Son las 13:05 y acabo de llegar al bar la Bella Easo de la plaza del mismo nombre. ¿Dónde estará ella? Aunque los rayos de sol golpean de lleno la terraza no me cuadra que esté fuera disfrutando del cielo azul y de la fresca brisa primaveral. Begoña es más de claroscuros, de los juegos de luces y sombras de las pinturas del barroco y del expresionismo, del cine de autor que escapa del convencionalismo y vuela libre sin importar el qué dirán. Si me ha convocado aquí, en su terreno, rodeado de ornamento taurino y algún que otro escudo de la Real, es porque quiere que nos veamos dentro, rodeado de señores mayores poteando que hablan alto. En un bar de viejos.
Ahí está. Inconfundible. Sentada en una mesa de mármol de verdad que siempre ha estado ahí, no como en esos cafés y bares vintage que lo utilizan a modo de atrezzo. Nada más llegar le doy mi regalo. Lo abre. Se le abren los ojos y sonríe. «Es una maravilla», repite. Desenfunda la espada con destreza. No es más que una espada pirata de plástico con un antifaz, un pequeño gesto que está relacionado con el e-mail que me mandó el lunes, la última vez que nos comunicamos después de nuestro encontronazo de hace casi dos años y medio. «Un tremendo error/horror», según me recordó por correo.
Resumiendo mucho esto fue lo que pasó en enero de 2014: me entrevistó para su sección de Ciudadanos de El Diario Vasco. Nos caímos bien, pero no me gustó el titular («A mucho donostiarra habría que cantarle ‘No te quieres enterar yeyé’») y libré una absurda guerra en solitario por las redes sociales diciendo que no se había ajustado a la literalidad de mis respuestas, reivindicando el abecé del periodismo, las entrevistas con grabadora y hasta creo que mencioné a Ryszard Kapuściński… En fin, visto con distancia meé fuera de tiesto con aquella pataleta de periodista academicista. Qué más da lo que dijera en aquella entrevista. Nada de lo que dijo se alejaba, esencialmente, de mí, incluido el titular yeyé. Ese también soy yo.
Mi airada reacción llegó al oído de sus jefes y todo le sentó tan mal que me confesó lo siguiente: «Antes de volver a quedar contigo me tiro por la muralla de tu pueblo» (Hondarribia). Eso fue entonces. Ahora estamos aquí. Frente a frente. Charlando animadamente de su pasión por los toros, Von Trier, Podemos, los 80, «Arrebato» y la Donostia que nos ha tocado vivir. Escucharla es muy divertido. Es una caja de sorpresas. No responde a ningún tópico, no encaja con ningún arquetipo. Begoña del Teso es Begoña del Teso. Punto.
–¿Cuántas entrevistas has hecho en tu vida?
-3782
–¿De todas ellas con cuál te quedas?
-Sin duda, con la que le hice a Morante de la Puebla (torero sevillano).
–De todo lo que haces, me sorprende mucho que te gusten los toros. ¿No rompe eso tu imagen de periodista transgresora?
-Al contrario. Precisamente, hoy en día que te gusten los toros es lo transgresor.
Cuando el otro día le propuse que ella fuera esta vez la entrevistada y que iba en son de paz su respuesta fue Begoña del Teso en estado puro: «Como quieras. Un placer absoluto. A tu disposición. Pero recuerda, yo no entierro las hachas. Entre otras cosas porque mis armas son otras: la espada, la daga y el bastón siciliano. Y soy buena con ellas, pregunta a mi maestro. ¿Bar Tánger? Búscame otro sitio. ¿Tal vez mi sala de armas?».
Ahora entenderéis lo de la espada de plástico.
Si es cierto eso de que cada persona recoge lo que ha sembrado, el maldito karma se ha cebado conmigo. Se me ha agotado la batería del móvil en la penúltima pregunta -«¿Te gusta la Donostia actual? ¿Te sientes cómoda en ella?»-, la decimonovena, y la grabadora no ha retenido NADA de lo que hemos hablado durante unos 45 minutos. Tenía que ser con Begoña. El maldito karma. Tierra, trágame ya mismo. Es una lástima porque su discurso escapa de los clichés, es desacomplejado y rico en anécdotas. Y aunque habla mucho y a veces parece que se va por las ramas te obsequia todo el rato con titulares que son oro puro.
Voy a recopilar algunas de las frases y cuestiones que condensarían la entrevista y redondean su perfil iconoclasta y libreprensadora:
– Le gustan los toros por una cuestión genética. Y por opción. «En una sociedad descremada, desnatada y desgrasada opto por el toreo como Escuela de Vida y Muerte», afina. Hace crónicas de toros porque ama, dice, «el choque de dos masculinidades tan contrapuestas. Amo la Muerte Hermosa».
– Cuando entrevistó a Morante se puso un perfume que compró en Hunky Dory. Se llama Vírgenes y Toreros.
– No le parece bien que se organice un referéndum sobre los toros en Donostia. «Los toros hace tiempo que se perdieron en esta ciudad, pero me seguirán gustando las fiestas con toros aunque hayan desaparecido los toros y los toreros. Amar al Toro es amar al Minotauro, Einsenstein y Sánchez Mejías«.
– Culpa a las figuras taurinas, ganaderos, público y empresarios del declive. «Lo están matando». Se refiere a las corridas como «La Fiesta».
– Siente que es la última de una estirpe. Una sensación que también sobrevuela por su cabeza cuando va al boxeo, otra de sus exóticas aficiones.
– Como todo el mundo, tiene sus héroes a los que se refiere como «mitos». El más grande, el Vampiro (así, con mayúsculas).
– Hablamos sobre el universo ya conocido con la que se la suele asociar (Linch, Bowie, Von Trier, Haneke…) y me cuenta una anécdota sobre Christopher Lee. Cuando lo quiso entrevistar en el Festival de Cine Fantástico de Sitges le pidió que no le hiciera preguntas sobre Drácula. «¿Qué hago yo en Sitges con él si no es para hablar de Drácula? Me levanté y me fui».
-Más tarde se vengó. Fue durante una edición del Zinemalida. «Vi que se reflejaba en un espejo del María Cristina y supe que era un vampiro de mentiras».
– Siente «fascinación» por Anjelica Huston. Como prueba de ello me enseña un tatuaje de Morticia Addams que lleva en el brazo a la altura de la muñeca.
– Es una outsider. Y ella misma ha alimentado ese personaje. «Yo soy la rara», dice. Sólo ella, le recuerdo, podría titular una crítica de «Ninphomaniac» en un periódico tan conservador como El Diario Vasco como «Vulva máxima». Le puso cinco estrellas, claro.
– Es aficionada al fútbol, abonada a la Real y accionista del Eibar. Define la plantilla actual realista como una panda de «mingafrías».
– No soporta a las Señoras del Príncipe , supongo que por todo lo que ellas simbolizan. Son dos galaxias separadas a años de luz de distancia.
-Ojo, tampoco le gustan los modernos o, mejor dicho, los que van de modernos.
– Es de izquierdas, de las que en su día votó a Euskadiko Ezkerra. ¿Qué piensas de Podemos? «Temo que nos llevemos una nueva desilusión«, dice con resignación. Entre Pablo Iglesias y Garzón se está empezando a decantar por el segundo.
– En las últimas elecciones votó a las dos formaciones, Podemos e IU. Le gustaría ver a Garbiñe Biurrun como candidata a Lehendakari.
– ¿Es Begoña del Teso feminista? Esto nos llevaría a una larga disertación, pero lo que no le gusta y tiene claro es la «victimización» del feminismo que observa últimamente.
– Le digo que, en mi opinión, tocó techo periodístico con su libro-catálogo «Iván Zulueta: imagen, enigma» que salió a la luz varios años antes de la muerte del cineasta en 2009. «Iván era vampírico y bello. Era rico, guapo y con idiomas en una sociedad oscura, fea y monolingüe».
-Ahora que»Arrebato» es reivindicada por medio mundo como la película de culto del cine español, ella va a su bola y dice que «ha envejecido mal».
-Se ríe maliciosamente cuando comenta de pasada que la primera película que se proyectó en Tabakalera fue «1,2,3, Escondite Inglés» del director donostiarra.
– Los años 80. Le sacó a colación la magnífica entrevista que le hacen en Jotdown a Alejo Alberdi donde habla abiertamente de la Movida, Derribos Arias, las drogas y cuestiona el relato oficial de aquella época. Begoña defiende el derecho a experimentar con las drogas legales e ilegales, «desde el vino hasta el jaco«.
-Vivió «la decadencia de las drogas» en los 80, aunque entonces, reconoce, no era su mundo. Habla de Trintxerpe y de Billabona. «Si me lo dices hace trece años te podría decir a qué dealer ir».
– Y a la pregunta de si se siente cómoda en la Donostia actual la respuesta es un no tan rotundo como el color gris de la torre de Atotxa.
Después de una mini-sesión de fotos en la que posa con gracia y naturalidad, como si La Bella Easo fuese el salón de su casa, vuelve a empuñar la espada y da unos pasos de esgrima hacia adelante y atrás. Tengo una última propuesta que hacerle. Se me ocurre que si Carlos Boyero charla con los lectores de El País de películas, música, política, fútbol y todo lo imaginable, ella podría hacer lo mismo en KULTURALDIA. Acepta al instante. Ahora sí: nos damos dos besos. Nos despedimos hasta el siguiente encuentro.
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