Quien haya estado alguna vez en los bares de rock and roll que pueblan el barrio de Malasaña en Madrid (Weirdo, Louie-Louie, Groovie) sabrá de lo que estamos hablando. El bar Eiger, ubicado en una esquina de la Parte Vieja, entre la calle Aldamar y el Paseo Nuevo, reúne todos los ingredientes básicos de un bar de rock and roll a la antigua usanza. Para empezar se pincha con discos de vinilo, normalmente singles, y una parte considerable de los clientes habituales del bar se compone de melómanos que también ejercen de DJs los fines de semana. Así fue como Álvaro Fernández, que en su faceta de pinchadiscos es conocido como «Álvaro Oh», se hizo asiduo del Eiger.
«La primera vez que pinché aquí fue en 2003 o 2004», recuerda desde la barra del bar el pasado domingo por la tarde. Mientras charlamos suenan de fondo varias canciones power pop, una de las marcas de la casa. Coincidimos, casualidad, con el mismo hombre maduro que había entrado solo dos días antes. Álvaro le sirve una caña Estrella Dam. La entrevista se había fijado el viernes por la tarde, pero el trasiego en el Eiger suele ser considerable los fines de semana y es ahora cuando el ambiente se ha calmado un poco. «Pinki (el anterior dueño) ya llevaba un tiempo diciendo que lo iba a dejar y cuando la consultoria para la que estaba trabajando cerró le ví las orejas al lobo. Después todo ha salido rodado», resume.
Hace aproximadamente año y medio que Álvaro se hizo con las riendas del garito con mayor pedigrí rockero de la ciudad, con excepción, tal vez, del Bukowski. Para alegría y tranquilidad de los fieles parroquianos del Eiger, nada o casi nada ha cambiado en esta nueva etapa. El espíritu es el mismo. Sigue siendo el único bar de la ciudad especializado en distintas variantes de rock and roll: 50s, 60s, soul, rythm & blues, punk-rock, power-pop y garaje. Dependiendo de quién pinche se acercan mods o incluso algún rocker, como sucedió el pasado sábado por la noche. También tiene noches más canallas en los que se ven unos cuantos cinturones con tachuelas. En cambio, en las veladas soul y R&B, si el espacio lo permite, hay quien baila northern soul. Como se ve, también sirve a modo de escaparate de tribus urbanas, lo que le confiere color y personalidad.
Abierto desde las seis de la tarde hasta las tres de la mañana los fines de semana tras la última ampliación horaria, nunca te darán gato por liebre. «El otro día me hizo mogollón de gracia cuando unos clientes vinieron por aquí y nos preguntaron si pinchábamos con vinilo. ¿Lo que suena es vinilo? ¿Seguro? No se lo creían», comenta Álvaro, para hablar a continuación del misticismo del vinilo, el romanticismo fetichista del formato físico que se contagia desde ambos lados de la barra. «Siempre he andado en ambientes musiqueros pero con el bar veo más gente que nunca que realmente se fija en si el disco es el original. ¡Qué talibanes de la música!», dice entre risas.
Para 2014 el Eiger seguirá siendo fiel a sí mismo. No se esperan cambios sustanciales y mucho menos una revolución. Pero sí que llegarán ligeras mejoras: se le dará brillo al interior -«una pequeña maqueada, pintarlo un poco»-, se ahondará en la programación musical, potenciarán el pintxo-pote de los miércoles… Álvaro le quiere inyectar más vida. Dinamizarlo. El Eiger, que es como un pedacito de Malasaña en Donostia, se parece en el bar Weirdo hasta en el ordenamiento del espacio: pequeño, acogedor, a veces asfixiante, las noches de rock and roll no serían iguales sin su existencia.
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