31 de agosto de 2005. Domingo por la mañana. Un incendio iniciado por un cortocircuito destruye por completo la discoteca Discóbolo, situada en un sótano del número 27 del Boulevard, en pleno centro de la ciudad. El chispazo se produjo alrededor de las 10:30 horas cuando la mujer de la limpieza se afanaba en recoger los restos de una noche de fiesta. El fuego y el abundante humo obligaron a desalojar a los 21 vecinos del inmueble así como a los trabajadores de los negocios colindantes, aunque no hubo que lamentar heridos. Casi 9 años después del suceso la discoteca ya no se llama Discóbolo, sino Disco Friends. Y el aire tan decadente como encantador de la antigua sala dio paso a un espacio de corte moderno, teñido de luces vivas y de aire ibicenco que poco tiene que ver con su predecesor.
El Discóbolo merece un sincero homenaje de todos aquellos que en lugar de optar por los locales que entonces estaban de moda -Bataplán y Etxekalte- decidían terminar la farra en su interior. Puede que al principio no fuera la primera ni la segunda opción, pero una vez asimiladas todas sus limitaciones -que eran abundantes: su estado cochambroso, la clientela viejuna, música pachanga- pasó a ser un must de la noche donostiarra para una fauna nocturna nada desdeñable. Ejercía una extraña y magnética atracción en dos tipos de público que en un principio poco o nada tenían que ver: jóvenes veinteañeros y señores entre 50 y 60 años, gente de vuelta de todo. Ambos, a su manera, se encontraban sin rumbo hacia las cuatro de la mañana de una noche de sábado.
Los primeros, literalmente, porque no sabían exactamente dónde podían ir después de que cerrasen los bares de la Parte Vieja. La sala Etxekalte, aunque gozaba de prestigio musical, era una opción a tener en cuenta pero tiene el hándicap de ser un zulo en su planta baja y se formaban colas considerables en la entrada. Estaban las discotecas de la playa, pero carecían de atractivo para muchos de nosotros. Cabe recordar que en aquellos primeros años 2000 no existía, ni siquiera, una clase media tipo Be-Bop o Doka. Por su parte, a los maduritos hombres y mujeres les pesaba una vida generalmente perra y desleal y el Discóbolo era su refugio canalla, el ambiente ideal para desquitarse de los sinsabores de una penosa existencia. Podían intercambiar impresiones sin ser severamente juzgados y si les tocaba lidiar con unos jóvenes universitarios lo hacían encantados; tenían cuerda para rato y aquellos chicos en edad universitaria funcionaban tan bien como un agradecido «sparring» en la lona del ring.
Así que, ahí los tenéis: cuadrillas de estudiantes y post-universitarios junto a divorciados, parados, algunos latinos y veteranos hosteleros -el del bar Txalupa, por ejemplo- que venían de bajar la persiana de sus bares en lo Viejo. Los que tenían toda una vida adulta por delante frente a los que habían vivido demasiado y tenían razones de peso para quejarse amargamente de los derechazos y ganchos que habían sufrido a lo largo de los años. Ese extraño mundo no solía ser demasiado frecuentado por las mujeres. Los que allí iban eran mayoritariamente hombres que por distintos motivos habían abandonado una vez más la ilusión de encontrar un fugaz amor entre ron-colas y gin-tonics. La razón de acabar la noche en el Discóbolo era otra bien distinta, obedecía a las propias limitaciones de la vida nocturna donostiarra, pero también a una manera transversal de entender la diversión que hemos ido perdiendo.
Poco antes del incendio, el Discóbolo estaba viviendo un momento dulce. Abierto en los años 60, mantenía una decoración añeja que se asemejaba a la de otros tantos disco-bares que proliferaban en nuestros pueblos. Tenía su punto, un aire retro, nada postizo, que te transportaba unas décadas atrás en el tiempo. Unas escaleras conducían a un subsuelo que, a su vez, se dividía en dos zonas; la primera, alrededor de una de las barras, y el segundo espacio estaba reservado a una pista de baile situado varios escalones más abajo. En este genial vídeo paródico y promocional del Festival de Cine Fantástico y de Terror, en su edición de 2001, se describe con mucha guasa algunos de sus atributos.
)
Era, en efecto, una discoteca de pueblo en uno de los puntos más exclusivos de Donostia. Un txoko cutre, humilde y sin pretensiones en el corazón ñoñostiarra. Y ahí también radicaba su encanto.
2 Comentarios
Alguno más: Argia, Txurrut, Atseden, SN, Burunda, Hamabost, Reloj Berri, Tic Tac, Zibbibo …
«Ahora» también están el A Round, Gott …
Menos comerciales: Altxerri, Eiger, Ensanche, Iguana, Minuto y medio, Txiki, los de la calle Juan de Bilbao (Ikatz)…
¿Cuáles más?
En el Txalupa se solía también bailar con música comercial una vez retirados los pintxos … En la misma Fermin Calbeton también se bailaba en el Mendaur, Ostadar, Sariketa, Loretxu, Uraitz, Federiko, Txukun (ahora Spot), Tas-Tas … Y cerca en el Arkaitzpe, Truck (ahora Lamb), Ezpala, Egarri … Creo que en varios de ellos sigue la jarana musical. ¿Quién da más?