El caso del grupo pamplonés con conexiones donostiarras Kokoshca es digno de análisis. Si hubieran surgido en los efervescentes años 80, cuando el área de influencia de la música era mucho mayor que el de ahora, saldrían en televisión junto con otros héroes de la época dorada del pop español y, probablamente, se hincharían a vender discos y reventar salas de conciertos. Sus miembros (Iñaki, Amaia, Íñigo y Álex, éste último conocido por su militancia en Ayo Silver! y socio del Dabadaba) aseguran convencidos de que forman parte de una banda de rock and roll, pero su música suena más bien a pop-rock independiente de toda la vida, desde The Velvet Underground hasta Yo La Tengo. Canciones sobre chicas preferidas y pelos que hay que alisarse, noches de farra en Madrid, grupos que tienen éxito y que no deberian ni olerlo, suicidios, amor… Se muestran oscuros en algunos casos y luminosos en otros. De hecho, su último disco se titula «Hay una luz» y retrata perfectamente las dos caras del grupo; una más abiertamente comercial y pegadiza («No Volveré», «El búho») y la otra retorcida y oscura («Cuchillas», «Oyynoj»).
Kokoshca se maneja con soltura en ambos registros porque su alma -inquebrantable, innegociable- se compone de indisolubles retazos claroscuros. Asi que no es extraño que sus dos exitosos mini-conciertos (con capacidad para unas 60 personas) del Teatro Abandonado en el marco del reciente Kutxa Kultur Festibala contasen con ingredientes tan dispares. El primer show estuvo consagrado a ahondar en atmósferas extrañas e inquietantes, mientras que en el segundo se soltaron la melena y ofrecieron un concierto plagado de hits. El puñado de fans, amigos, periodistas y allegados que tuvieron la oportunidad de verlos en «petit comité» salieron extasiados y convencidos de que habían asistido a la mejor actuación de largo del festival. «Kokoshca revienta el Kutxa Kultur Festibala» fue el titular de la página Jenesaispop.
Y pese a todo, Kokoshca sigue siendo una banda relativamente desconocida que ha dado el pelotazo exclusivamente en suelo underground. Salvando el mini-hit de «La fuerza», sus vídeos no pasan de las 5.000 reproducciones e inexplicablemente con «Hay una luz» no lo han petado. La última vez que tocaron en Madrid fue en la sala Siroco, donde caben unas 150 personas bien apretadas, y en el Primavera Sound fueron relegados a uno de los escenarios más pequeños.
Es posible que su base de fans proporcionalmente más numerosa resida en San Sebastián y alrededores. Ayuda el hecho de que Ayo Silver! les haya editado su último trabajo, así como la inclusión definitiva como batería de Álex López-Allende; que pasen media vida en Donostia por gusto, trabajo o por amor; o que el cineasta Victor Iriarte, responsable de la sección audiovisual de Tabakalera, haya dirigido la maravillosa «Directo a tu corazón». Pero, sobre todo, el mérito reside en haber forjado un pequeño mito en directo gracias a sus contagiosos conciertos (en Gipuzkoa se cuentan cinco en apenas un año), una agitación colectiva que sus seguidores no pueden reprimir por nada del mundo, como si no exisitiese otro grupo en el planeta que les hiciera sentir las mismas emociones. Las mariposas en el estómago son con Kokoshca o no son.
Por cierto, ojo a la nómina de fans del grupo porque, si bien es verdad que no son multitud, sí que tienen caché: la fotógrafa Irene Mariscal, los periodistas Juan G. Andrés y Ricardo Aldarondo, músicos como Bassmatti y Mursego, el propio Victor Iriarte y un fiel etcetera de anónimos que han sido sucumbidos a las encantadoras luces y sombras de Kokoshca.
No hay comentarios