Koldo Almandoz es una figura atípica dentro del panorama de cineastas. Algo escurridizo si uno le quiere etiquetar. Sería fácil caer en el tag de “cortometrajista”, pero este tiene algunas connotaciones que no terminan de cuadrarnos bien. Lo habitual es que un cineasta ruede cortos principalmente en sus inicios, y mientras va creciendo en prestigio y en experiencia, dé un salto al largo, con flirteos puntuales con cortos. Almandoz ya ha visto su trabajo en festivales, incluso en la Semana de la Crítica de Cannes, con el corto “Belarra”. Sin embargo, ha seguido haciendo cortos. Algunos con más presupuesto, otros son pequeños caprichos que se hace él mismo. Y, por cierto, seguramente sería un error suponer que sus caprichos son menos relevantes que sus proyectos más ambiciosos. Entre tanto, el director tiene tiempo para alternar con su revista, The Balde, y hasta con un grupo musical sin complejos como Gora Gora Kids. Es un tipo lo que se dice multidisciplinar.
Dentro de sus cortos, tampoco es fácil adscribirlo a algún estilo. Cada uno es bien diferente de los demás. Lo último es “Sîpo Phantasma”, y esta vez, la duración supera la hora. Estamos hablando ya de su primer largometraje -un largo corto-. Tuve la suerte de poder verlo en un pase de prensa el pasado sábado. Y digo “suerte”, no solo porque saliera satisfecho, que también, sino porque un proyecto tan inclasificable como este será difícil de ver. Será por eso que el pase estaba bastante concurrido.
De momento, ya ha conseguido estrenarse en el festival de Rotterdam, nada menos. Lo habitual en el paso al largo suele ser relajar las formas, construir un resultado más convencional, más vendible para una mayor duración. Pero aquí tampoco cae Almandoz en el tópico. Su película es personal, extraña, y demasiado libre como para encorsetarla en “el salto al largo”. Sigue estando intacta su inquietud artística pero esta vez durante más tiempo.
¿De qué va la historia? Buena pregunta. Las historias en realidad. El centro de gravedad sería Drácula. Aquí es cuando utilizo clichés tópicos de crítico como “visión caleidoscópica”, pero vayamos al grano. De la misma manera que Drácula, la novela, está contada a través de cartas y diarios, la narración de la película se apoya en diferentes textos y filmaciones. Cartas, artículos, diarios… En concreto, se centra en el viaje del Demeter, el barco en el que el vampiro llega hasta Inglaterra, y como ya sabéis, llega siendo un barco fantasma. Se utilizan los fragmentos correspondientes de la película muda “Nosferatu” de F.W. Murnau -que precisamente hace poco se pudo ver en Kresala zinekluba. Por otra parte, vemos la vida a bordo de un crucero actual y, creedme, el ocio vacacional enlatado con bingo y actuaciones picantes pueden resultar mucho más terrorífico que un par de colmillos. Por otra parte, se trata también el litigio que enfrentó a Murnau con la mujer de Bram Stoker, de quien, a su vez, se cuenta su historia. Y otras cosas más.
El resultado es un interesante juego de espejos donde se parte de una obra, después su adaptación cinematográfica. De esas ficciones, a la historia real detrás de cada una de ellas. También está presente el interés artístico por estas obras -por ejemplo, cierto uso del color en “Nosferatu”. Como un juego de muñecas rusas que se desmontan inusualmente ágiles, pasando de un nivel a otro. Salta de la ficción más gótica al realismo documental, y lo hace con tanta suavidad que emocionalmente se mezcla.
La película habla de arte y muestra arte; habla de la realidad más trivial, y al mismo tiempo se convierte en una obra interesante de las que otros podemos hablar. Aunque lo mejor, claro, es que la veáis. Si podéis.
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