Cuando el viernes, 30 de octubre, San Sebastián 2016 presentó su programación oficial en un inmenso encuentro en Tabakalera nadie podía reparar en la resaca que iban dejar los actos de inauguración. Las resacas pueden tener el sabor a victoria después de una vibrante noche de fiesta, pero también te pueden dejar tan aturdido como el jugador de casino que ha perdido montañas de billetes jugando a la ruleta o al blackjack y que, al igual que le sucede al protagonista de «Veinticuatro horas en la vida de una mujer» de Stefan Zweig, se le acaban desplomando las manos con los que se había jugado sus cuartos sobre la mesa de juego, abatidas y muertas. Si un croupier hubiera visto el faraónico show de Hansel Cereza súbitamente hubiera retirado todas las fichas de su mesa ante la mirada desoladora de miles de curiosos que atónitos habrían observado, sufrido, como la bolita de la ruleta caía en la casilla equivocada.
Aunque no es del todo cierto, como veremos a continuación, lo del puente también se ha magnificado porque desde entonces la agenda de 2016 se ha reducido drásticamente; el vacío que se ha generado no ha ayudado a olvidar-tapar el fiasco. Todo siempre es más fácil de digerir cuando un clavo saca otro clavo, pero me temo que habrá que esperar bastante para que pase algo así. La percepción es que 2016 vive instalado en un extraño impasse hasta que llegue el siguiente evento de suficiente enjundia y poder de convocatoria. ¿Lo conseguirá el happening de «Time machine soup»? Stop War Festibala se celebra a finales de marzo. Y aunque Nick Lowe se merece todo el respeto del mundo (envejece divinamente, como el mejor de los vinos) Bob Geldof está más pasado que aquella tarta almibarada que fue «Do They Know It´s Christmas», la conocida canción que compuso en 1984 para Band Aid y todo lo que vino después.
Han pasado 10 días desde aquel 23 de enero que se torció en el puente de María Cristina. Me dirijo a las oficinas de 2016 de la calle Easo para reunirme con el departamento de comunicación y, de paso, conocer la sede. Tengo tres preguntas anotadas en mi bloc de notas y una breve nota aclaratoria sobre cada cuestión que meto entre paréntesis:
1-. ¿Cómo están los ánimos en la oficina después del tropezón de Cereza? (En la entrevista de Alberto Moyano en El Diario Vasco al director de programación cultural, Xabier Paya, dijo que necesitaban el «cariño» de la gente)
2-. Tras un arranque espectacular con más de 70 actos la programación ha entrado, prácticamente, en stand-by salvando las exposiciones temporales y poco más. ¿No resulta un poco chocante? (el evento cultural más llamativo del pasado fin de semana fue un festival que no contó con el apoyo de 2016, Lurrazpiko Festa)
3-. El próximo hito de la programación, Time Machine Soup, no es hasta el 11 de febrero. ¿No se corre el riesgo de que se enfríe el ambiente? (o de que directamente se acabe congelando tres semanas después de los actos de inauguración)
Me responden las preguntas diligentemente, una una, pero la dos y la tres, que van unidas, saltan primero. Coincide que casi a la misma hora de nuestro encuentro tiene lugar en el museo San Telmo un ciclo coordinado por el neurólogo José Félix Martí Massó que es parte del programa Desafíos diseñado por San Sebastián 2016 y Jakiunde. La community manager de 2016 confirma al inicio de la reunión que se ha completado el aforo de la conferencia «La conducta normal y patológica en la vejez«, dando así a entender que el público no ha dado la espalda a la capitalidad y que en ningún caso se ha levantado el pie del acelerador. Entramos en harina. Y afirman que aunque a veces «carecen de visibilidad» hay una «gran cantidad de actos», como es este caso, que se realizan prácticamente todos los días bajo el paraguas de 2016.
Ayer mismo en la página web de 2016 dieron a conocer la iniciativa Elkar Lanean en la que los diseñadores Isabel Dublang y Xabier Zirikiain han creado una serie de «productos singulares», junto con la colaboración de artistas y artesanos. Sus trabajos se pueden ver en el punto de información de Alderdi Eder. Tras la cancelación a última hora del concierto de Bill Ryder-Jones dentro de Music Box, me recuerdan que el fin de semana pasado no se quedaron huérfanos de actividades y que con el apoyo de la línea Conversaciones de DSS 2016 tuvo lugar un espectáculo «súper potente» de danza, Oskara, en el teatro Victoria Eugenia, en el que se aborda la cultura tradicional vasca desde un punto de vista contemporáneo. También se podían visitar, entre otras, la estupenda exposición sobre el grupo Gaur en San Telmo y la curiosa instalación Tokialdatu/Desplazamiento de Maider López que juega con las memorias de las fuentes en Ondarreta.
Todo esto está muy bien y es necesario contarlo y que la gente sepa que se hacen cosas a diferentes y a pequeñas escalas y que todo es parte del heterogéneo y a veces difuso planeta 2016. Sin embargo, quiero hacerles ver que la realidad de puertas de 2016 hacia fuera es bien distinta y que el puente entre la oficina y la calle que Cereza no logró unir está mucho más alejado de lo que piensan. Insisten en que numerosos colectivos, asociaciones y ciudadanos anónimos (Olatu Talka es un ejemplo de ello) participan y son corresponsables de las actividades programadas. Como nunca llueve a gusto de todos, pienso en que hay otras muchas iniciativas y artistas que se han quedado fuera y no se sienten representadas: gaztetxes, promotoras, diseñadores, gestores e iniciativas culturales…
«La sensación que tenemos es la de haber realizado un buen trabajo. Los cuatro días de inauguración fueron más que el acto central», afirman respondiendo a la pregunta inicial. Pero cuando preguntas a un donostiarra qué le pareció la inauguración lo más probable es que no te hable del concierto-performance de Rafael Berrio, de la danza vertical del Kursaal o de la peli francesa del Principal. Eso son, queramos o no, los entremeses del banquete. Te hablará de lo del puente.
«Fue un jarro de agua fría», reconocen. En 2016 siempre han confiado en que los contenidos acabarán reconquistando a la gente, que hay margen para que un proyecto de esta envergadura que dura un año entero madure y nos inunde de olas de energía. Ya veremos qué cuerpo resaquil nos deja todo esto en 2017. De momento, Donostia 2016 se asemeja más el incansable ratón de laboratorio que da vueltas sobre la rueda de una jaula mientras escribe una y otra vez las letras ilusión-decepción-escepticismo en una pizarra.
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