Entra puntual, saluda y camina con aire entre desenfadado y despistado, como Pedro por su casa, en la sala Ganbara del Koldo Mitxelena. Diego Matxinbarrena (Donostia, 1961) inauguró el pasado 14 de abril una exposición compuesta por unas 30 coloridas obras con todo tipo de formas geométricas que en menos de 10 días, el próximo 21 de mayo, se clausura. Entre toda la oferta cultural que últimamente engulle la ciudad como un tsunami, se puede decir que la muestra ha pasado como un rayo, un visto y no visto. Así que antes de que sea demasiado tarde hemos decidido quedar con él, sacarle algunas fotos y charlar sobre su obra, su relación con el Koldo Mitxelena (en 2005 obtuvo una beca de creación) y cómo sus hermanos (los también artistas Javier y Álvaro Matxinbarrena) le influyeron en su decisión de abrazar la causa artística. Luego cada uno hizo su propio camino, cuenta. «Nos pudimos haber juntado para trabajar en un estudio, pero cada uno fue por su lado».
El momento más divertido se produce fuera del foco de la cámara de vídeo, posando para la imagen que finalmente ha salido en portada. Mientras la cámara dispara, confiesa que como trabaja y vive solo carece de sentido del humor, que es un hombre muy serio, y que cuando le cuentan un chiste se queda sin saber cómo reaccionar. A continuación, desliza una sonrisa pícara. Y todos reímos, claro, incluida la empleada del espacio cultural. Se ha quedado con nosotros el hombre. También habla del bar Iparra de Gros, donde es cliente habitual, y que no por casualidad aparece de soslayo en una bonita foto en blanco y negro en el libro en el que está en la entrada de la sala y que resume su pensamiento artístico.
Cuando el otro día hablamos por teléfono para concertar el encuentro se mostró encantado y dejó caer una idea clave que resume su momento actual, más reflexivo, con más poso: ha estudiado las obras una por una. Se las sabe prácticamente de memoria aunque la memoria, a quién no, a veces le juegue una mala pasada. El caso es que ha decidido mirar hacia dentro.
Decidimos que para la grabación en vídeo lo mejor es que se quede alrededor de la imagen de portada. Contrasta bien con su vestimenta tejana y es, además, una de sus piezas más vistosas. Manda, como en el resto, el inagotable universo geométríco del artista. Si Diego Matxinbarrena fuese un grupo de música, más que a los últimos Tame Impala, se asemejaría al cromatismo sonoro de Animal Collective en «Merriweather post pavilion».
También podría funcionar como una versión libre de Esplendor geométrico, héroes de culto de la música industrial desde los albores de la Movida. Cuentan en Rockdelux que el líder de la banda, Arturo Lanz, trabaja como comercial en Pekín y que por las noches «se encierra en una habitación y, durante horas, genera bucles rítmicos de electrónica extrema». No es difícil imaginarse a Diego Matxinbarrena, a quien se le suele asociar con el diseño industrial, trabajando a fondo en capas y bucles geométricos en su estudio de Gros.
En su discurso es fácil que se vaya por las ramas. Las ideas que bullen en su cabeza se agitan nerviosamente como en una coctelera y parece que van y vienen sin un rumbo fijo. De todas formas, tiene claro lo que no quiere que salga en este post -«mejor no hables de esto y aquello, no pongas la foto así-» y lo pide con respeto y educación. Y lo más importante: pese a los circunloquios, la esencia de su discurso –su amor por el diseño y las formas– se transmite con meridiana lucidez.
-¿Es ésta una retrospectiva?
-No, no. Son cuadros de los últimos diez años como mucho
Poco después se marcha tan entrañable como entró, con el mismo aire desgarbado y un tanto despistado del inicio. «Bueno, ya nos veremos en el Iparra, ¿no?».
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