Hemos calculado un presupuesto aproximado de 35 euros para dos personas. Si el euro no hubiera entrado en nuestra vidas serían casi 6.000 pesetas. Son las 14:30 y nuestras tripas empiezan a rugir levemente. Es la hora de comer y estamos en la Parte Vieja de San Sebastián, en el punto neurálgico de la capital mundial de la gastronomía. «La gastronomía es un arte y una seña de identidad de Donostia-San Sebastián», dicen en la oficina de turismo. Pues eso. Ahí mismo. Buscamos exclusivos bares de pintxos, de esos que salen en las guías y se llenan de franceses y de pudientes (o despistados) clientes locales. Queremos disfrutar al máximo. Que nuestras papilas gustativas exploten de placer… y nuestros bolsillos se queden vacíos en tiempo récord.
Para familiarizarnos con la política de precios hemos hecho una primera parada en LA ESPIGA (San Martzial, 48). El ambiente es el esperado en un bar de la zona centro: nos encontramos rodeados de gente adulta que viste ropa de marca cara. El bar -en realidad, la calle entera- tiene fama de clasista pero nos han atendido bastante bien. El crianza está rico y el zurito, igual de mediocre que en el resto. Nos dejamos aconsejar por una simpática camarera: una pequeña croqueta rellena de pimientos y los famosos morros de ternera. Otro zurito, por favor. Y también cae el típico pintxo de antxoa que hay en todos los bares. 11 euros en total. No está nada mal para empezar.
No somos conscientes de que LA CUCHARA DE SAN TELMO (31 de agosto nº 28, trasera) está a punto de cubrir todas nuestras expectativas. El camarero, un tal Freddi, debe tener un día muy chungo porque no ha amagado con sonreír ni una sola vez en todo el tiempo que pasamos ahí. Su compañero de barra no se queda corto y dudo si son así de serios o simplemente antipáticos. Hostieleros en acción. El 90% de los clientes son turistas y comen extasiados unos pequeños platos con muy buena pinta. En la pizarra se describen todos los manjares de la casa: foie de Monfort, ravioli de pato confitado, sepia asada con verduritas salteadas, carrillera de ternera guisada… Los precios producen una extraña sensación de vértigo; oscilan entre los 3,4 y 5 euros.
Será verdad eso de que la comida entra por los ojos porque acabamos copiando a nuestros vecinos: un risotto cremoso de calabaza y albahaca hecho con una pasta muy suave y una vieira envuelta con un trozo tocineta. Poca cantidad y buena calidad. Lo esperado. Pedimos un zurito y un botellín de agua. Le pregunto si puedo pagar con tarjeta y Freddi me mira con cara de bicho raro, como si hubiera cometido una atroz extravagancia. El precio final supera los 15 euros -en nuestro caso han sido 9,80 euros en total- o nada. Hostielero hasta la médula. En el spin-off de la Cuchara, el bar Borda Berri (Fermín Calbetón, 12), el servicio es ligeramente más amable, todo está igual de bueno y los precios son más ajustados.
Lo primero que llama la atención del GANBARA (San Jerónimo, 21) es la cantidad de gente que trabaja en un espacio tan reducido. Cuento tres señores, tres maduros camareros con pinta de pertenecer a la vieja escuela de hosteleros, y hasta cuatro personas en la cocina. Una bandeja de champagne de la exclusiva marca Taittinger decora la barra. Lo han puesto ahí para marcar paquete, no hay duda. Unos andaluces charlan animadamente con los camareros old school y a la derecha varios amigos devoran un revuelto de hongos que luce magnífico y cuesta, es lo que hay, 13 euros.
Nos informan de que todos los pintxos de la barra valen 2,50 euros: croissants de jamón y salmón, gildas… Clásicos entre los clásicos. Pedimos los pintxos calientes más baratos de la carta: una jugosa croqueta de jamón que está más salada de lo normal (2 euros) y una aceptable mini-tartaleta de txangurro (2,60 euros). Teodoro y Freddi se deben triplicar la edad, pero estoy convencido de que harían muy buenas migas: se nos queda un regusto amargo debido a su actitud un tanto displicente, sospechosamente caprichosa. Los de los hongos abonan 56 euros, nosotros 5,80. Teodoro es de los que se lo curra si los clientes tienen la cartera abultada.
El bote se está agotando y los restringidos horarios de Donostia nos obligan a acelerar el paso. El bar ZERUKO (Pescadería, 10) es la próxima parada. Resulta inconcebible que no hayan prestado más atención a la decoración del interior, más acorde a un establecimiento de comida rápida que a un bar de pintxos creativos. La combinación entre pintxos de diseño y muebles de ¿Ikea? no pega nada. La barra es un canto a la fantasía y originalidad, un festín de colores y formas de todo tipo. Cuesta una barbaridad tomar una decisión.
Hablamos con la camarera, que es bien maja. Elegimos un pintxo de pisto cubierto de un áspic y coronado con una yema de huevo. Está bien, pero parece que la idea es mejor que el resultado final. Ocurre lo mismo con una llamativa alcachofa rellena de vieira. Los pintxos de la barra cuestan 3 euros. Los que requieren pasar antes por cocina entre 4 y 5. A estas alturas, nada sorprende; estamos anestesiados a los altos precios. Donostia meets Zurich. Un camarero sirve una especie de cubeta de la que sale nitrógeno líquido. Se dibuja una silueta realmente espectacular. Me quedo pensando si el contenido estará a la altura.
Son ya las 15:30 horas: suena la angustiosa campana de cierre de las cocinas vascas. Nos sobran unos pocos euros y seguimos teniendo hambre. ¿Qué hacemos? ¿Dónde podemos ir? El epílogo de esta pequeña ruta de pintxos caros tiene un irónico desenlace: acabamos en un bar de batalla comiendo dos económicas raciones de pimientos de Gernika y setas a la plancha. Entrar al bar Narrika ha sido, probablemente, la mejor decisión del día.
4 Comentarios
Que te resbalen esos comentarios tan despectivos sin aportar nada. El relato está muy bien escrito y se aprecia que quiere ser neutral. Sigue escribiendo Jon.
Ni caso, es entretenido, ágil y está bien escrito, que con los tiempos que corren ya es mucho.
en pocas palabras..MENUDA BASURA DE RELATO..si vas a escribir algo que la gente vaya a leer ponle un poco de interés..
Joder, al menos argumenta por qué es una basura. Al menos nada de lo que se ha dicho es mentira. Eso vale más que la mitad del periodismo actual. Por cierto, ¿eres de algunos de los bares mencionados y no quieres poner tu nombre real o es que no se ta ha ocurrido nada más original que «anónimo»?