Entrar a un videoclub en el año 2015 es un hábito que puede parecer marciano. «Tienes razón, somos una especie en extinción«, asumen con total naturalidad las hermanas Arantxa y Marisol Fernández echando la mirada atrás, exactamente 33 años atrás. Primero funcionó como tienda de electrodomésticos y al año siguiente de su apertura, en 1983, Euskal Bideo comenzó el negocio de venta y alquiler de películas. «Las primeras películas que se vendieron eran piratas y venían desde el extranjero», recuerda Marisol, que ya por entonces trabajaba en la tienda. «Se veían mal y estaban dobladas al castellano. De ET recuerdo eso, lo mal que se veía». Detrás del mostrador, sin embargo, no hay ni rastro de películas ochenteras: se apilan decenas de copias en formato DVD de «La isla Mínima«, «Boyhood» y otros títulos que están de actualidad con motivo de los Premios Goya y los Oscar. «Ésta es una buena época del año para la tienda», afirma.
Y tan buena. Marisol saca el móvil y enseña con orgullo una foto que parece de otra época. Entonces, aparecen una montaña de DVDs que los clientes del local depositaron en el buzón el domingo por la noche. Sorpresa: tras el susto y revolcón inicial -pasaron de 9 a 4 empleados- provocado por la revolución digital del siglo XXI, Euskal Bideo no da síntomas de agotamiento. Las cuentas aguantan el chaparrón tecnológico con asombrosa firmeza. Ayuda no pagar alquiler -el local es de su propiedad- y con el tiempo han ido incorporando pequeños guiños: han ampliado el tiempo de devolución de las películas para «no agobiar» a los clientes. «Nos ha dado mucho juego», reconocen.
«Llegan el viernes y el sábado y esto está lleno. El viernes a la hora punta, como a las seis y media siete de la tarde, es un agobio», explica. Bajar las escaleras que conducen al espacioso local del videoclub no debe ser tan extraño, pues. Los precios no son especialmente abultados -la novedad sale por 3,40 euros- y todo se ve impoluto; no parece éste el típico caso de un sector que va cuesta abajo y sin frenos. El suelo brilla. Cada película está en su sitio. El espacio, dividido en dos zonas, es amplio y está convenientemente ordenado con estanterías que muestran distintas secciones y géneros, incluido un Top Euskal Bideo.
Son las 15:30 de un lunes y la cosa está tranquila. Entra un cliente y devuelve un par de películas. Debe de andar entre los 40 y 50 años. ¿Cuál es el perfil medio de la gente que viene aquí? ¿Adultos? ¿El nicho que se ha quedado fuera de juego del mundo digital? Marisol conoce perfectamente a su clientela: «Vienen muchas familias y niños pequeños, los hijos de los hijos de los clientes de la tienda. Y también algunos grupos de chavales».
Es imposible no sentir nostalgia en un videoclub: han sido buena parte de la educación cinematográfica de muchos de nosotros. Hemos pasado horas decidiendo si queríamos una comedia o un drama, una película independiente o una «para pasar el rato». Nos dejábamos llevar por la sabiduría del dependiente, normalmente un experto y romántico cinéfilo y que conocía al dedillo los gustos de sus clientes. «Qué, ¿a que está muy bien?». «Pues sí, ¡es buenísima!».
Arantxa coge una nueva pila de DVDs y los deja en el mostrador. De nuevo, la mente moldea una foto antigua, una imagen que algún día quedará borrosa pero que en esta esquina de la calle San Martín con Bergara se mantiene extrañamente viva. «Nos vamos manteniendo, ¡estamos bien!».
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