No suelen ser muy habituales este tipo de aperitivos electrónicos en el salón de actos del Koldo Mitxelena. Iparraldea Bertan 2015 es un ciclo más bien de carácter tradicional que sirve para estrechar lazos culturales y musicales entre ambos lados de la muga. Así que la de ayer fue la propuesta más «moderna» del lote. De todas formas, para ser honestos, el dúo Zeze.Miege no basa su fuerza en el ideario electrónico; lo suyo es un viaje por el mundo de la mano del cajón de sastre de la, por algunos, denostada world music. Repostan en los lugares más recónditos del planeta (África, India) y otros que nos pillan más cerca (Galicia, Sara) para rascar en sus tradiciones musicales. Se dedican a rescatar sonidos ancestrales mezclándolo con la vanguardia de la música electrónica. «Musical battle » lo llaman estos dos músicos de Biarritz. Y algo de eso hay: la batalla entre pasado y presente-futuro es de los que no dejan a nadie indiferente.
Con este tipo de atrevidos experimentos se corre el riesgo de pasarse de frenada. A qué viene agitar un cóctel tan variopinto, pueden pensar los escépticos. Pero qué cosas, el mejunje funciona razonablemente bien y esos dos mundos a priori antagónicos conviven con total naturalidad. El mágico poder de la música, que rompe prejucios y barre estereotipos. El problema no está en la fórmula, no; ayer falló la mesa de sonido y el dúo tuvo que improvisar sobre la marcha dándole la vuelta a la tortilla: mientras los técnicos reparaban el desaguisado decidieron ofrecer un unplugged de dos canciones hasta que pudieron recuperar el eco del txunda-txunda .
A cualquiera la hubiera traído de cabeza los continuos problemas técnicos que sufrieron estos trovadores del electro-folk. El alma máter del invento, Xavier Miege, demostró que además de ser un multiinstrumentista de garantías (domina el ukelele, la gaita gallega y un puñado de instrumentos de cuerda más) es un tipo de lo más educado y formal; no rechistó en ningún momento y brindó la mejor de sus sonrisas. Lleva la batuta del grupo y canta razonablemente bien. Por su parte, Hervé Pedeflous se encargó básicamente del violín, xilófono y un ordenador.
«Orduan?», repetió en euskera una y otra vez el músico de Biarritz. La pregunta iba dirigida a los técnicos de sonido, por supuesto. Qué más da. El público se lo pasó bien en un Koldo Mitxelena ambientado de una atmósfera tan sorprendente como atractiva. Sin movernos de nuestro asiento viajábamos de Sara a la India, de la pista de la discoteca a las profundidades de los Estados Unidos.
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