Llego un poco justo y veo un cola inmensa de extranjeros, nórdicos quizá. Afortunadamente, aún se están situando y paso primero. Se nota expectación, interés. Una chica me para y me pregunta si me sobra una entrada. No. No le sobra a nadie, porque todos quieren ver la que puede ser la apuesta más ambiciosa de Donostia 2016.
Entro y me dan una silla-bastón que deja claro el mecanismo de la obra: mover al público por todo el parque. De momento, hay que colocarse en la explanada de la entrada, donde hay montado un escenario. Me hago con la cesta de la cena. Están pensadas para parejas, porque el amor está en el aire, pero yo voy solo, dispuesto a dejarme llevar por los espíritus del bosque. Me sitúo y rápidamente intercepto uno de los apetecibles cócteles. Una vez servido, reviso la cesta, y reconozco que me encuentro algo desorientado. No tengo unas instrucciones claras, no sé muy bien lo qué hay que hacer, y lo peor, no sé de qué va esto. La información va llegando un poco a trompicones, y de forma indirecta, a través de una entrevista que le hacen a alguien de al lado, descubro que la ficción supone que somos los invitados de una boda.
La cena
Se come rico y más que suficiente. Destacando el cordero en cuanto a rico y suficiente. Antes, unos juegos culinarios con guiño a las fases del amor nos van introduciendo el tema de la noche. La comida está bien, y no dejo pasar los Beronias que se ponen a tiro. Pero… Sí, pero. Creo que conceptualmente no está bien integrada con la obra. Realmente la fase de la cena es prescindible, no tiene fuerza. Y como decía, le falta algo de explicación previa. En “gatronomía dramática” funcionaba mucho mejor Time Soup Machine o, ya saliendo de 2016, Monsterchef.
En determinado momento, una camarera pasa avisándonos a todos que la manzana no hay que comerla todavía, que forma parte del postre que hay que construir. Se refiere, en concreto, a la manzana que me he comido hace unos minutos. Le sonrío con cara de “por supuesto, entendido”, y procuro llenar mi copa de nuevo. La cena tiene un cierto aire de urgencia, de complejidad, de ser un previo a un evento que aún no ha empezado.
La obra
Hasta ahí llega mi cierta crítica ante un aspecto, el de la cena, que podría ser algo mejorable y que quizá no es el punto fuerte. Porque por lo demás, el resultado es excelente. La obra empieza más o menos en los postres, con un adelanto travieso.
Después, un coche oficial entra en escena, asediado por periodistas que preguntan a una alcaldesa por casos de corrupción. Esta es la primera señal de que habrá ciertos cambios con respecto a Shakespeare. Lo cierto es que, en esencia, la obra es respetuosa con el original, aunque aligera -bien hecho- y añade algunos elementos de actualidad yalgún que otro guiño local. Nada que haga resentirse al material. Quizá, la innovación más interesante es aprovechar un juego de metateatro, que ya estaba en el texto de Shakespeare, dándole una vuelta de tuerca.
Se hace referencia a la propia obra que estamos viendo, con algunos toques de sana autocrítica, entre otras cosas, hacia la “mutilación” que sufre el original. En esta línea, con la tropa de cuatro camareros, se consiguen los momentos más divertidos, con cuatro cómicos brillantes, capitaneados por un impecable Josean Bengoetxea. La chispa de Gorka Otxoa, este ya entre los papeles protagonistas, luce también en los momentos de enredo. En general, todos y todas funcionan muy bien.
Cristina Enea
Todos estos aciertos no habrían sido lo mismo dentro de la rigidez de un teatro. El escenario aquí, es el parque, por el que vamos transitando con la silla a cuestas y con una luz que convierte nuestra peregrinación en una procesión de ánimas en la noche.
Nosotros, el público, tenemos algo de fantasmagórico, de espectros del bosque que están presentes pero invisibles. Casi me parece ver a Gladys apoyada en un árbol. Aquí no tenemos cuarta pared, ni siquiera tenemos la primera. Si hay algo que es rescatable del material original, más allá de la comedia de enredo convencional, es la magia del bosque que te conduce al amor loco de una noche de verano. Eso, en este caso, lo vives. La escenografía es alucinante. Se aprovecha al máximo el potencial de Cristina Enea, atrezándolo con gusto exquisito. Juego de luces, objetos románticos, y una inteligente asimilación del espacio.
Habré estado docenas de veces caminando por esos lugares, pero en la noche, guiados por ciertas luces, me encuentro desorientado y descubro más tarde dónde me encontraba. No estoy en Cristina Enea, estoy inmerso en un bosque repleto de hadas y magia, un lugar sugerente, algo embriagado por las bebidas, por la noche de verano, por la fauna que vuela entre el público y la obra, atraídos por las luces.
La coordinación de escenas, con actores entrando a tiempo en tal gigantesco conjunto de escenarios me lleva a plantearme un término ajeno al teatro: plano secuencia. Todo funciona como un reloj. El despliegue de sonido no falla. Los actos están cuidadosamente pensados para sacar el máximo partido a los diferentes lugares y a que todo tenga el ritmo adecuado, sin apenas esperas ni aglomeraciones. Una logística fabulosa.
La obra conjuga teatro, música, coreografías. Algo que en otras espectáculos, puede desembocar en un popurrí hortera y ostentoso. Aquí está trabajado con sutileza y muy buen gusto. El coro angelical que te hace creer que efectivamente te encuentras en un lugar de ensueño; la orquesta ambulante que acentúa los hitos emocionales. Las coreografías hipnóticas, integradas a la perfección con el desarrollo de la historia, no como interrupciones. Los objetos y personas levitando, a hombros de actores. La luz. ¡La luz! Un trabajo muy meritorio y simplemente mágico.
El final
La obra acaba fundiéndose en un baile entre ficticio y real, rompiendo una vez más la separación entre los actores y el público. Y con un cóctel de despedida para acabar de embriagarse de una noche estupenda en la que, por suerte, las nubes no han empañado el espectáculo. La recta final, en el escenario, ha sido un divertido número cómico con unos juegos de lenguaje que ya quisieran tener muchos humoristas. Muy juguetón, para terminar de darle aire fresco a la obra. La fiesta se traslada a Tabakalera y ahí ya me bajo. La edad media del público es la de un votante pro-brexit, así que decido retirarme. No volveré a mirar igual a este parque.
2 Comentarios
Solo quiero comentar que a mi me gustó mucho. Fue algo original y diferente que me encantaría que se volviese a repetir para que la gente de Donostia que se quedó sin entradas,pudiera disfrutar.
Compré entradas tarde por falta de información. No sabía en qué consistía el montaje, pero me alegro de haber arriesgado.
¿ merece la pena los 1.2milones que cuesta ? Si, por supuesto,……..