Me encarga Jon Pagola para Kulturaldia algo que viene a llamar “anticrónica” –no es la primera de la web– para el último evento estrella de Donostia 2016, Time Machine Soup. Empezamos difícil: no tengo claro lo que es una anticrónica, aunque le sigo la corriente, que para eso es el jefe; y menos sé de qué va el evento, aunque como soy muy fan de “Hot Tub Time Machine” (“Jacuzzi al pasado”), me digo que será algo parecido, pero con sopas. En cuanto a la anticrónica, quedémonos con una directiva: cero criterio artístico. Como estoy un poco constipado, supongo que no voy a captar demasiado de las sopas, así que todo va bien. Para saber un poco de qué va lo de las sopas veo un vídeo en la web de 2016.
Al finalizar tengo más dudas que respuestas, pero reconozco que algo de intriga también. Tabakalera & Donostia 2016: no esperaba entenderlo a la primera. Dos grandes preguntas que me vienen a la mente. La primera, viendo el tamaño de las sopas, es si debo ir cenado (es a las 22:00). La segunda, a cuento del misterio de gente con máscaras en penumbra, es si debo llevar condones. Esto lo descarto rápidamente recordando que es un evento donostiarra. A la primera cuestión, planteo una medida preventiva de Doritos a media tarde. Empieza la aventura.
Bastante gente en la entrada de Tabakalera. También es verdad que unos cuantos son periodistas, por ser la inauguración, pero aún así, parece que el precio (18€) no ha echado para atrás. Hemos tenido un debate previo en Twitter -si al microblogging se le puede asignar la categoría de debate- sobre si los eventos de 2016 deberían ser todos gratis. Lo que yo creo es que es difícil afirmar que “Lo del puente” nos haya salido gratis. El tema da para mucho y como el concepto de 2016 no me gusta, ya de fondo, no voy a entrar en ello ahora. Simplemente diré que el precio me parece ajustado al evento (podríamos verlo como 1€ por sopa (12) y 6€ por el espectáculo). También me parece interesante que los parados paguen solo la mitad.
Entramos. Al fondo, en lo que llaman el patio de Tabakalera, oscuridad y 12 mesas iluminadas. Creía yo que veníamos a un evento tipo “Eyes Wide Shut” pero la imagen está más cerca de “El Resplandor”. Lo digo un poco de broma pero lo cierto es que el espectáculo en su conjunto resulta ser bastante oscuro, lo cual me parece estupendo. Dejamos los abrigos y pasamos a lo que parece ser otro universo, desconectado del tiempo. Hay un montón de camareros y camareras que, según me dicen después, vienen de Basque Culinary Center. Vale la pena señalar que son camareros y no artistas, porque dan mucho la talla en las coreografías y representación. Lo lidera una señora vestida de negro, con esa sonrisa perpetua del teatro que tiene un punto inquietante. Todos me hablan de usted, algo que odio, incluso en la ficción, pero lo acepto.
Nada más entrar me preguntan que si estoy solo. Y me conducen a una mesa para 12 comensales. Es una mesa alta, para estar de pié, como si estuviéramos de Sagardotegi. Se ilumina desde dentro y tiene una proyección de imágenes que rellenan el círculo central. En su circunferencia, 12 puntos iluminados, como de un reloj, sobre los que posar los vasitos de sopa que irán trayendo. Me saludan los compañeros de mesa. Alguna cara conocida. Llegan otros nuevos. Algunos extranjeros. Todos estamos un poco expectantes sobre qué narices vamos a ver. Se nos acerca un camarero y nos dice que nos tiene que explicar algo. Ya está, me digo, ahora viene lo que estaban ocultando, que hay que desnudarse o algo. Pero no, decepción, solo es una indicación para dejarles vía libre para servir y recoger, cuestión que hacen estupendamente durante toda la sesión.
Para empezar, sop-art
Empieza el show. La dinámica es ésta: vamos a probar 12 sopas, cada una de ellas representa una época, desde el presente, hacia atrás, hasta el inicio de la vida. Con cada sopa hay algún tipo de representación que define de alguna manera un rasgo característico de la época. Hay teatro, danza, audiovisuales y casi siempre una combinación de todas ellas. Se usa el término “experiencia multisensorial” que suena muy a lenguaje tabakalero pero define bastante bien el espectáculo. Reconozco que con la primera aparición, con movimientos teatrales demasiado expresivos, digo para mí: “Esto va a ser una mamarrachada como un piano”. Pero consigo entrar en seguida, envuelto en un espectáculo bastante bien montado. El formato es original y, al mismo tiempo, el concepto está correctamente definido y el mensaje se entiende -muerde el polvo, Hansel Cereza-.
Empezamos con la sopa “industrial”, característica de nuestros tiempos. Y nos sirven una sopa de tomate, dejando en el centro de la mesa la mítica lata Campbell, mientras suena “These Days” de Nico. Voy entrando en ambiente. La sopa está rica. Viajamos un poco más al pasado, a la sopa de la abuela, la que os podéis imaginar. Adiós a mi constipado, ya no tengo excusa. Suena música de abuelas, de esas que ponen en las películas nostálgicas, y sacan a uno de mis compañeros de mesa a bailar, como ese nieto que fuimos bailando con nuestra amona. Vale. Compro. Estoy dentro. Me dejo llevar.
Llega la Primera Guerra Mundial. El narrador, en el audio, es Kandido Uranga, así que ya nos imaginamos que la cosa se pone fea. No hay música, silencio helador. Tomamos una sopa fría de remolacha, Bortsch se llama, con la muerte muy presente. Esta frase lo dice todo: “La remolacha le confiere un tono rojo-sangre y su sabor terroso, evoca el barro de las trincheras.” Una compañera de mesa me confiesa al final que esa parte ha llegado a afectarle. Creo que lo han conseguido. La sopa, un poco difícil de tragar.
Después hay un juego visual, sincronizando la imagen de nuestras mesas, con lo que hacen los camareros -bien jugado, chicos del Basque- y como a mí lo que me mola es el cine, este ardid es de lo que más disfruto. Además el caldo concentrado de carne está bastante rico. Nos ponen como acompañamiento un trozo de membrillo rodeado por una anchoa, que está muy bueno, y además tiene un significado –de verdad, aprende, Hansel-. El caso es que nuestra mesa no está completa, por lo que van sobrando tres raciones cada vez. Yo suelo tener más gula que vergüenza y arramplo con una de las anchoas sobrantes. Mis compañeros son más formales y se cortan. La conductora se acerca y nos señala que quedan un par más, y nos anima a terminar. Le digo que yo ya he cumplido. Nadie ataca, esto parece la primera fila de un concierto en Donosti. Yo me controlo, tampoco quiero pasarme.
Hay un akelarre, con su baile y su aker, y nos sirven algo que en la ficción lleva sapos y demás marranadas de bruja. Pero, aunque sus tropezones nos quieran engañar, está rico. Mi favorito llega del nuevo mundo -hemos bajado ya a 1500-, una sopa de coco que también repito a la salud de los comensales ausentes. Con un poquito de ron habría estado aún mejor. El momento más cómico llega con la edad media, dedicado a la gallina, con una interpretación gallinácea bastante mimética.
Cuando llegamos a la antigua Roma, vuelve la voz de Kandido Uranga y habla de cómo la sopa de pera aclara la voz (falta le hace). Tomamos una especie de compota, estupenda. El narrador dice esta frase: “Cuando los cocineros mandan, la civilización se hunde”. Parece un aviso apocalíptico hecho a la medida de Gipuzkoa. Con Grecia llega el espectáculo de máscaras, con un toque macabro interesante que gira en torno a la cicuta. Con el toque afrutado que tiene, en vez de cicuta, le habría ido genial un chorrito de ginebra. Vale, voy necesitando alcohol, no hago más que tomar sopa.
Viejas civilizaciones… y una pregunta capital: ¿cuándo llega vino?
Con la llegada a la antigua Mesopotamia no puedo. Se basa en una receta de entonces, relacionada con la matanza, y la sopa lleva morcilla y manitas de cerdo, acompañada de unas imágenes de cerdos llenos de moscas, y un texto sangriento. Me supera, no la termino, pero no importa, el efecto ha sido poderoso y casi me he sentido en los albores de la civilización, con un plato primitivo pero con la incipiente sofisticación de una receta de cierta complejidad. Chapó, pero no me lo acabo.
Y para terminar, algo más abstracto: la sopa primordial del inicio de la vida. En definitiva, un puñetazo de mar, que junto a la anterior, supone un final bastante fuerte, sobre todo después de haber pasado por las afrutadas Roma y Grecia. En cualquier caso, las sensaciones son acertadas de nuevo; me siento inmerso en la concentración de protovida en medio de un mar nutritivo. El sonido, las imágenes de las olas. Los movimientos de los actores.
Pero vamos a lo que importa: nos dicen que por ser la inauguración nos invitan a un vino para terminar. Esto sí que hace falta después de unas buenas sopas -no habría ido mal durante-. Y acto seguido, nos avisan de que el ascensor se ha estropeado y no pueden traerlo. Esto sí que es el horror y no lo de la Guerra Mundial. Pero la victoria es de quien persevera, y me quedo allí charlando en la mesa un rato, mientras muchos se van, hasta que vienen a avisarnos que han solucionado la avería.
El vino llega y brindamos, desde el principio de las sopas.
2 Comentarios
[…] Iñaki Ortizek nahiko ongi deskribatu du bertan bizi izandakoa; ez naiz errepikatzen saiatuko. Esperientzia iradokitzailea denez, poem recording egiten aritu nintzen. 12 zopa dastatu bitartean, ohar mentalak hartu nituen. Biharamunean, Japoniako forma tradizionalak erabiliz, honako 8 tanka eta 4 haiku hauetan oroitzapenak bildu ditut. […]
Itxura polita du, egia esan!