Seamos sinceros, Donostia es una ciudad que no es demasiado dada a las muestras de amor, y menos, cuando éste roza lo hortera. Somos gente seria y además, sabemos de sobra que San Valentín se lo ha inventado El Corte Inglés -entiéndase el tópico. Que somos un poco sosos, vaya-. Excepto cuando nos ponen un caramelito de evento como es el ya indispensable Bang Bang Zinema. Ahí nos desmadramos. En Bang Bang hemos visto al amiguete Schwarzenegger dando hostias como panes (dos veces). Hemos tenido a Bruce Willis repartiendo candela. Brad Pitt ha dejado sangrando a unos cuantos. Joe Pesci te revienta una botella en la cara al menor descuido. Pero en esta edición toca que el amor esté en el aire.
Me vais a permitir que me centre en esa joya que es “La princesa prometida”. La pondrán en primer lugar así que si algunos padres queréis dejar un gran recuerdo a vuestros chavales, os lo han puesto a huevo. Han pasado ya casi 30 años desde su estreno, en 1987. Un proyecto al que seguramente le vino bien el éxito de “La historia interminable”, 3 años antes. Si bien aquí no es tan central la inmersión del chaval en la historia, la introducción, naturalista hasta lo más vulgar, ayuda al contraste con ese mundo de fantasía naíf, y el cuento como centro. Un viaje a los cuentos de la infancia y a las historias de aventuras más ilusionantes, donde el amor es verdadero y los héroes son valientes.
Tiene un valor añadido, este viaje a la infancia, cuando uno la recupera tantos años después, en un cine lleno de nostálgicos y de algunos críos que la verán por primera vez. Pero por más que sea una historia de amor verdadero, la clave de la película es su guasa, el humor. Desde las referencias al propio cuento hasta la ironía de las situaciones, chocantes con los tópicos del cuento de aventuras.
Aunque seguramente, lo que hace que a todos nos guste “La princesa prometida” es el carisma de sus personajes. Íñigo Montoya y su sentencia; las dos caras del héroe Westley/Roberts; el adorable gigante; el inconcebible Vizzini; el odioso y astuto príncipe Humperdinck. La bella princesa también pero es un estereotipo, hay que reconocerlo, algo anticuado para nuestros tiempos. La batalla de los espadachines, los acantilados de la locura, el duelo de intelecto, la tortura imposible. Y de regalo un reparto muy loco, con cameos de un irreconocible Billy Crystal y un veterano Colombo. En cuanto a la banda sonora, quizá sea lo mejor que ha hecho Mark Knopfler en toda su carrera.
Para cuando termine esta maravilla, espero haber ingerido bien de elixir de amor, de ese que cuando lo pides en el bar del Principal te dan también palomitas, porque, admitámoslo, para enfrentarse al derroche hortera de “Dirty Dancing” hay que echarle valor. Sospecho que acabaré de tertulia en el bar hablando de roedores de aspecto gigantesco, pero si vosotros sois de los que llevabais pegatinas de “Dirty Dancing” en la carpeta, o alguna vez habéis reproducido coreografías de la película, seguro que la disfrutaréis como el que más. Lo que está claro es que en la víspera de San Valentín, el amor va a flotar en el aire, y eso se sabe cómo empieza pero no cómo acaba.
Escuchad lo que os digo: desde la invención del beso, ha habido cinco besos en la Historia que fueron los más apasionados, los más puros. Los del photocall de este sábado los superarán a todos.
2 Comentarios
Para amor verdadero el que padezco por Iñaki Ortiz y me consume las entrañas desde allende los tiempos. Un amor tan pretérito y, a la vez, tan presente, tan obstinado en sus visitas a mi lecho frío de placer onanista, tan indisimulado en sus arrebatos y tan contumaz en sus envestidas no puede olvidarse con facilidad. Iñaki, ¿cuándo serás mío, tiburón de mis bajos fondos?
Iñaki es un hombre ocupado y con muchas u muchos pretendientes -como moderno de pro que es, mejor no definamos sus preferencias de género-, pero aquí tiene la prueba irrefutable de que es poner el dedo encima de la tecla y levantar pasiones desenfrenadas y tan locas como la tuya, Gunille Khan. A ver si se da por aludido que se está haciendo el remolón