió toda la paciencia del mundo para enseñarme en dos productivas mañanas en la cafetería Koh Tao los intríngulis del funcionamiento del WordPress. El famoso software para crear páginas web es bastante sencillo, pero yo no soy precisamente Steve Jobs.
Podía haber arrancado con 10, 15 o 20 artículos. Podía haber ido poco a poco. Pero estaba en paro, vivía en casa de la ama y no tenía otra cosa mejor que hacer que matarme a escribir. A finales de noviembre subí los primeros artículos a las redes sociales. Para mi sorpresa, fue un boom. Revoloteaban las mariposas en mi estómago. Mucho tiempo después volvía a ser un periodista feliz.
El equipo K
Una de las preguntas que más me han hecho a lo largo de estos tres años es, en realidad, un chiste: «¿Dónde están las oficinas de KULTURALDIA?». Reconozco que en alguna ocasión he mentido abiertamente sobre este tema diciendo que están por Igara, por detrás de El Diario Vasco, y cosas así, para descojonarme un poco. La realidad es que no hay oficinas y que con un portátil conectado a Internet y una serie de colaboradores fieles y constantes se puede llegar casi al fin del mundo. El alquiler de un local o un coworking chachi de 300 euros al mes no merecen la pena. Es un gasto absurdo. Periódicos digitales y tochos como CTX.es trabajan casi la mayor parte del tiempo en red y han renunciado a tener una oficina propia por voluntad propia; se reúnen para tratar temas concretos a lo largo de la semana y ya está.
He escrito en los lugares y las horas más dispares. Cuando me he ido de vacaciones siempre he llevado el ordenador conmigo y no han pasado ni tres días sin escribir un post o editar y meter uno ajeno. De viaje en tren al Primavera Sound, sentado en mi cama (un clásico), en la cocina antes de cenar, después de salir de farra, cuando no podía dormir, en pijama, en un cibercafé de Málaga o en los tiempos muertos de la tienda donde trabajo. Hay que tener en cuenta que esta web se ha desarrollado con trabajos paralelos a tiempo completo. A veces me pregunto -medio en broma medio en serio- si hay alguien por ahí que haya publicado más artículos que yo en condición de pluriempleado. No he desconectado jamás y me volví un poco yonqui. Lo malo de esta obsesión es que acabas redactando por redactar, por inercia y con el piloto automático puesto, algo que he tenido que corregir pasado el tiempo. Más no es necesariamente MEJOR.
Vale, no iba a tener una oficina, pero sí quería formar un equipo. Aparte de un informático y un traductor necesitaba a gente que controlase de cine, literatura y otros campos relacionados con la cultura y el ocio en Donostia. Pronto se unieron Iñaki Ortiz, Ruth Pérez de Anucita, Lucía Baskaran, Jaime Unescéptico, Jasminka Romanos, Patricia Gete de la librería Garoa… Más tarde algunos se marcharon y otros (Mikel Otto AKA Gastrolover, Amaia García Bookhunter, Iker Bergara, Txema Mañeru…) se han ido incorporando. A la mayoría los tenía fichados por Twitter y veía que podían encajar en el proyecto.
Fijé un precio por post de 20 euros. Cuando los números empezaron a descuadrar lo tuve que bajar a 15 y eso también incluía las fotos de las colaboradoras. Lander cobraba 10 euros por cada traducción. Ésta ha sido una empresa atípica, sin serlo realmente, y con una condición sine qua non: todo el mundo cobra por su trabajo. Esto, que es de primero de derecho laboral, es un privilegio en el mundo del periodismo. La crisis ha sido la coartada perfecta para que muchas webs que tienen más anuncios que el Picadilly Circus pasen olímpicamente de pagar a sus redactores. ¿Cómo iba a hacer yo lo mismo? ¿Cómo podría ir dando lecciones progresistas en Twitter si pensaba quedarme con todo el botín?
Publicidad & Periodismo: la extraña pareja
Era consciente de que el plan de negocio era suicida (cero ingresos, muchos gastos) y que había que ponerle una fecha de caducidad. Sin embargo, no me quedaba otro remedio que esperar: necesitaba dar a conocer KULTURALDIA y lograr el máximo número de visitas, que transcurrieran algunos meses y, entonces, buscar patrocinios. Ésta es la parte más ingrata de este negocio, al menos para mí. Ejerciendo de comercial me siento tan ridículo como aquellos vendedores de los años 90 con un traje dos tallas más grande que entraban a tu casa con enciclopedias Larousse bajo el brazo.
Mi amiga Regina Martínez, junto con Gorka Larrunbide, tenía una pequeña empresa de comunicación. Me ayudaron a configurar un documento que podía mostrar a los posibles anunciantes. Lander, como siempre, lo tradujo perfectamente al euskera. Luego su puesto de traductor lo ocuparía con mucho oficio Irati Urkiola. Durante todo 2014 envié un montón de e-mails a diferentes entidades públicas y privadas que pensé, ingenuamente, podrían invertir en publicidad. La mayoría me daban la chapa para aparecer en la agenda y que hablásemos de sus actividades. Me reuní con algunos de ellos. Les expliqué el proyecto. Les vendí sus bondades. Les dije que estábamos empezando pero que cada vez teníamos más visitas. Y que KULTURALDIA era la plataforma ideal para promocionarse. Lo creía de verdad. Pues bien, salvo en la Diputación, no me hicieron ni puto caso.
La publicidad es un arma de doble filo. Lo mismo te da oxígeno como te achica los espacios y acaba acorralándote como el monstruo sin rostro de Stranger Things. Antes, un anunciante llegaba, ponía su banner y se callaba la boca. Ahora raro es el que no quiere el pack completo: que además de su porción publicitaria te animes a escribir un bonito texto sobre ellos. O dos. O tres textos. Esto me ha producido muchos quebraderos de cabeza y no pocas contradicciones morales. A mi favor he de decir que el 95% del contenido publicado ha sido libre e independiente y que si hemos apoyado o criticado algo ha sido porque nos ha apetecido. Y con ese 5% restante he logrado redistribuir los ingresos entre todos los colaboradores.
Volví a Lacunza. La web siguió funcionando, pero a medio gas y en modo deja vù, con artículos insulsos que recordaban a otros publicados anteriormente. Me pasaba todo el día dando clases de español a adolescentes que sólo pensaban en emborracharse a miles de kilómetros de su país. Cuando llegaba a casa me apetecía entre cero y menos uno seguir pilotando KULTURALDIA. Caí en la indulgencia en demasiadas ocasiones; esta ciudad no sé qué tiene que ablanda a cualquiera.
Fuera de la web me busqué la vida como pude. Los guiris se habían ido y no tenía más trabajo en la escuela. En octubre de 2014 le ayudé a mi primo a montar una tienda de camisetas en lo Viejo. Y dos años más tarde ahí sigo, doblando y vendiendo camisetas unas 40 horas a la semana mientras, al menos, escucho la música que me da la gana. Desde Galaxie 500 hasta música soul.
2015: un pasito adelante
En los primeros meses de 2015 me puse el traje XL de vendedor de enciclopedias. Volví a insistir con las entidades a los que había tocado sus puertas y otras que me faltaba por tocar. Sonó la flauta: el Kursaal, Lacunza IH y otras empresas confiaron en KULTURALDIA. Seguí escribiendo y publicando artículos en casa, en la tienda y de viaje, aunque sabía que lo mejor de mi yo periodista estaba por llegar. La página dio un salto cualitativo en su aspecto visual: Lorena Otero, Marta Ennes e Irene Mariscal se apuntaron como colaboradoras y aportaron estupendas fotografías. Le sacaron brillo a la web. Sus imágenes y su sentido estético han sido tan valiosos como el mejor de los textos.
4 Comentarios
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