Hoy salen tímidamente los primeros rayos de sol de un oscuro y largo invierno que oficialmente certifica su defunción en dos semanas. Parece que el tiempo nos va a dar una tregua durante los próximos días. Y uno ya se pone a pensar y fantasear con los soleados días de verano. Ahora, pasada la treintena y refinados los gustos, los veranos se disfrutan de otra manera; pero hubo un tiempo en el que los largos fines de semana de julio y agosto se remataban en alguna discoteca playera. De eso hace ya más de diez años, casi 15. Lo que viene a continuación es el recuerdo -inevitablemente difuso y parcial- de aquellas noches de verano de finales de los años 90 y primeros 2000 que tenían lugar en la playa de la Concha. La Zurriola llegaría más tarde, a las puertas de otra época, en la inexorable entrada a la vida más o menos adulta.
Pensándolo bien, este relato también podría servir como documento de máxima actualidad. Algo me dice que en esta ciudad en la que se repiten los mismos patrones generación tras generación las cosas no han cambiado tanto entre 1999 y 2014.
Éramos jóvenes, inexpertos y nuestros niveles de testosterona andaban por las nubes. En las cuadrillas unisex no había grietas, ni matrimonios con hijos y la idea de exiliarse a Hendaia era una remota chaladura. Las diferencias entre nosotros eran mucho más sutiles. Nos dividíamos entre los que estudiaban en Donostia y fuera, y si alguien fallaba a la cita gamberra se le ponía una x en el casillero. Una cuadrilla vasca con una media de 20 años es lo más parecido a una inquebrantable y sólida relación de amor. Era sagrado. Los viernes y sábados (¡el viernes se salía!) solían arrancar con una cena en la sociedad convenientemente regada con sidra, kalimotxo y alcoholes varios. Íbamos a lo Viejo. Hacíamos el tonto. No se ligaba. Cada noche era la última noche. Y creíamos estar preparados para la jungla nocturna. Estábamos rotundamente equivocados
BATAPLÁN
Una noche que no terminaba en Bataplán era un sonoro fracaso, más doloroso que una derrota de la Real, infinitamente peor que cuando tu mejor amigo desaparece en mitad de la noche porque echa de menos a su novia. De camino de la Parte Vieja, paseando por la Concha, riéndonos de cualquier estupidez, siempre nos daba por idear una táctica para entrar gratis a la discoteca. Temíamos quedarnos en la misma puerta mientras que decenas de mujeres con las que nos iríamos al fin del mundo accedían al interior. Los guardias de seguridad custodiaban las entradas desde la arena y no podíamos colarnos por la playa.
Paco tenía el poder absoluto e intransferible de nuestro destino. Nunca, ningún portero de discoteca en la historia, ha contado con el aura de Paco, un señor bajito, calvo y rechoncho que decidía arbitrariamente quién entraba y quién no. Normalmente las chicas no pagaban y los chicos sí, lo que chocaba frontalmente con nuestra exigua paga de estudiante. Hacerse «amigo» de Paco o, como poco, ser amigo de un amigo de Paco equivalía a entrar a Bataplán. Las conversaciones sobre Paco no se limitaban a aquellas noches de juerga. Entre semana solía salir su nombre porque, en el mejor de los casos, alguien de la cuadrilla decía que conocía a alguien que lo conocía. Paco llegó a ser tan famoso que todo el mundo se refería a él sin apellido.
Sabíamos que no teníamos la más mínima posibilidad de interaccionar con aquellas mujeres, pero queríamos disfrutar de su compañía, admirarlas de cerca y sentirnos, por un par de horas, en un harén con vistas al mar. Odiábamos la música y, si por nosotros fuera, prohibiríamos la entrada al resto de chicos. Sobraban. Rompían la bella armonía de las chicas donostiarras. Tal vez lo mejor de Bataplán era cuando te asomabas a la terrraza a los pies de la playa, las olas rompían a escasos metros en la orilla y la insoportable música house quedaba en un segundo plano. Tenías 19 años y eras feliz.
LA ROTONDA
A La Rotonda le pasa lo mismo que a Cristiano Ronaldo: lo tiene todo para triunfar y sería invencible en cualquier otra vida; sin embargo, no puede competir contra una leyenda. Siempre saldrá perdiendo. Y cuando le den el Balón de Oro llorará de alegría, pero sobre todo de impotencia y rabia, por haber tenido la mala fortuna de haber coincidido en el tiempo con un superdotado. No se puede hacer sombra a Messi, como tampoco se puede superar a una institución ñoñostiarra como Bataplán. Son apenas 200 metros de distancia pero media un abismo de glamour y dinero. La Rotonda siempre era el segundo plato, la prueba fehaciente de que la noche había llegado a su tope y que a partir de ahí sólo cabía ir a peor.
Analizando friamente, era otra discoteca más de música house en la playa de la Concha sólo que al día siguiente nadie, absolutamente nadie, iba a comentar la jugada. Bataplán era el mito del postadolescente hecho realidad. La Rotonda, el refugio de los fracasados, los segundones de la refulgente noche donostiarra. Y además, no había terraza a la que escaparse furtivamente. La noche había muerto en cuanto cruzabas la puerta de la Rotonda.
LA KABUTZIA
Resulta curioso cómo el tiempo modula la visión de algunos edificios. Cuando tienes 18-20 años te parece un viejo barco atracado en la entrada del puerto; ahora, la Kabutzia -que no se sabe muy bien por qué todo el mundo la llama «Kabuxa»- es para algunos de nosotros una encantadora embarcación vintage, patrimonio marino de la ciudad, algo así como nuestro homenaje en versión txiki de la serie «Vacaciones en el Mar» («The Love Boat» en inglés) de los años 70.
En la Kabutzia solías acabar de rebote. Era un destino exótico, absolutamente espontáneo, en una noche milimetrada al máximo. Si alguna vez terminabas rodeado de cuarentones era porque algún tío o familiar soltero te había visto merodeando por el paseo de la Concha y te quería invitar a una consumición. Un valiente amigo te acompañaba en la expedición. Dentro estabas fuera de lugar, te habían transportado a otro mundo tras haber subido por unas empinadas escaleras. En el interior del barco no se aguantaba mucho tiempo. Sentías vergüenza ajena viendo cómo un señor de unos 40 años bailaba música comercial sujetando torpemente a otra señora, generalmente rolliza, de su edad. Curioso bis: igual no estamos tan lejos de esta escena y ahora son otros jóvenes los que nos miran con ojos desconfiados. Nos hemos hecho mayores.
8 Comentarios
Si este artículo te trae buenos recuerdos seguramente también te gustará «¿QUÉ FUE DE LA ZONA?», en este mismo blog. Gero arte
Al Bataplán se le solía llamar «Bata» o «Buscaplán», … Buscar sí, pero encontrar era otra cosa …
Como se comenta en http://www.kulturaldia.com/denborapasa/que-fue-de-la-zona/ también iba la muchachada a las discos de las afueras de Donostia Young Play y Ku. Algo más lejos había otras, donde iba gente no tan joven …
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http://luixto.blogspot.com.es/2007/04/y-t-cuanto-pagas-en-bataplan.html
http://hoynoentras.blogspot.com.es/2008/08/hoy-no-entras-ni-maana-ni-pasado.html
Ya que ha salido Paco no debe faltar una referencia al jefe del «Bata», Tristán Montenegro. Al principio colaba más decir que lo conocías … Luego se corrió la voz y había que demostrarlo …
Ya lo decía El Canto del Loco: http://www.goear.com/listen/1281a8d/zapatillas-canto-del-loco
La Kabutzia = El desguace
¡Míticos recuerdos! Sólo te ha faltado una cosa de Bata: cuando íbamos los tíos y queríamos entrar gratis veíamo a a alguna conocida y nos haciamos «novio» de ella para poder pasar gratis. A veces colaba y otras no!
A ver, que soy Paco, el de Bataplan! Bueno, que cojones, que no me hace falta decir el apellido, jajajaja. Muy bueno el artículo!
Jijiji, Yo fui dos veces a La kabutzia y en una me rescató la amiga loca que me acompañó después de que uno se los señores CON BIGOTE que nos pagaron una copa metiera su rodilla entre las mías para bailar Safri Duo! ! !
Pero La rotonda siempre ha sido como más de drogatas , ¿no?
Yo fui dos veces a La kabutzia y en una me rescató la amiga loca que me acompañó después de que uno se los señores CON BIGOTE que nos pagaron una copa metiera su rodilla entre las mías para bailar Safri Duo! ! !
Pero La rotonda siempre ha sido como más de drogatas , ¿no?