-El que tenga prisa que vaya a un McDonald´s
-Croqueta pare bat, ¿Algo más?
-Te he oído. Voy.
-Un segundo, ¿qué era?
-Dos zuritos y dos pintxos. ¿La bola de qué la quieres, de marisco?
El que habla y se mueve a todo correr es Katzi o Katzito, que es como le llaman sus amigos por su metro sesenta y pico de altura. Estos días de sol radiante este simpático hombre de piel tostada se tiene que multiplicar por dos o por tres -o por los que hagan falta- porque hasta la semana que viene, cuenta resignado, no llegan más camareros al chiringuito de Puntas de Pasai Donibane. En realidad, el nombre del establecimiento es la cantina de Alabortza, por la cala que está al lado, aunque pocos lo conocen así. Es el hogar de comidas y bebidas en el extremo norte del pueblo. Está abierto desde el mes de marzo, pero es ahora cuando se empieza a notar movimiento.
El otro día, en un comentario surgido en esta web, había alguien que decía que no cruzábamos más allá de Gros. Puede que no le falte razón, aunque en los planes recomendados para ese fin de semana había algunos en Andoain y Lasarte. Éste -vale, muy facilón y previsible- es otro pasito más allá de la muga donostiarra. Y es casi imposible que hayas nacido entre Andoain y Hondarribia y no hayas terminado tomando una caña o una botella de sidra en sus mesas acompañado de una bandeja de sardinas.
Primera sorpresa. Hasta julio no hay sardinas. La parrilla está cerrada a cal y canto. «Así ha sido siempre», explica Katzi, como si ese argumento nos convenciese a los que íbamos a comer pescado. «El otro día me vino un tío diciendo que las había comido en junio, pues las traería desde su casa». En la larga cola que se ha formado para pedir pintxos de la barra (croquetas, bolas. tortilla, chaka…) y algunas raciones -principalmente fritanga- hay dos tipos de clientes. Los que vienen de darse un baño y los que vienen a cenar duchados de casa. Los segundos somos nosotros. A su vez, hay otros dos tipos de clientes más. Los que consiguen sitio en la privilegiada primera línea con mesas individuales o los que se tienen que conformar con ver el paisaje unos metros más atrás y en una de esas mesas alargadas de sidrería donde compartes espacio con desconocidos y sus mascotas. Atención, por aquí suele haber muchos perros. Los de la mesa compartida también somos nosotros.
Tan sugerentes como las vistas del chiringuito -hacia la bocana de entrada del puerto de Pasaia y el mar cantábrico- es la llegada a nuestro destino. El paseo forma parte del encanto, va dentro del pack, e incluye, como ya se sabe, cruzar de San Pedro y San Juan en barca (70 céntimos el trayecto) y recorrer a pie el hermoso pueblo pesquero casi de punta a punta. En los días de calor, San Juan es como un aquapark municipal. Con sus pros y sus contras. Desde que el barco alcanza la orilla encuentras niños dándose un chapuzón y tirándose al agua de las maneras más inverosímiles, algunas de ellas suicidas. Corretean descalzos, empapados y felices. Flipan con el agua. Se rezuma alegría y desorden juvenil. Esos niños son los mismos que dejan las calles sucias de bolsas de patatas, helados y restos de chucherías. El paisaje, idílico, pierde su pureza. Hasta pillamos a un preadolescente in fraganti tirando un botellín de Coca-Cola al río ante la mirada silenciosa de su cuadrilla. Nadie dice nada.
Del cartel que indica que nuestro chiringuito está abierto hasta llegar a él aún tenemos que caminar cuatro o cinco minutos más entre rocas, algún manantial y el silbido -una especie de «‘¡schhhh!»- de los remeros de fondo, entrenando como jabatos. Será porque parece un bello oasis en la naturaleza o por sus precios asequibles (una botella de sidra, dos pintxos, una ración de bravas y otra de calamares no nos costará más de 15 euros), pero si hace buen tiempo la terraza siempre está atiborrada de clientes. No hay un solo guiri despistado. Lo bueno de ir en junio un día entre semana es que rara vez te quedarás sin sitio. Lo malo es que no hay sardinas asadas. En julio y agosto, en cambio, sucede que muchas veces llegas y te mandan de vuelta para casa porque están hasta arriba de trabajo y no dan a basto. Un fastidio.
Hemos coincidido con la hora punta del servicio, a las 20:15. Katzi sudaba la gota gorda y hablaba mezclando euskera y castellano. Una hora más tarde, los clientes siguen llegando, pero a cuentagotas, el ritmo es mucho más pausado. A Katzi le da tiempo para salir un momento de la barra, fumar un cigarro, echar unas risas con los clientes y volver. Los remeros se han ido a sus casas y el cielo empieza, lentamente, a oscurecer.
3 Comentarios
Es un sitio que nos encanta ir los Domingos al atardecer a comer unas sardinas. Pero este año no lo hemos conseguido, nunca les quedan. Hemos ido y nos hemos vuelto sin comer y ahora llamamos antes y siempre nos dicen que se han acabado. Una pena, creo que tendrian que preveer comprar más los dias de sol
No hay ningún guiri despistado por que a menos que pasen por el camino de Santiago, ningún guiri conoce la existencia de San Juan (por suerte). Veo que te has tomado la critica en serio, jaja. Decir que es extensible a medio donosti, sean del barrio que sean. En Trintxerpe muchos no pasan del alto miracruz. Un comportamiento curioso ciertamente. En cualquier caso, felicidades por el blog.
Toda la razón del mundo, Carlos, nos cuesta pasar de un barrio otro vivamos donde vivamos. ¡Muchas gracias por leer! Mila esker!