Hay bares que mueren por años de desidia y abandono y otros que corren la suerte de vivir una segunda vida. El bar Arrate de Amara (Salaberria, 23) se abrió en 1984. Era un bar de barrio que en 2014 no pasaba por un buen momento. «Estaba todo muy viejo, pero pensé que ésta era una buena zona para montar algo», recuerda Josune Rojo señalando al interior desde una mesa alta de la terraza donde se ve cómo su pareja, Pablo, sirve cañas y prepara tostas y pintxos a los clientes. El bar Arrate es pequeñito -apenas unos taburetes y una barra con toda su oferta culinaria- pero entre dentro y fuera habrá unos 25 clientes. Suena un disco de Phil Collins. Está lleno un día entre semana a las siete y media de la tarde.
Lo reformaron por completo y después de varios meses de obras, en septiembre de 2014, se reabrió el nuevo bar Arrate. Fuera hay muchas flores y una bicicleta colgada de la fachada que, de un vistazo, lo diferencian del resto. Por aquí no hay bares de este estilo. Poco a poco lo han redecorado a su gusto, a medio camino entre el sabor antiguo de una cafetería de estética vintage (algunas de las láminas y chapas antiguas que hay en las paredes las han rescatado de sus viajes a Portugal) y el bar de barrio que no ha dejado de ser. La mayoría de los clientes, cuenta Josune, son de Amara pero también han conseguido atraer a público de otros barrios gracias a amigos, conocidos y toda la gente que han conocido detrás de la barra. Antes de embarcarse en este proyecto trabajaban en hostelería; Josune en el Bideluze del centro y Pablo en el bar Nestor de la Parte Vieja.
Unos tomates Raf de color rojo intenso que asoman en la barra pueden ser un guiño al Nestor, pero aquí la filosofía es otra, como se desprende de la selección de latas en conservas y embutidos que están a la vista: salmón, bonito, anchoas de Cantabria, ibéricos… Se sirven en pintxos o en tostas que dividen en varias porciones. Pablo va mezclando distintos ingredientes con mucha delicadeza sobre el montadito, como si tuviera que transportar mercancía sensible. Los clientes parecen habituales y saben de qué va la cosa; eligen sin pestañear tentadores combinaciones de salmón y anchoa.
«Desde el principio tuvimos claro que no íbamos depender de una cocina, limita mucho», explica Josune. «Queríamos tener cuatro cosas pero que estuvieran ricas«. Si tuviera que quedarse con una o dos sería la papada ibérica y las alcachofas con papada. «¡Está buenísima!», dice. Pablo se despega un instante de la barra para salir en la foto, se peina en un momento («los argentinos son muy coquetos, es marplatense», comenta en broma Josune) y ¡chas! la cámara dispara con la bicicleta mirándoles de reojo. Vuelven al interior.
Aunque les pillamos en una tarde de mucho ajetreo, confiesan que el bar funciona especialmente bien los fines de semana a la hora del aperitivo. Entre semana abren de 10 a 15:30 y de 18:30 a 22:30. Los viernes por la noche cierran una hora más tarde, los sábados también, y suelen tener mucha faena, ya que hay vecinos que van a tomar algo y «se quedan en el barrio» sin tener que desplazarse al Centro o la Parte Vieja.
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