Si hay un bar del que todo el mundo habla últimamente ese es el Geralds bar, en la esquina entre la calle Iparraguirre y la calle Nueva en el barrio de Gros. Primero fue un experimento efímero, un pop-up bar, en la calle Aingeru de la Parte Vieja durante 15 días en septiembre de 2014, donde está ubicado el bar Arraun. «Ahí vimos que a la gente le gustó el concepto», explica Carlos con suavidad, uno de los tres socios del Geralds, junto con Mario y el propio Gerald, de esta versión a la donostiarra del bar del mismo nombre en Melbourne. «Gerald es inglés y venía a visitar a sus padres una vez el año», cuenta. «Le llamaba mucho la atención el tema gastronómico y cultural asociado a Euskadi. Fuera nos ven como un pueblo muy especial que mantiene su esencia y sus tradiciones».
Gerald solía venir en junio aprovechando que es temporada de antxoa y tropezó con Carlos por una serie de amigos en común. Sellaron la alianza. Y después de la prueba piloto de lo Viejo se mudaron a Gros, donde anteriormente se encontraba el bar Bolívar. «Nos instalamos en Gros porque tiene mucha vida de barrio, es como un pueblo», resume Carlos.
Con el Geralds, que abrieron hace tres meses, pretenden recuperar «el alma» que, a su juicio, han perdido muchos bares en San Sebastián. «Echaba de menos un bar que tuviera alma. Cada vez que se abre uno lo pintan de blanco, lo llenan de rótulos con marcas de cerveza y le meten millones de luces». Así que en este bar no hay televisión, ni máquina tragaperras ni nada por el estilo. La música que suena durante la entrevista viene del tocadiscos, en este caso un recopilatorio mod-jazz, que encaja perfectamente en un cálido lugar lleno de madera, manteles blancos y muchos pequeños detalles como platillos colgando de las paredes o una imagen de Elvis Presley en una de las estanterías.
Alrededor de la barra se cuece lo más interesante del Geralds. Gente de todo tipo que se junta para echar unos tragos -la cerveza es una de sus especialidades- y que de una manera muy natural entablan conversaciones de lo más sorprendentes con el compañero que tienen al lado. Así es como conocí al peculiar escultor donostiarra Gerardo Arribas. «¡El día anterior a tu encuentro con Gerardo acabó cenando con unos amigos que vinieron de Madrid!», tercia Carlos.
Un sitio como el Geralds da lugar a este tipo de encuentros. Pero si lo que te apetece no es hablar sino comer, también es una estupenda opción. Además de las raciones sueltas de la carta, ofrecen un plato del día (10 euros) y un menú más amplio a 14 euros compuesto por dos entrantes y dos platos contundentes y postre. El menú del 11 de agosto se compuso de gazpacho de remolacha, cogollos con mostaza, arroz integral con verduras, bonito con tomate y pudding. Casero y muy rico.
Es cierto, como dice Carlos, que en el Geralds la gente no grita. Habla suavemente. Como él. ¿Cuál es el punto fuerte del bar? «Yo diría que el ambiente«, concluye.
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