No sabemos qué hubiera sido de la obra de Barbara Stammel si no hubiera pasado los últimos 15 años viviendo en Getaria. Sus cuadros –agresivos, crueles y puede que hasta cierto punto amenazantes– no están destinados para el espectador medio: se diría que los rostros que vemos pasar en la exposición «Manchas humanas» de la sala Ganbara del Koldo Mitxelena Kulturunea, abierto desde el 10 de julio al 6 de septiembre, nos están escudriñando a nosotros mismos, como si nos estuvieran poniendo a prueba.
Y claro, eso es algo que incomoda, según reconoce esta mujer alemana afincada en Euskadi que estudió en Munich y tiene algunas piezas en el Artium de Vitoria-Gasteiz. Nació en Söcking, lugar en el que se encontraba Dachau, asentamiento del primer campo de concentración nazi.
Stammel no vivió aquella época, pero en los años sesenta sus padres le contaban cómo observaban escondidos tras los árboles las columnas de prisioneros que marchaban encadenados a realizar trabajos forzados en la vecina fábrica de BMW. No era más que una niña en una época en la que Alemania empezaba a digerir su pasado reciente.
«Me interesa el ser humano, no el retrato convencional. Es una pintura digamos brusca, agresiva, provocativa…, pero a su vez libre y espontánea», ha comentado. Y eso es lo que busca en las caras crudas y angustiosas de su última serie, «Manchas humanas», compuesta por siete retratos sobre papel y lienzo, a los que acompañan otras cinco pinturas de la artista.
Son retratos ficticios que Nick Bray sintetiza de la siguiente manera: «Diapositivas de idas y venidas, de identidades que emergen ante nuestros ojos, para después desdibujarse y desaparecer dando paso a la siguiente en una cadena humana de apariencia, parecido y ocultación».
1 Comentario
No he visitado la exposición de Stammel, pero por las fotografías que ilustran el artículo diría que los brochazos policromáticos de sus retratos y la inquietante desnudez de los rostros en primer plano beben, salvando las distancias, de la influencia de Lucian Freud.