Cómo las prácticas artísticas construyen esfera pública y cómo la esfera pública afecta al arte. Este es el principal objetivo de Lapublika, un laboratorio de investigación artística y un programa de actividades puesto en marcha por Tabakalera, Consonni y Donostia 2016 y que pretende convertirse en un marco de trabajo y reflexión sobre estas cuestiones. Se trata de un proyecto a largo plazo que desarrolla su primera fase en el último trimestre de 2015 en Bilbao y Donostia.
La primera piedra se pondrá el próximo lunes 9 de noviembre con la inauguración de un taller titulado «Mas allá de la rotonda, o ¿qué tiene de público el arte público?». Serán un total de tres días en los que Max Andrews y Mariana Cánepa Luna, de la oficina barcelonesa Latitudes, abrirán la discusión sobre la condición “pública” del arte, más allá de la localización de las obras en espacios abiertos como plazas, rotondas, parques… La inscripción es libre y si te interesa puedes apuntarte a través de la web de Tabakalera, www.tabakalera.eu, o en el propio punto de información del edificio. Pero quizás lo realmente interesante llega con la conferencia que ofrecerán ambos el miércoles 11 a las 18 horas. Desde Bilbao han preparado un servicio especial de autobús y todo.
Últimamente, cada vez que sale a relucir el tema del arte público se acaba hablando de las polémicas rotondas artísticas. Publicaciones como Nación Rotonda han logrado una gran repercusión en España y en nuestro ámbito también tenemos un buen puñado de ejemplos curiosos, aunque quizás no les hemos pretado la atención que se merecen. O sí.
El pasado 12 de marzo, en el Espacio Reflex de Egia se presentó el libro «Carrousel» de Patxi Berreteaga, Endika Basaguren e Ibon Salaberria. Resulta realmente interesante. Las fotos de portada y las tres que vienen a continuación las hemos extraído de un ejemplar. Estamos ante un ensayo sobre las rotondas en el País Vasco y se pueden encontrar, además de valiosas reflexiones y textos interesantes, unas 50 imágenes con las que se ilustra el paisaje vasco rotondil. «Entre estas rotondas artísticas hay muchas que cuentan con meritorios trabajos artísticos (…). Yo, en cambio, pongo en duda si la ubicación de una pieza artísitica es lo más adecuado para el conductor, que tiene que tener todos los sentidos puestos en la carretera para evitar un descuido», afirman Patxi y Endika.
Hemos juntado a los arquitectos Jonander Agirre y Edorta Subijana con el propósito de hablar de rotondas, arte público y mostrar algunos ejemplos (buenos y malos) que tenemos en Donostia. Les hemos enviado sendos cuestionarios para conocer su opinión al hilo de los talleres y charlas que se pondrán en marcha en Tabakalera la semana que viene. Sus reflexiones pueden valer, por qué no, de precalentamiento de lo que está por llegar de la mano de Latitudes y otros expertos. Estas son las principales conclusiones de sus respuestas y argumentos:
Lo primero: definir el arte público
Jonander Agirre: «Se le llama así a la obra de arte que se suele colocar en un espacio público. Distinguiría dos grupos en sentido opuesto, el arte institucionalizado y el arte espontáneo o independiente».
Edorta Subijana: «Puede resultar un concepto confuso. Si hablamos de arte en espacio público quizás lo adecuado sería llamarlo `arte en espacio público´ en lugar de `arte público´».
¿Rotondas artísticas? No, gracias
Jonander: «No es más que una estrategia que sirve para cumplir una normativa ciudadana. Pura banalización del arte. ¡Yo prefiero los jardincillos que ponen en Francia! Esto nos lleva al siguiente tema, es decir, a la visión que la sociedad tiene del arte y cómo el poder utiliza un arte neutro para su propio beneficio».
Edorta: «Me parece que la mayoría de las veces que han intentado crear un lugar en las rotondas mediante la inserción de piezas de arte los resultados han sido avergonzantes. No es un ejercicio nada fácil. Creo que sería mejor que esas superficies que no tienen ningún uso se llenasen de infraestructuras de algún tipo: depósitos de agua, estaciones de bombeos, depuradoras…».
Rotondas y gnomos sonrientes
Edorta: «Aunque alguna vez se haya intervenido con acierto, lo normal es encontrarnos con piezas meramente ornamentales. Como esos gnomos sonrientes que vemos en algunos jardines privados (cuando se ponen sin un ápice de ironía, claro). La mayoría de las veces estos ejercicios pseudoartísticos se abordan sin ningún tipo de reflexión previa y no aportan significación alguna… Instalar de cualquier manera unas piezas retorcidas de acero corten en una rotonda no tiene nada que ver con el Peine del Viento«.
La larga mano de las instituciones
Jonander: «Se ha visto muy claramente cómo las instituciones han intentado poner la cultura bajo su control. En el País Vaso tenemos bastantes artistas muy institucionalizados, a los que han despojado sus trabajos de crítica y significado y se han convertido en una especie de tierra compartida para la sociedad. Estoy hablando de Oteiza, Basterretxea y, especialmente, Chillida. Se perciben cómo embellecedores y, en cambio, su contexto desaparece completamente».
Meteduras de pata (en Donostia)
Jonander: «Por ejemplo, la escultura de Oteiza que está encima del Aquarium. Le cambiaron completamente la escala para que se ajustase a la escala del arte público, ¡cuando en su origen es una escultura muy pequeña! «.
Movimientos hábiles y aciertos (en Donostia)
Jonander: «A mí me gustó mucho un movimiento bastante estratégico que tuvo lugar en la pasada legislatura. Diría que es una de las pocas decisiones inteligentes del gobierno de Bildu. Hablo de mover la escultura de la Paloma de la Paz de Basterretxea. Colocada en Sagües, y sabiendo que no iban a repetir alcaldía, lo trasladaron estratégicamente. En esa esquina de Donostia hace años que hay planes de construir un hotel y esa escultura no hace más que complicar las cosas (…). Además, tiene mucho sentido tener otra pieza en el último cabo, junto con el del Peine del Viento y la escultura de Oteiza».
Edorta: «Kursaal. Como ocurre con gran parte de la arquitectura contemporánea, defiendo que el edificio proyectado por Moneo tiene carácter de arte público. Se trata de una respuesta escultórica a una serie de conflictos formales del lugar, aunque ello suponga un sacrificio en la funcionalidad del edificio. La respuesta, eso sí, me parece acertad».
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