Desde una de las terrazas de la Cofradía Vasca de Gastronomía, conocida popularmente como la Gastronómica, se divisa perfectamente la plaza. Nos encontramos en uno de los templos culinarios de Donostia, un impresionante edificio de tres plantas armado de robusta madera y enormes bloques de piedra por el que se accede antes de enfilar la primera curva de subida a al Monte Urgull, camino del Guardetxe. Merece la pena visitar los recovecos de la Gastronómica: alberga una vasta biblioteca de cocina en el ático, una muestra de fusiles del siglo XIX y en sus catacumbas convive una colección nada despreciable de botellas de vino. Varios comedores, una cocina enorme, cazuelas de todos los tamaños… Muchos gourmets, a los que ahora denominan foodies, morirían de placer aquí dentro en la misma proporción que muchos melómanos mueren de envidia cada vez que las terrazas de la Gastronómica se convierten en privilegiados palcos durante el Festival de Jazz de San Sebastián.
Por la «Trini», que así escrito tiene nombre de cantaora flamenca, han pasado algunas de las principales figuras del jazz, blues, soul y rock and roll de la historia: Muddy Waters, John Lee Hooker, Solomon Burke, Elvis Costello… En 1966, escopetazo de salida del Jazzaldia, se convirtió en el escenario principal de un festival que con el paso del tiempo se ha ido extendiendo por toda la ciudad. Pero los conciertos de la Trini siempre han contado con el calor de un aforo recogido y, sobre todo, la ventaja esencial de estar encajonado en una esquina sumamente especial: entre un edificio renacentista (San Telmo), la Basílica de Santa María, del siglo XVIII, las laderas del monte Urgull y las pintorescas viviendas de la Parte Vieja.
Esta plaza, tal y como la conocemos ahora, fue proyectada y construida por el arquitecto Luis Peña Ganchegui, -el mismo de la plaza del Tenis, entre otra obras- con motivo del centenario del derribo de las murallas de la ciudad, en 1963. El frontón, que ahora sufre la presión vecinal para que acabe siendo cubierto, se levantó en los años 30 y Ganchegui diseñó un espacio apto para su uso como juegos populares vascos. Se le sumó el bola-toki, actualmente reconvertido en vestuario, los graderíos y un espacio rectangular ideado como probaleku de arrastre de piedras. Sin embargo, la plaza terminaría desnaturalizándose: ahora hay una cancha lisa, canastas y porterías de fútbol.
«Sólo con ordenar algunos elementos con una trasera se había logrado mucho, pero se la ha maltratado», opina el arquitecto Edorta Subijana. «A nadie se le ocurriría poner un poliderpotivo en la Consti o colgar unas canastas en el Ayuntamiento, porque lo valoran como arquitectura. La Plaza de la Trinidad, en cambio, se ha tratado, por desconocimiento, como si fuese cualquier cosa».
La Trini también debe gran parte de su encanto a su carácter absolutamente permeable y poliédrico. Lo mismo vale como polideportivo, como recinto musical, mercado, feria, puesto de gastronomía japonesa y… punto de encuentro de la chavalería. Al menos para los que rondamos la treintena guarda un hueco en nuestros corazones: a mediados de los 90 servía de meeting-point de los amigos de la cuadrilla en aquellas tardes en los que uno se sentaba en las gradas devorando chucherías y fumando a escondidas. Y también ha sido testigo de más de una deliciosa primera cita. La Trini da para unas cuantas historias de amor adolescente.
2 Comentarios
«Sin embargo, la plaza terminaría desnaturalizándose: ahora hay una cancha lisa, canastas y porterías de fútbol.»
Es una forma demasiado ‘txuriya’ de exponer algo que fue producto de los tejemanejes de un ínclito personaje, de infausto recuerdo, al que la Ciudad le debe varios de los mayores disparates urbanísticos cometidos en las últimas décadas en ella: Gregorio Ordoñez.
No comprendo por qué se mantiene aún una calle en su recuerdo; deberían retirar su nombre de ella.
Kaixo Zurundon:
Independientemente de su ideología, se mantiene una calle con su nombre porque fue víctima de la violencia de ETA. Le debemos un respeto.