¿Molaba más antes o ahora? ¿Los 80 eran auténticos y los 2.000 son anodinos? ¿Es mejor mantener la esencia de las cosas, aún a costa de toda la mugre que la salpica, que una recreación cristalina e impoluta de la realidad? Estas cuestiones que se pueden aplicar a muchos lugares -Bilbao sería uno de los ejemplos paradigmáticos- me hacen pensar en Hondarribia, el pueblo en el que crecí y viví mi primera adolescencia. Desde 1981 hasta 1994. Y la respuesta, me temo, no puede ser otra: depende. Supongo que habrá tantas opiniones como cervezas artesanales. Gustos para todos los colores.
En verano, en este verano de récord turístico, no es plan de hacer un drama -porque no lo es, más bien al contrario-, pero sube a la Parte Vieja y date una vuelta por sus limpísimas calles y bellos edificios de colorines. Es un museo medieval al aire libre, una fortificación amurallada deluxe. Un destino turístico de primer nivel más allá de su famoso Parador y del hotel Obispo. Cuando era pequeño como que no apetecía mucho pasarse por ahí: un barrio oscuro, sucio y con una densidad de jeringuillas mayor de la habitual no invita al paseo. Sus vecinos no estábamos integrados en la ortodoxia arrantzale. Éramos outsiders de la provincia (Irun, Oiartzun, Errenteria…) que veníamos a por sus pisos baratos. Los hondarribitarras de toda la vida han considerado a la Parte Vieja como algo ajeno, de fuera, y de menor «categoría». La gente era mayoritariamente humilde, el ambiente turbio. «Ez ukitu lurreko jeringilak!», me solía advertir el aita antes de salir de casa.
Había cierto toque underground gracias a bares como el Hamlet y en menor medida, el Venecia. Esto lo he sabido a posterori, claro; entonces los tenía por sitios de mayores y gente rara que me imponían respeto.
Ahora todo esto sería impensable. La Parte Vieja es otro mundo. Menos hostil y mucho más amable a ojos del paseante. En la plaza de las Armas, peatonalizada y llena de terrazas, la agencia inmobiliaria de viviendas de lujo Engels and Volkers ha dejado caer sus tentáculos en un edificio. Y no es el único. En su ático -que recuerdo coqueto pero minúsculo y por el que no hubiera dado un duro hace 25 años- he jugado más de una vez con los primos de mi mejor amigo de Biteri eskola al Cinexin. Allí aprendí la letra de «Bertso Hop» de Negu Gorriak.
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La música que me inspira la actual Parte Vieja de Hondarribia no tiene nada que ver con Fermin Muguruza; sería más bien la de una versión del grupo francés de lounge y bossa nova Nouvelle Vague, tal vez «Love will tear us apart» de Joy Division. ¿Alguien estuvo el otro día en el concierto de Ken Zazpi en Sagües? También serviría como banda sonora: canciones irreprochables, perfectas, inofensivas, que pasado el primer impacto se te olvidan y los acabas asociando a otra cosa que ya habías oído antes. U2, Muse, Coldplay, lo que sea. Pop-rock estandarizado.
Los madrileños -que de siempre se han dejado ver por la Marina- han acabado apreciando los encantos de la inmaculada Parte Vieja actual. Los franceses y el resto de visitantes también. Normal. Yo lo hago con mucho gusto y orgullo, ahora que soy una mezcla de lugareño-visitante. De hecho, no verás mucha más gente que la que está haciendo selfies, sacando fotos a cada rincón o tomando algo en un gastrobar. El poquito ambiente de barrio que había en los 80 se ha esfumado. La calle de las Tiendas donde se solían hacer las compras de primera necesidad se ha quedado sin tiendas. Sólo queda un bar reformado con una terraza ideal para tomarse un gin-tonic Premium.
Abajo, en la Marina, la transformación ha sido gradual. No hay nada que no ocurriese o se intuyese que iba a ocurrir hace 10, 15 o 20 años. Seguramente se ha vuelto un poquito más exclusiva y cara, lo habitual en estos tiempos. Si acaso, se ven más pantalones de colores, niños repeinados y jerseys cruzados al hombro que antes. Si hace bueno, la calle San Pedro, la calle de pintxos por antonomasia, se acaba masificando. El Gran Sol, ese referente de los pintxos gourmet en Euskal Herria, tiene, no obstante, el mismo sistema de atención al cliente que un 100 Montaditos: cuando tienen listo tu pedido te llaman por megafonía. Coger una mesa libre en este bar sin acabar siendo pisoteado es tan difícil como que Michael Phelps se quede sin medalla en unos Juegos Olímpicos. Lo normal es apretujarse dentro como sardinas en lata. En fin, mejor dirigirse a las calles adyacentes en busca de oxigeno y precios más asequibles.
Por último, no sé muy bien qué pensar con respecto al Puerto deportivo. El proyecto estuvo años paralizado, básicamente, por la oposición de los ecologistas y la izquierda abertzale. Como el polideportivo de la playa y tantas otras cosas en este pueblo. Ahora han perdido fuelle y han ganado formas democráticas, pero tengo el recuerdo de una Herri Batasuna feroz e implacable como primera fuerza de la oposición. Aquí, ya se sabe, el PNV es el rey.
Lo cierto es que la zona reservada a los veleros y barcas de recreo ha quedado apañada y no da la sensación de un aparcamiento marino para ricos. No es Puerto Banús, para entendernos. En los locales hosteleros hay una sociedad gastronómica, un restaurante que ahora es un Wok pero ayer fue otra cosa, una pizzería, un par de cafeterías y un sitio cool como el Basque. El regusto que deja el conjunto es tan insípido como el de un centro comercial. Y a la heladería a la que acabo yendo, tal vez porque tiene vistas al puerto y a la playa, por el precio de su alquiler, o porque Hondarribia no es lo que era, el café cuesta un riñón.
5 Comentarios
Lo bueno es que seguimos siendo tan «de pueblo» como antes.
Pero con 30 años más. Y que no nos falten!!!
Molaba mucho más antes, dónde va a parar. Es cierto que todo esto se veía venir, y no menos cierto que mucha gente vive de esto, cosa que me alegro, visto el sombrío panorama general.
Ahora bien, que ha perdido sabor, autencicidad o como se quiera llamar es innegable. Lo dice uno que fue habitual del Hamlet de aquella época (bueno, y del Azken).
Sí, estoy de acuerdo. Creo que hay pros y contras en la Hondarribia de ahora y en la de hace 20-30 años. ¿Qué rollo tenía el Azken?
Más pijillo que el Hamlet. Buena música, pop y rock con buen gusto, no superventas. Mmm… “So Tough” de Saint Etienne me viene a la cabeza ahora.
Biennn lo pasamos.
Bueno, no está nada mal! Mi favorito de Saint Etienne, por cierto, es «He´s on the phone» 😉