José Antonio pidió vez en la cola interminable. Señoras perfectamente emperifolladas y señores con el ABC bajo el brazo. Testigos directos de la posguerra y la transición dispuestos a cumplir con su deber como ciudadanos de bien. Calculó que le quedaban unas dos horas de espera y se lamentó al percatarse de que la señora de delante había hecho compra en la pescadería. A los pocos segundos un hombre se colocó a su espalda.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes.
-Parece que nos va a tocar esperar un poco.
-Viendo la media de edad, alguno igual se encuentra con don Adolfo antes de lo que piensa.
José Antonio siempre había tenido mucha chispa. Gracias a ese sentido del humor había conseguido que Josefa le concediera un baile allá por el año 63. Ahora la tenía pelando vainas en casa, un amor basado en décadas de verduras y legumbres, a fuego lento. Sostenía la teoría de que las parejas que se compraban una olla exprés acababan separándose. Gente con prisa que busca la trampa, no podían ser de fiar. Los atajos para el monte, como decía su abuelo.
-Mucho chiste hace usted para estar hablando de un muerto.
-Hombre, a nuestra edad si ya no vamos a poder hacer ni una bromilla. Disculpe usted si le he ofendido.
Educación ante todo, un adalid de la concordia como Suárez habría estado orgulloso de él. A su Josefa sí que le gustaba don Adolfo, un hombre bravo y resuelto, como solía decir ella. José Antonio le había pedido que le acompañara, pero ella le había dicho que no estaba para esas tonterías. A genio no le ganaba nadie, ni siquiera el difunto.
-Qué buen hombre era este Suárez ¿verdad?
-Así es, un señor de los pies a la cabeza.
Cuando salió de casa llamó a Ceferino para ver si le acompañaba. Se negó en redondo argumentando que eso estaría lleno de traidores a la patria, lameculos, rojos y maricones. Su amigo Cefe no se compró una olla a presión pero como si lo hubiera hecho, se lió con una muchacha de la oficina cuando todavía estaba casado con la Juliana y aquello acabó como el rosario de la aurora. La pobre Juliana les pilló encamados y al adúltero no se le ocurrió otra cosa que decirle a su mujer que en Francia eso era lo más normal del mundo. La cornuda cogió un cuchillo jamonero y con la inercia de la carrera Ceferino casi llega a Perpiñán.
-¿Vio usted al hijo de Suárez? Vaya temple. Su padre agonizando y él atendiendo a la prensa.
-Un buen muchacho parece, sí.
El hijo de José Antonio siempre se había empeñado en llevarle la contraria. En la última discusión le echó en cara que Josefa y él hicieran la compra semanal en sábado cuando tenían todos los días libres. Hizo unas comparaciones muy desafortunadas entre sus padres y unas hormigas que mantienen escrupulosamente sus hábitos hasta que acaban pisoteadas por un elefante. José Antonio apeló a la libertad individual y a la Constitución de 1978 para defender su derecho a comprar cuando le viniera en gana. Su hijo abandonó la casa dando un portazo entre los sollozos de Josefa. Al cabo de dos minutos regresó porque se le había olvidado el móvil.
-Oiga, ya parece que nos toca.
-Mire usted, al final no se me ha hecho tan largo.
-Buenas tardes, caballero.
-Buenas tardes.
-¿Para cual?
-Una para «8 apellidos vascos«, fila 5 y centradita si es posible.
No hay comentarios