El escritor y periodista Manuel Vicent dijo una vez que el swing no es sólo un estilo de jazz ni una forma precisa de golpear el palo de golf, “sino un don del alma, cuya gracia no se adquiere a ningún precio. Se tiene o no se tiene”. Se manifiesta en unos pocos privilegiados, algunos anónimos, otros por todos conocidos como actores (George Clooney), políticos (Mandela), músicos (Bowie) o incluso entrenadores de fútbol (Guardiola). Pero el swing, aparte de cuestiones más o menos espirituales e intangibles, también cuenta con su frenética danza: el Lindy Hop.
“Es la forma más antigua para bailar swing y surgió a finales de los años 20 en la sala Savoy Ballroom”, explica Ana Mínguez en la entrada del Guardetxe justo después de una clase de iniciación gratuita que acaba de impartir a alrededor de un centenar de personas. “A medida que la música evolucionaba el estilo de baile también lo hacía y hubo otros bailes anteriores de los que el Lindy Hop fue tomando elementos como el Charlestone, igual el más conocido, Black Bottom, bailes con nombres de animales, etc.”.
Mientras hablamos, el público que llena la sala el sábado por la noche, constituido por una parte considerable de sus alumnos habituales, sigue bailando por su cuenta. Después de haber pasado por distintas fases a lo largo de sus casi 100 años de historia, el Lindy Hop vive una segunda juventud en todo el mundo. Curiosamente, el revival tiene ahora su punto neurálgico muy alejado de Nueva York, en Herräng, una ciudad al norte de Estocolmo. Sólo unos pocos apuran sus cigarros fuera del Guardetxe o miran a los bailarines, algunos de ellos acrobáticos, con la espalda pegada a la pared. Resulta que a casi nadie le apetece quedarse quieto. Imposible resistirse al grandioso sonido de las Big Band dirigidas por tipos como Benny Goodman. Mr. Patxi, dj y pareja de la profesora de baile, pincha clásicos del swing que más adelante intercalará con algún que otro tema soul y rythm & blues.
La música se cuela en la conversación, justo en el momento en el que Ana describe el curioso origen del nombre. “Según la leyenda, cuando un conocido bailarín de la época salió de un concurso un periodista le preguntó qué es lo que estaba haciendo. ´I was doing the Lindy Hop´, le respondió”, en referencia a la noticia del primer vuelo transoceánico que copó las portadas de los periódicos en 1928 (“Lindy Hops The Atlantic”).
Hacia las siete y media de la tarde, los más madrugadores han tenido la opción de asistir a la proyección del 5º episodio de la serie “Swing Puro Placer”, génesis de la historia de este subgénero del jazz. Eva Rivera, codirectora del Festival de Cine Documental Musical Dock Of the Bay, atiende a los asistentes que por una cantidad “voluntaria” y simbólica de dos euros acceden al interior del recinto. Si no todos, la mayoría abona el dinero y más de uno por encima de la cifra establecida. La recaudación va destinada íntegramente al Dock Of The Bay, que en su sexta edición ha tenido que recurrir al crowdfunding o micromecenazgo para poder sobrevivir.
Finalmente, en una carrera que se decidió in extremis, lograron superar la barrera de los 7.500 euros que habían fijado como objetivo. Y lo que seguramente es más importante a largo plazo: se ha potenciado en la ciudad el sentimiento de comunidad y solidaridad entre distintos colectivos sociales y culturales. Prueba de ello es la iniciativa conjunta que ha tenido lugar entre Banda Bat, que tiene su campamento base en el Guardetxe, y el movimiento de Swing de Donostia. “A raíz de la campaña de crowdfunding nos han llamado distintos grupos y asociaciones para darnos su apoyo y esto es lo que está ocurriendo hoy en el Guardetxe”, afirma Eva.
La crisis económica está provocando el uso de nuevos lenguajes y acciones, y más en un sector tan castigado como el cultural. El concepto de patrocinio y otras formas clásicas de publicidad se marchitan, pero en paralelo van surgiendo nuevas sinergias y colaboraciones que están dando sus frutos. “Estamos viendo que si a las marcas que nos apoyan les damos un protagonismo también se sienten satisfechas. Hay que reinventarse en tiempos de crisis», argumenta convecida Eva.
De vuelta a la pista, hacia la una de la mañana, Mr. Patxi da por terminada la noche de swing con una balada de tintes blueseros de La Locomotora Negra, una superpoblada banda de jazz de Barcelona que lleva en activo desde 1971. Encienden las luces. Un chico de origen asiático, una de las sensaciones de la noche, se funde en un abrazo con Ana tras una extenuante exhibición de baile de más cuatro horas.
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