Cordelería, corchos, felpudos, esteras, arpilleras, cajas de mimbre, tapones, tejidos naturales… Estamos rodeados de un sinfín de objetos artesanales que nos transportan a otra época y, seguramente, un mundo muy distinto al del típico centro comercial de la periferia. En el exterior llueve a mares y los almacenes Arenzana de la calle Getaría se han convertido en nuestro refugio, un negocio que se levantó en 1900 y que merece mucho la pena visitar. De momento no entran clientes y la sensación de plácida calma, de serenidad, es total.
Lo primero que llama la atención es un intenso pero agradable olor a madera que flota en el aire. Cientos de corchos están amontonados en distintos cajones del mostrador, como dando la bienvenida al visitante. Una báscula de toda la vida descansa en una esquina. Juan Pedro «Txiki» nos recibe con una sonrisa y nos lleva a la parte trasera de la tienda donde descubrimos una pequeña oficina con dos ordenadores: en cada una de las mesas se encuentran las primas María Arenzana y Elsa González que forman parte de la cuarta generación del negocio familiar. En la pared hay alguna foto antigua de su abuela, que parece velar por el buen funcionamiento de la tienda.
«Nosotras ya no olemos a nada, tenemos que irnos fuera dos semanas para acordarnos de este olor a madera. A veces algunos niños, que son muy sinceros, nos dicen: huele a caca», comentan entre risas. Como en la licorería Ezeiza, da mucho más juego de lo que en un principio parece. Los techos son altísimos y además de los dos espacios separados por el mostrador de la planta principal hay una planta baja que se emplea a modo de almacen; Txiki también lo utiliza como taller personal para desplegar alfombras, cortar felpudos a medida, etc.
A Elsa, la larga historia de la tienda se le ha quedado grabada a fuego y no se pierde ni un detalle desde que Francisco Arenzana, un comerciante riojano, conoció a su mujer en Azpeitia y puso en marcha la primera piedra del establecimiento. «Cogieron un local en el número 12 de la calle y lo utilizaban como almacen. Luego él iba repartiendo por los caserios cuerdas, corchos, frutos secos…».
La vida de la tienda ha dado muchas vueltas, casi tantas como la tumultuosa primera parte del siglo XX; pero el negocio fue evolucionando, incorporándose a nuevos mercados, abriéndose a la industria. Desde hace algún tiempo la crisis también les ha golpeado duro; a su favor cuentan con que el local es de su propiedad y han asumido «más trabajo» sin necesidad de contratar a nadie más con excepción de algún refuerzo extra para ayudar a «Txiki» con las instalaciones.
«Aquí no hay jefes. Todos trabajamos», subraya Elsa. «Especializarnos ha sido una de las claves. Durante todo este tiempo hemos adquirido una serie de conocimientos y eso es con lo que tenemos que luchar. Fíjate, a todo le llaman cuerda y eso no es así. Esto es como el que ha nacido entre viñas y sabe más de vino que nadie», culmina.
No hay comentarios