La vida obliga, a menudo, a escoger entre verdad y belleza. Por eso, cuando alguien consigue reunirlos, merece ser celebrado, visitado y revisitado. El discurso de Francesc Català-Roca (Valls, 1922-Barcelona, 1998), uno de los mejores fotógrafos documentales europeos del siglo XX, está “pleno de autenticidad, fe y consciencia en el lenguaje de las imágenes destinadas a reconocer y reconocernos”, subraya Chema Conesa, el comisario de la exposición que reúne hasta junio sus obras maestras en la sala Kubo. Quien la ha visto, asegura que es uno de los imperdibles del año.
Para contrastarlo, miramos hacia sus colegas de profesión. “La exposición de Català-Roca es de lo mejor que he visto. No se consideraba artista sino fotógrafo, esto resume mucho su forma de trabajar. Pretendía captar, robar, conseguir momentos de los sitios en los que estaba y lo conseguía, pero con tal calidad estética que, en cierto modo, mejoraba la realidad”, sintetiza el fotoperiodista Javier Etxezarreta, que se confiesa un gran “admirador” de su trabajo. Pionero, sin saberlo, porque en eso consiste ser pionero, del instante decisivo que popularizó Henri Cartier-Bresson, en la pupila de Català-Roca se asociaba el ojo estético y la mirada humanista, sin atisbo de condescendencia o juicio.
Para el fotoperiodista Javi Julio, su obra es “el retrato de una época, los años 50 y primeros 60”. “Hay dos cosas que me gustan especialmente de él: la primera, que se quería separar de la palabra artista, del concepto de copia única, pese a que convivió con artistas de la época, como Dalí, Miró (al que documentó toda su obra) o Tapiés. Se consideraba fotógrafo y nada más. Tampoco ponía nombres a sus fotos”, enfatiza. “Era él mismo quien trabajaba en el laboratorio, revelando y reencuadrando. Era muy trabajador y tiene una obra inmensa. Además de hacer este tipo de fotografía, que era con la que disfrutaba, se veía obligado a hacer trabajos más alimenticios, como publicidad, bodegones…”, señala Javi Julio. Pero de eso también supo sacar provecho: esos trabajos le convirtieron en “un fotógrafo muy técnico”.
La admiración por Català-Roca trasciende vocaciones o gustos personales. La fotógrafa Ainara Garcia destaca que “su estilo, su forma de ver el mundo, así como de contarlo es prácticamente opuesto a mi interpretación fotográfica, y a pesar de ello, desde siempre he sentido admiración por su trabajo”. “Tal vez sea ese auténtico blanco y negro, donde los blancos son blancos y los negros, negros. Aunque lo parezca, no es fácil de conseguir. La ausencia del color no se echa de menos gracias al contraste monocromo de sus instantáneas. No obstante, los colores en principio llaman más la atención, y el blanco y negro, en general, pasa más desapercibido”, razona. “Eso, a no ser que la foto tenga una gran fuerza visual que nos atrape unos segundos más, como consiguió el artista Catalàn”, matiza.
La selección de 150 fotografías de la muestra donostiarra ha exigido una criba terrible, puesto que su legado, acumulado a lo largo de tres décadas, supera los 200.000 negativos. A nuestros tres fotógrafos les pedimos una selección no menos complicada: escoger una sola de las imágenes de la exposición. Los tres se han quejado del encargo, un reproche que puede resumirse en las palabras de Javi Julio: “Me gustan todas las fotos de la expo, de hecho. Elegir una es difícil”.
Javier Etxezarreta: “Tiene tanta fuerza que me dejó clavado en el sitio”
“Es un retrato de una niña en las afueras de Barcelona en una jornada en la que también retrató a la Chunga bailando. No es la más representativa de su trabajo, ya que era básicamente un cazador urbano y además no tiene ese toque irónico que caracteriza su trabajo, pero no podía apartar la vista de esta foto. Tampoco es porque sea una niña, o porque sea aparentemente pobre, es por la emoción contenida en la escena. Por un lado la protagonista, que es irresistible, con esa mirada que obliga a preguntarse a qué o a quién está mirando y qué es lo que protege con tanto cariño. Luego están los otros personajes secundarios, que parece que les hace gracia que a un señor como él se interese por ellos. Estar allí y no resultar agresivo con una cámara en la mano es todo un mérito. En cuanto al fondo, es perfecto, coherente con los niños. Tiene un poco de caída hacia la derecha, algo que no puede ser casualidad porque reencuadraba sus fotos varios días después de hacerlas y era un laborante muy minucioso. Es algo que desestabiliza emocionalmente una escena y da la sensación de caerle más peso a la niña, lo cual le aporta más fuerza sin dramatizar. Me encanta porque tiene tantos planos, tanta profundidad y tanta fuerza que me dejó clavado en el sitio”. @etxezarreta
Javi Julio: “Dignificaba a la persona retratada”
“Me gusta especialmente la del padre e hijo comiendo del mismo puchero. Más que por motivos técnicos, me gusta porque, de alguna manera, me hace imaginarme cómo vivía la gente en el campo en aquella época, y me hace imaginarme las historias que contaba mi padre, sobre abandonar la escuela con nueve años por ir a trabajar al campo, compartiendo un puchero entre las personas q hacían este trabajo. La ciudad, el extrarradio y el campo eran los lugares donde trabajaba. A pesar de presenciar situaciones de pobreza y necesidad, era capaz de hacer agradable, tanto para él como para las personas fotografiadas, situaciones que eran incómodas. Dignificaba a la persona retratada. Enaltecía lo más humilde y sencillo. No hacía una fotografía agresiva, quizás cierta ironía, pero no eran situaciones incómodas. A pesar de ser una escena que da pistas sobre la humildad y el estrato social de los protagonistas, muy diferente a las escenas de la ciudad, los retrata con dignidad y naturalidad”. @javijuliophoto
Ainara Garcia: “Nadie la mira, excepto el fotógrafo”
“He elegido una foto que retrata la llegada a Barcelona del Semiramis, con los últimos prisioneros de la División Azul, en 1954. Aparte de ser una foto que personalmente me encanta, creo que describe perfectamente la forma de trabajar de Català-Roca en su totalidad. En la imagen aparece una mujer en medio de la muchedumbre. El gesto de su cara nos da a entender que busca a alguien o intenta decir algo. Pero lo más llamativo es que de todas las personas que hay en ese espacio, nadie la mira. Nadie, excepto el fotógrafo. Català-Roca se plantaba en medio de la calle, en medio de todo el mundo, en medio de mil ojos… y sin embargo, era capaz de fotografiar lo que nadie veía, instantes que para nadie tenían importancia, breves momentos que pasaban desapercibidos… Pero así era él, un artista que de situaciones muy cotidianas y rutinarias fue capaz de inmortalizar instantes irrepetibles que se han convertido en parte de la historia de la fotografía”. @ainaraga
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