PARTE 1. Hago un listado mental de las cosas que se pueden hacer con siete euros en Donostia:
-Ir al cine cualquier día de la semana.
-Tomarse un gintonic normalito, si es Sapphire o una marca que combine con pepinillo es probable que no salgan las cuentas.
-Comprarse una camiseta básica en la sección de ofertas de H&M o Zara con mano de obra barata.
-Dos pintxos estándar con sendas cañas.
-Una caña deluxe en el Ambrosio.
-Y, entre otras pocas cosas más, un menú del día.
¿Un menú del día? ¿Por 7 euros, algo más de las antiguas 1.000 pesetas? ¿Con dos platos a elegir, bebida y postre? ¿En el centro, prácticamente, de San Sebastián? Sí. Así es. Y sin que muramos de hambre o sed por culpa de unos raquíticos platos. Sin que nos duela el estómago y tengamos que pasar la tarde encerrados en un baño tras ingerir un Mc Menú. O, lo que es peor, sin que tengamos que ir escoltados en una ambulancia al hospital Donostia porque la comida había caducado el mes pasado. Nada de eso. El menú de la Asociación de Jubilados y Pensionistas Egiatarra (Duque de Mandas, 46) no tiene ninguno de estos perniciosos efectos secundarios. Doy fe. Han pasado cuatro horas y mi estado de salud es óptimo.
PARTE 2. Entramos al hogar del jubilado. En la calle de Duque de Mandas siguen en obras y solamente está abierto el acceso desde el lado de Tabakalera. Nos obligan a dar la vuelta porque venimos de sacar dinero en el cajero de la Kutxa, al fondo de la calle; no me imagino al barman de los jubilados pulsando teclas a un datáfono. Desde fuera da la sensación de que un alud de escombro se hubiera tragado al hogar. Da penita y todo. El local pasa muy desapercibido. Un cartel como de chiringuito playero de los 90 nos da la bienvenida con información precisa sobre el precio. Y avisa: el domingo y los festivos el menú pasa a costar 8 euros.
Dejamos a la izquierda la sala de baile, que más de uno habrá visto en ebullición algún domingo por la tarde con esas viejas luces de colores de discoteca escupiendo a diestro y siniestro. Entramos al comedor y para nuestra sorpresa no cabe un alfiler. Está lleno. Dos largas mesas horizontales ocupan la sala principal y sólo hay sitio al fondo, detrás de una cristalera donde un señor ha cogido mesa. El que no corre vuela, pienso. Un señor nos atiende de manera un tanto brusca diciendo que vamos a tener que esperar, aunque luego corregirá su actitud y charlará de manera amistosa.
–¿Suele haber tanta gente?-, pregunto
–Si, pero no como hoy.
–Estáis a tope, hay que ver.
–Sí, nos ha tocado-, responde con un punto de resignación.
Una mujer saca de la cocina platos y más platos de carne en salsa, lo que me trae recuerdos del comedor de mi colegio, La Salle, y de uno de los guisos típicos de la ama. Aprovecho la espera para hacer tiempo e ir al baño y, de paso, cotillear un poco. Lo primero que hay que hacer es descolgar unas llaves con un llavero de madera gigantesco donde pone «C», de caballero, y «S», de señora. Aquí son muy cuidadosos, o muy de la vieja escuela castigadora, según como se mire, porque un letrero advierte que si no vuelves a dejar las llaves «en su sitio» se tomarán «las medidas pertinentes».
La decoración es tirando a espartana, con esa sobriedad que nos caracteriza a los guipuzconos. Si fuese Sevilla esto estaría atiborrado de vírgenes y flores. No hay reproducciones de Chillida, pero sí viejas fotos de Donostia en blanco y negro, el escudo de la Real, la firma de un boxeador que al parecer fue campeón de España, una lámina de arte contemporáneo que no pega mucho y, una curiosidad, tres relojes con cinco minutos de diferencia entre sí. Somos de largo los clientes más jóvenes. Los alrededor de 40 animados comensales forman parte de un grupo de jubilados de Irura. Están de excursión en Donostia para conocer Tabakalera y luego han decidido comer aquí. Esto sí que es aprovechar el ecosistema cultural de Egia. «Se come más barato que en casa», dice una señora que lleva la voz cantante y ha organizado el plan.
PARTE 3. Comemos. Al final, el señor atareado no ha tardado tanto en atendernos y canta el menú. De primero: arroz con carne, puré de menestra y lentejas. De segundo: hamburguesa, pescado (así, sin especificar, en plan genérico) y lengua en salsa. De postre: cuajada, naranja y yogur (el sabor el que toque, claro). Sota, caballo y rey. Compartimos todo, como si estuviéramos de picoteo. Manteles y servilletas de papel. El puré y las lentejas salen enseguida y casi desbordan los platos. Las hamburguesas tienen un color rosado y resulta que el pescado es cabracho a la plancha. En ambos casos vienen acompañados de patatas fritas congeladas.
Como en la simpática cuadrilla de Irura todos se han puesto a pedir cafés, los postres tardan más de la cuenta. Al final el yogur es de macedonia y, como ocurre con la cuajada y las bebidas (agua y gaseosa) y muy probablemente con el resto del menú, la marca de cabecera es el supermercado low-cost Día. Esto no es un reproche. Al contrario. Nuestros estómagos están saciados y estamos sanos y salvos. Nadie ha sido víctima de ningún atraco perpetrado a base de pintxos deconstruidos o sushis de piscifactoría.
PARTE 4. Despedida y cierre. Después de pagar le confieso al encargado que haré un post sobre nuestra experiencia en una página web. Empieza mi batería de preguntas:
–¿Por qué es tan barato?
–Ten en cuenta que es un hogar de jubilados, no puede ser caro. Son clubes municipales.
–¿En el resto de hogares de jubilados de Donostia cuesta igual y tienen el mismo menú?
–No, vale 7,5, 8 euros… depende. El menú cambia.
-¿Hay margen con estos precios?
-Si damos muchas comidas, sí.
-¿De verdad?
-No pagamos algunos costes y del alquiler se abona un canon bajo.
2 Comentarios
Qué experiencia.
Hay un menú por 5€ en el Gorbea, avda de Madrid. No se elige; el primero y el segundo que toque, y se acabó: lentejas y san Jacobo casero (por ejemplo). Si no me equivoco, incluye un vino y un café. Ahí es na.
¡Vaya! Siempre tiene que haber uno más barato. Iré para allá. Mila esker, Yoyo